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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Días decisivos

José Luis Ruiz Casado, abatido ayer a tiros cerca de Barcelona, es el undécimo concejal del PP asesinado por ETA desde 1995. ¿Habrá personas que celebren este nuevo crimen tomándose "unos cacharros", como dijo haber hecho tras un atentado anterior uno de los miembros del frente político encarcelados la semana pasada? Y los que gritaban "ETA, mátalos" frente a los hijos de la anterior víctima, José Ramón Recalde, ¿considerarán que los pistoleros les han obedecido matando al concejal de Sant Adrià de Besòs? La degradación moral del entorno de ETA es insuperable, y amenaza contaminar a todo el nacionalismo vasco.Estamos ante fechas decisivas para saber si se puede detener esa dinámica de envilecimiento, fruto de la soberbia de unos pocos y del miedo de muchos. Ibarretxe deberá proponer hoy al Parlamento vasco una fórmula de gobierno alternativa al pacto con EH que le hizo lehendakari. Mañana tendrá lugar en San Sebastián la manifestación por la vida y la libertad y en defensa de la Constitución y el Estatuto. Y el domingo Arzalluz deberá responder de las decisiones que han provocado la actual degradación del nacionalismo vasco.

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La discusión sobre si la violencia es un síntoma del problema vasco o el problema vasco mismo divide a los partidos desde hace años, y no es probable que se zanje en el debate de hoy. Pero sería de esperar que quienes llevan dos décadas gobernando en Euskadi saquen la conclusión que se desprende de la experiencia más reciente: que ni siquiera la concesión máxima imaginable por su parte, el abandono de su tradición autonomista para asumir la soberanista de ETA, basta para que los terroristas renuncien a matar e intimidar.

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El amedrentamiento de la población mediante la kale borroka era y es un componente consustancial de la estrategia de Lizarra, como lo fue durante la tregua la amenaza de regreso de los atentados. La hipótesis de que ETA podría diluirse en un soberanismo más o menos rebajado dirigido por el PNV en el marco de Lizarra pudo ser motivo de debate al comienzo de la tregua. Hoy no tiene sentido, porque es evidente que Lizarra no era una vía hacia la paz, sino hacia la independencia con el chantaje de la paz: o se aceptaba el programa de nacionalismo étnico de ETA (que incluía un censo depurado), o volvían a matar.

Fracasada esa vía, cuanto antes lo reconozca el lehendakari menos costosa será, para el nacionalismo y para Euskadi, la inevitable rectificación. No es cierto que el constitucionalismo exija al PNV renunciar a su ideología para establecer acuerdos políticos. Lo que se le exige es el respeto a las reglas de juego; no que renuncie al proyecto soberanista, sino a imponerlo (con el chantaje de la violencia) a quienes no lo comparten. Que hasta para integrarse en un foro que sustituya al de Ajuria Enea exigiera Ibarretxe el acatamiento del principio soberanista (o ámbito vasco de decisión) trasluce una fuerte confusión mental; que se transforma en confusión moral cuando se plantean dilemas como el que paraliza al consejero Balza entre la razón moral (de las víctimas) y la razón legal (de quienes incitan a ETA a matarlas).

Esa confusión es también la que llevó a los representantes del PNV y EA (y a los del BNG) a no suscribir ayer una declaración de los principales grupos del Parlamento Europeo contra ETA. CiU, tras alguna vacilación, sí la firmó. Esta actitud, unida al firme rechazo de la violencia por parte de los independentistas de Esquerra, ilustra la posibilidad de un nacionalismo incluso radical no condicionado por la violencia. El pretexto de quienes se negaron fue que el texto rechaza la posibilidad de diálogo con ETA y su brazo político mientras los terroristas no dejen de matar. Lo cual ilumina retrospectivamente la actitud de los nacionalistas tras la ruptura de la tregua: aunque el alto el fuego era condición para el acuerdo con ETA, la vuelta de los atentados no fue seguida de una ruptura inmediata con Lizarra y sus derivaciones (asamblea de electos, etcétera). Luego se asumía que el fin del pacto podía ser diferente al de la paz: recomponer la unidad abertzale para mantener la mayoría nacionalista.

De ahí que, a estas alturas, la única salida decente del lehendakari sea acabar con el inmovilismo que le ha impuesto su partido y anunciar elecciones anticipadas. No es seguro que ello vaya a aumentar la crispación o que el panorama resultante vaya a ser como el actual. Hay experiencias que demuestran que en situaciones de crisis la perspectiva electoral tiene efectos tranquilizadores sobre la opinión. Y aunque los resultados sean similares, el PNV no podrá repetir sin tregua la alianza con EH. Luego tendrá que buscar otra fórmula de Gobierno, lo que es una condición necesaria para desbloquear la situación actual.

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