Tiempo de 'chilindrines'
Desde el 28 de agosto, las torres de refrigeración de la central nuclear de Cofrentes han dejado de expulsar las columnas de vapor de agua que desde 1984 forman parte del paisaje del Valle de Ayora. Como cada 18 meses, las instalaciones que proporcionan el 43,5% de la contribución de la Comunidad Valenciana a la demanda eléctrica, han dejado de funcionar para reponer el combustible en el reactor. Es lo que los técnicos llaman recarga, y los habitantes de la comarca conocen como la parada, que emplea a 1.000 personas en tareas de mantenimiento y modernización.La recarga no es una actividad que afecte únicamente a la central, propiedad de Iberdrola. Los pueblos de los alrededores (Cofrentes, Jalance, Jarafuel, Teresa, Zarra y Ayora) también la viven. De los 1.000 trabajadores empleados específicamente para esta recarga, 200 son del valle. En muchos casos son estudiantes que consiguen un dinero que les viene muy bien para pasar el curso en Valencia. Los otros 800 tienen que dormir, comer y gastarse algo del sueldo en una cerveza. Las pensiones y hostales de la localidad suelen estar llenos durante el tiempo que dura la recarga. También son muchos los que alquilan habitaciones o pisos para los forasteros. El Melià Confort Hotel del Valle de Jalance, un complejo de cuatro estrellas abierto a finales de julio a unos 10 kilómetros de la central, también ha acogido a decenas de personas, preferentemente ingenieros y directivos, por el precio de sus habitaciones, que ronda las 10.000 pesetas por noche.
Iberdrola organizó una visita el pasado jueves para presentar los principales datos de la recarga. Se sustituirán 192 elementos combustibles, es decir, barras de uranio que son extraídas mediante un brazo mecánico del fondo de una piscina (el agua actúa de aislante contra la radiación), transferidas a la piscina que cubre el reactor, y colocadas en el mismo.
Durante la visita se hace hincapié en la seguridad. Todas las operaciones se pueden realizar por varios métodos, el reactor se detiene automáticamente si comienza a producirse una fisión (rotura del átomo, sistema empleado) descontrolada, y existe un plan de emergencias estudiado al dedillo.
Los operarios que trabajan en las zonas controladas, es decir aquellas donde existe peligro de radiación, llevan puestos unos monos, guantes y un calzado de goma. Asimismo, llevan colgado un dosímetro, que mide la radiactividad que coge el individuo. Cada punto es un microsíver, medida que el gracejo popular ha bautizado como chilindrín y que, por extensión, ha pasado a calificar a los trabajadores de la recarga. El máximo legal anual para cada persona es de 50.000 microsívers.
Trabajar en una nuclear implica cierto grado de cautela. Por eso los operarios, empleados por empresas contratistas que trabajan para la central, deben recibir una formación previa, que después se completa con un curso de protección radiológica en el centro. Según los responsables de Iberdrola, es una norma que se cumple estrictamente, aunque Sergio (nombre ficticio, como el resto de los que aparecen en este reportaje), asegura que en su caso no fue así. "Yo sólo vi dos vídeos, pasé dos tests superfáciles y ya estaba dentro", cuenta.
Sergio no lo está pasando bien en las tres semanas que lleva trabajando, pero las 250.000 pesetas que se sacará de la parada le vienen muy bien para pasar el curso en la universidad. Sergio siente cierta neurosis hacia todo lo relacionado con la radiación: "Sé que un día de estos me va a tocar entrar al pozo seco (uno de los revestimientos del reactor) y ahí voy a pillar muchos chilindrines. Y lo malo de la radiación es que como no se ve, nunca sabes si te estás contaminando".
Parece que es algo que se cura con el tiempo. Andrés, que va por su cuarta recarga, está más relajado. "El primer año sí andas un poco acojonado, pero después ya no". Genaro está más cansado que preocupado por la radiación. Trabaja 12 horas y media al día, seis días a la semana. Con las horas extras completará un sueldo al final de la recarga de medio millón. Su convivencia con la radiactividad se basa en el respeto, pero sin alarmismos. "Yo envío a la ducha a los que pasan por los pórticos y están contaminados. Cuatro de cada cinco que vienen del pozo seco se tienen que duchar. Pero del mismo modo, te digo que 49 de cada 50 de la zona de turbinas no llegan contaminados", asegura.
El 4 de octubre, si el programa se cumple, la central nuclear de Cofrentes volverá a comenzar su ciclo operativo con el aumento de potencia que posibilitarán los nuevos condensadores de varillas de titanio. Brotará de nuevo el vapor de las torres y esa fumata blanca marcará la migración de los chilindrines hasta la próxima estación, dentro de 18 meses.
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