_
_
_
_
Reportaje:

Tesoros de mármol vivo en el Museo del Prado

El porte de su busto permite adivinar que es un guerrero. Bravo y fuerte. Héroe. También patricio. Tiene la cabeza erguida. La envuelve una melena elegante y rizada. Mantiene los ojos airados, vueltos hacia el cielo. De sus labios pende el gesto de una pena sombría. Su boca parece bramar en silencio por un dolor interior tan agudo que trasciende el mármol helado en el que una mano maestra lo talló 20 siglos atrás. Es Aquiles. Acaba de dar muerte a Pentesilea, la reina de las amazonas. Aquiles se ha enamorado de ella inmediatamente después de darle muerte con sus propias manos.Es sólo una estatua. Pero su desdicha conmueve profundamente aún hoy a quien la contempla. Y su dolor herido, sin lágrimas, sigue invitando al silencio y al recogimiento sobre la inexorable fugacidad de la vida. Tallada en su día en piedra marmórea de Pentélico, su copia se encuentra hoy en la planta baja del Museo del Prado, cerca de la puerta de Murillo. Se exhibe con otras 93 esculturas más, muchas cargadas de leyenda, en una de las seis salas donde se atesora la memoria del ideal clásico de belleza que el arte griego hizo irradiar a todo el Mediterráneo desde el siglo de Pericles, el quinto anterior a Cristo, hasta nuestros días. Pero el Museo del Prado guarda muchas más joyas como ésta. "Hasta 220 estatuas", explica Miguel Ángel Elvira, hoy director del Museo Arqueológico Nacional y en su día organizador de las colecciones de escultura del Prado. "Las estatuas pertenecen a las colecciones reales, que se nutrieron de adquisiciones de la Corona de España en Italia y de donaciones, entre los siglos XVIII y XIX". La más importante partida perteneció a Cristina, reina de Suecia que trocó su cetro por la libertad y el deleite del arte, espoleada por un acendrado amor a la luz y a la sabiduría helenística. En pleno siglo XVII estableció en Roma un Parnaso barroco muy particular, entre pintores, escultores, orfebres y obras maestras.

Nueve musas procedentes de la villa del emperador Adriano ornan la colección de la reina escandinava. Algunas sufrieron grandes desperfectos sobre rostro, brazos y piernas, pero fueron restauradas. A una de ellas, Melpómene, Cristina hizo imponer su propio rostro, como descubrió Miguel Ángel Elvira durante el montaje de estas colecciones. "El patrimonio escultórico que hoy atesora el Prado surgió por una milagrosa conjunción: la de la pareja real formada por la italiana Isabel de Farnesio, quien, acostumbrada a los fastuosos palacios italianos, añoraba su estatuaria, y Felipe V, el primer Borbón, familiarizado con la pompa escultórica de Versalles", explica Elvira. La estatuaria procede asimismo de dos incomparables coleccionistas españoles, el marqués del Carpio, quien emparentaría con el ducado de Alba a través de la boda de una hija suya, y el diplomático José Nicolás de Azara. Ambos acopiaron en Italia cuanta valiosa escultura clásica se acercó a sus manos. Azara legó su patrimonio al rey Carlos IV.

Madrid, desde el siglo XVI, ha sido siempre una superpotencia pictórica. La magnificencia de las colecciones reales dotó al Prado y al monasterio de San Lorenzo de El Escorial de universal fama. Pero nunca hasta ahora había sido Madrid considerado siquiera una potencia intermedia en escultura. "Evidentemente", señala Miguel Ángel Elvira, "el Prado no es el Louvre ni los museos vaticanos; pero Madrid tiene ya una estatura propia entre las capitales mundiales de la escultura clásica". A las aproximadamente 220 tallas clásicas del Prado -10 más se encuentran en discusión- hay que añadir las 50 piezas del Museo Arqueológico y algunas más del Museo Lázaro Galdiano. La pieza más valiosa es el llamado Puteal de la Moncloa, un brocal decorado con una figura de Atenea copiada de un original perdido de Fidias, considerado como el más grande escultor de todos los tiempos. El brocal fue hallado en el palacio de la Moncloa en torno a 1870. Permanecía a la intemperie, sin que nadie hubiera reparado en su belleza. Hoy pertenece al patrimonio escultórico madrileño.

Ideas y números, sentimientos

La escultura clásica goza en Madrid, por su belleza, de actualidad incesante. Su perfección fue en origen fruto de la combinación del desarrollo del pensamiento matemático y la riqueza del mármol ateniense, reconoce Miguel Ángel Elvira. Todo ello irrigado por la savia de los sentimientos que rezuman de los mitos y por el despliegue de la racionalidad filosófica. Policleto y Lisipo, Calímaco y Praxíteles, de cuyos destellos quedan aún briznas en los museos del Prado, Arqueológico y Lázaro Galdiano, han pasado a la historia del arte -gracias a sus copis-tas- por haber trasfundido los conocimientos de Pitágoras, raíces cuadradas incluidas, a la creación de formas artísticas.Unos emplearon la falange de un dedo como canon desde el que esculpir la mano, el antebrazo... Otros utilizaron la cabeza como medida. Para los más, el pie fue la unidad. A este milagro de proporciones, que la sutil iluminación permite hoy descubrir mejor, según subraya Elvira, puede asistir el visitante de los museos de Madrid.

Lo emocionante de tal búsqueda es la reverberación deslumbrante que la forma artística parece emitir cuando entra en sintonía con la mesura propia de la naturaleza. Su ensamblamiento lo denominamos belleza. Bella es, por ejemplo, la espiral cálida que brota de los pliegues de los mantos de las Cuatro ménades bailando, copia romana del Prado procedente de un original griego de Lisipo tallado por éste en 410 antes de Cristo. La belleza reside también en Cástor y Pólux, himno a la amistad masculina, en el brocal que contuvo las cenizas de Calígula emperador...Todo un pasado de esplendor vivo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_