Vida y destino
JAVIER MINAPregunté en la librería Lagun a María Teresa por un libro pero al no tenerlo se ofreció solícita a dejarme el ejemplar que creía tener en casa. No obstante, me dijo, prefería asegurarse de que seguía teniéndolo para lo que telefoneó a su marido José Ramón, José Ramón Recalde. Habló con José Ramón y en cierto modo hablé yo con él, porque María Teresa fue y vino radiándome la consulta e interesándose por un par de precisiones. Finalmente regresó lamentando no poder cumplir su promesa debido al tozudo empeño que ponen los libros en perderse, sobre todo -pensé- cuando se usan con tan estupenda liberalidad.Al día siguiente y poco más o menos a la misma hora, atentaban contra José Ramón. El tan traído y llevado libro -el tan ausente- no era otro que la Antígona de Anouilh.
Un reflejo de José Ramón le salvó la vida, un capricho del destino mezcló tragedia y vida -casi muerte- en un extraño lazo que invirtió los papeles. Desde Sófocles, Antígona es la muchacha rebelde y, Creonte, el tirano provecto. Pues bien, en el afortunadamente fallido atentado de Igueldo, José Ramón hizo de Antígona y la muchacha -dicen que la autora del disparo, y por ello ya vieja y criminal, fue una joven- representaba al Creonte más feroz, al que nunca ha pisado una escena, porque todos los Creontes han discutido con la víctima el porqué de su rebelión, han tratado de convencerle para que deponga su actitud, ninguno ha comenzado por matarla. Ni hasta el peor ha tenido redaños para suprimirla e inventarse los cargos una vez cometido el asesinato.
El Creonte de Sófocles no puede consentir que Antígona haya trasgredido el edicto de no enterrar a Polinices. El de Anouilh, ordena matar a Antígona porque, más allá de achacarle el subversivo enterramiento, no debe tolerar que trascienda su rebeldía. Sólo Antígona se mantiene en una y otra obra fiel a su piadoso acto. Cambiarán los motivos de los tiranos, cambiarán sus justificaciones -hay mil Creontes porque se han escrito mil Antígonas- pero Antígona siempre deberá responder ante el déspota por haber intentado enterrar a su hermano Polinices. El Creonte de Igueldo trataba de castigar con el tiro en la nuca a una Antígona de Igueldo que había enterrado su miedo y proclamaba bien alto la defensa de las leyes primordiales, la adscripción a las leyes que empiezan por el respeto a la vida y ponen los derechos de los humanos por encima de las supuestas y abusivas leyes de las Euskalherrias imaginarias, esas que el fanático visionario inventa sólo para perpetuarse y aniquilar sistemáticamente al contrario.
Cuando el Creonte de Anouilh le tienta a la Antígona de Anouilh con la vida -¿sabe, acaso, que la vida no es más que la felicidad?, ¿acaso ha vivido lo suficiente para saberlo?, ¿por qué no cede e intenta comprobarlo por sí misma?-, la Antígona de Anouilh responde en ese libro que ya no está en la biblioteca de José Ramón y María Teresa: "¿Qué será de mi felicidad? ¿En qué mujer feliz se convertirá la pequeña Antígona? ¿Qué menudencias tendrá que hacer día a día para arrancar con sus dientes el pequeño jirón de felicidad? Dime, ¿a quién tendrá que mentir, a quién sonreír, a quién venderse? ¿A quién tendrá que dejar morir mirando hacia otro lado?".
Javier Pradera también evocaba en feliz coincidencia la figura de Antígona el pasado día 20 para desmontar el falso dilema moral de Balza cuando estas líneas avanzaban hacia su conclusión. Pero Creonte, el cruel, el de verdad, el de las pistolas, no estaba siquiera dispuesto a reírse de semejantes bizantinismos.
Sólo sabe de asesinatos y destrucción. Y ha vuelto a matar. Ha sido en Sant Adriá del Besós. La víctima, un concejal del PP: José Luis Ruiz. En medio de la congoja, sólo puedo sacar de mis estanterías, de las de María Teresa, José Ramón y tanta gente, la Antígona de Sófocles para decirle con Tiresias al Creonte que cree podernos: "No se llevarán ya a término muchos giros del sol antes de que tú mismo seas quien haya ofrecido, en compensación por los muertos, a uno nacido de tus entrañas".
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