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Europa, el continente de la duda

Referirse a la dimensión cultural de Europa es plantear la cuestión de la identidad europea o -más precisamente- de las identidades europeas.¿Deberíamos dudar en agitar el caleidoscopio por temor a ver aparecer en él imágenes fuertes y contradictorias? ¿Es posible reunificar Europa sin preguntarse acerca de esta identidad y sin intentar despertar la conciencia que los europeos deberían tener de sí mismos? Francamente, no lo creo así, aun cuando la empresa pudiese resultar arriesgada y difícil.

No existe duda razonable de que la naturaleza específica de Europa está construida sobre la diversidad, los contrastes y las contradicciones; ya sea con respecto al idioma, la religión, la filosofía, la organización social o, más sencillamente, al clima, la agricultura, la cocina o el arte de vivir.

Recordemos ciertos hechos evidentes en beneficio de todos aquellos que buscan en esto las razones para renunciar al proyecto europeo: todos estos europeos viajan en los mismos aviones, conducen los mismos coches en las mismas carreteras, se alojan en los mismos hoteles y pasan sus vacaciones en las mismas playas.

Cada vez más, comen la misma comida, ven los mismos programas de televisión, se entusiasman por los mismos deportes, se visten de la misma forma y leen los mismos libros. Recurren a las mismas fuentes de información o de reflexión y tienen al menos un idioma común para expresarse, aun cuando éste sea una lengua franca emparentada sólo de lejos con el idioma de Shakespeare o de la reina Victoria.

Pero se puede responder: todo esto se debe más a la globalización que a un progresivo acercamiento de las formas de vida debido a una especie de milagro europeo. Estoy dispuesto a admitirlo, pero de la misma forma propongo que prosigamos nuestra búsqueda de una identidad europea.

Estaría tentado a hacer referencia a nuestra herencia común: la civilización judeocristiana, la democracia de inspiración griega, el derecho romano y la era de la Ilustración. Sin olvidar las contribuciones de aquellos que nos han invadido y ocupado y que, como los hijos del Islam, nos han dejado elocuentes testimonios de sus innovaciones y de su religión.

Pero sigamos adelante. En el famoso Congreso de La Haya, celebrado en 1948, que reunió a políticos e intelectuales que luchaban por una Europa unida, me parece que de repente vimos aparecer la mismísima alma de Europa.

"Europa es una tierra de hombres que continuamente luchan entre sí", declaró en aquella ocasión Handrik Brugmans, que habría de convertirse en el primer rector del Colegio Universitario de Europa en Brujas. "Europa", dijo, "es un lugar en el que ninguna certeza se acepta como verdad si no es continuamente redescubierta. Otros continentes se enorgullecen de su eficacia, pero el clima europeo hace la vida peligrosa, plagada de aventuras, magnífica, trágica y, por lo tanto, digna de ser vivida".

En nuestra búsqueda de la identidad debemos mirar al mismo tiempo hacia el pasado y hacia el futuro. Por consiguiente, creo que, para los europeos, la sensación de ser el continente de la duda y del examen de conciencia perpetuo constituye una ventaja excepcional a la hora de afrontar el reto de adaptar nuestros principios y nuestros modelos de equilibrio entre la sociedad y el individuo a un mundo cambiante.

Jacques Delors ha sido presidente de la Comisión Europea. © Distribuido por Los Angeles Times.

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