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Tribuna
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Héroes

Rosa Montero

Como siempre he sido muy cobardica, recuerdo que, mientras acudía temblequeante a las violentas manifestaciones de los últimos años del franquismo, ansiaba que la vida se normalizara de una maldita vez y pudiera olvidarme de la política, que es un tema que nunca me ha gustado. Pues bien, ahora noto algo muy parecido con el terrorismo vasco: hete aquí que, columna sí, columna no, cada dos por tres me siento moralmente impelida a tocar la cuestión etarra. Qué más quisiera yo que reinara la normalidad democrática y olvidarme para siempre de este asunto miserable. Y sentirme libre para escribir artículos sobre las historias más peregrinas, frívolos artículos, felices y tontos artículos propios de un país en donde no se matara a nadie por sus ideas.No es éste el único paralelismo que encuentro entre la situación vasca actual y los últimos años de Franco. Viendo el otro día por televisión la emocionante manifestación en San Sebastián, las semejanzas eran evidentes; y no sólo porque se escuchara Al vent, que fue una especie de homenaje retro, sino, sobre todo, por el carácter masivo, unitario, enardecidamente civil y democrático de la convocatoria. Al final del franquismo, la inmensa mayoría del país, independientemente de sus ideas políticas concretas, se unió en contra de la dictadura y por la construcción de un futuro libre y habitable. Esa misma determinación he percibido en la convocatoria de ¡Basta ya!: la firme voluntad del ciudadano de a pie de tomar las riendas de su destino.

Pese al dolor, al miedo y a las matanzas, me parece que la violencia vasca está entrando en su recta final. Creo que el universo etarra (y, como no cambie pronto el PNV de actitud, también el nacionalismo) está empezando a parecer obsoleto, feo y anticuado a las nuevas generaciones. Porque, si los cachorros del País Vasco están hambrientos de épica, como suele suceder entre los jóvenes, hoy es evidente que el heroísmo está entre esos políticos del PP y el PSOE, entre esos ciudadanos que se dejan masacrar con estoica grandeza y que están construyendo, con su sangre, una sociedad en donde uno pueda ser tonto y feliz sin que nadie te asesine por tus ideas.

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