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Tribuna:CUADERNO DE TEATRO
Tribuna
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'Cybervodevil' MARCOS ORDÓÑEZ

Marcos Ordóñez

- 1. Trifásicos felices. Fíjense en un detallito. En la mayor parte de simposios, antologías, estudios, sopars de germanor, etcétera, en torno a la nueva dramaturgia catalana no suelen figurar los nombres de Carles Alberola y su cofrade Roberto García, o figuran con una frecuencia digamos que... modulada. Imagino que por dos razones básicas. La segunda, nada casual, es que son valencianos. Vivimos, vaya descubrimiento, en una cultura centralista, y casi todo lo que pasa lejos de Madrid o Barcelona (aunque el tándem que nos ocupa haya cosechado buenos éxitos en ambas capitales) no pasa, o pasa poco. Pero la primera razón, la fundamental, diría, es que Alberola & García son autores de comedias. Y la comedia, el humor, mientras que para unos es "el lenguaje de los dioses", para muchos otros es "teatro de evasión", teatro "comercial". Que, si el diccionario no engaña, es aquél que "funciona en taquilla". Las comedias de Alberola & García, juntos o por separado, conectan plenamente con el público, tienen éxito, y para determinada gente (todos aquellos que, como diría Senfield, piensan que divertirse en un teatro equivale a ser judío y meterle mano a la novia durante la proyección de La lista de Schindler) el humor, sobre todo si va aparejado con el éxito, siempre es un poco sospechoso. (Luego resulta -historia antigua- que los autores calificados de "comerciales" o "evasivos" en su época suelen convertirse en los clásicos de la siguiente. Como, por ejemplo, Noel Coward, de quien les hablaba la semana anterior. O Alan Ayckbourn. O Jardiel y Mihura). Más problemas: su vitalidad, su tentacularidad. Parece que, según el código no escrito de la Gran Literatura, un autor dramático que se precie ha de ser eso y solamente eso. Tiene que escribir piezas dramáticas, y punto. Y, a ser posible, sufriendo como un desesperado ante el tópico horror de la página en blanco, etcétera. En este sentido, el placer creativo que exhalan las figuras de Alberola & García, el aire de estar pasándoselo bomba con su trabajo, ha jugado un tanto en su contra: unos autores que no tienen cara de sufrir no pueden ser serios. Un autor tentacular, que ocupa varias casillas en el tablero y salta de una a otra cada vez que le apetece, pierde puntos, como si se dispersara, de cara a la consideración crítica, siempre más bien cejijunta. Alberola & García son trifásicos felices. Alberola es un formidable cómico, autor de comedias y director de Albena Teatre, que desde 1989 ha estrenado y/o publicado 15 comedias, de las que ha dirigido 13 e interpretado 6. Roberto García, cómico, autor de comedias y director escénico, ha publicado y/o estrenado, desde 1993, 14 textos dramáticos, de los que ha dirigido 5. En 1998, con Joan el Cendrós, desgraciadamente inédita en Cataluña, el tándem Alberola & García se pone en marcha y arroja unos notabilísimos dividendos artísticos y comerciales. En apenas dos años, de 1997 a 1999, escriben cuatro textos teatrales y dos series de televisión. Con la entrada de Roberto García, el humor de Alberola abandona un tanto la sentimentalidad confesional, a veces un poco excesiva, de sus anteriores trabajos, se radicaliza, se reconcentra, y se acerca más a Neil Simon y a las grandes sitcoms televisivas norteamericanas, de Susan Harris a Jerry Seinfeld. Ustedes ya conocen Besos, aquel insólito musical à la Dennis Potter, con el repertorio de la canción ligera española de los últimos 20 años como referente o subrayado constante, que se presentó en el Festival de Teatro de Sitges de 1999 y triunfó en el teatro Poliorama de Barcelona por las mismas fechas en que acaba de estrenarse la nueva comedia de la pareja, 23 centímetres, que han de correr a ver si no les fatiga la proporción de tres carcajadas por minuto. - 2. Sexo oral. La temporada, pues, no podía haber comenzado mejor, para mi gusto: una comedia clásica en el teatro Borràs, Vides privades, de Coward, y una comedia nueva, 23 centímetres, en el Poliorama, que también tiene todos los números para eternizarse en cartel. Si conocen Closer, el clásico instantáneo de Patrick Marber (que, por cierto, tenía que haber dirigido Tamzin Townsend, de baja por maternidad, en el mismo Poliorama), les diría, para marcar un poco el terreno, que 23 centímetres se parece un poco a lo que podría hacer Alan Ayckbourn, el primer Ayckbourn, el de los enredos endiablados (Relatively Speaking, How the other half loves) con el tema de Closer, que en cierto modo jugaba con el sexo real, el sexo oral y el sexo cibernáutico.

Los 23 centímetres del título aluden a las dimensiones priápicas de Óscar (Abel Folk), un ex carpintero que se alquila como gigoló por horas (incluso por semanas), una auténtica sex machine, a través de una página de Internet, Golden Man, mientras su mujer, Noelia (Anna Azcona), se encarga de la gestión comercial de esta "petita empresa unifamiliar". El tercero en concordia es Ferran (Josep Julien), guardaespaldas y adorador de Óscar, que recibió el balazo de un marido celoso al interponerse entre ambos, y el enredo comienza cuando los celos se interponen precisamente entre Óscar y Noelia, amenazando su futuro sentimental y, sobre todo, profesional, a través de una misteriosa internauta que entra en el chat de Óscar con el nombre de guerra de Bella. Bestia es, por supuesto, Óscar y su miembro descomunal, pero ¿quién puede ser Bella? ¿La internauta que se hace llamar Caputxeta (Marta Marcó), poseedora de una pierna ortopédica "de roble pulimentado", que ríanse ustedes de la de Tristana? ¿O Teresa (Isabel Rocatti), una dentista en celo apodada La Viuda Negra por su constante furor uterino? Alberola & García definen 23 centímetres como "una documèdia sexual on tothom menteix i res no és el que sembla", y que bien podría considerarse el primer cybervodevil de la historia del teatro catalán (o valenciano, no nos pelearemos por eso). Durante la primera media hora de función, Alberola & García parecen concentrarse en el dibujo de los personajes y las situaciones básicas, con un diálogo en el que el 90% de las frases son brillantes, divertidísimas. Pero cuando todo parece que va a quedarse en un humor puramente verbal -que tampoco es moco de pavo- se produce un inesperado giro de la trama, que naturalmente no revelaré aquí, y la comedia entra, decididamente, en el territorio Ayckbourn (escenas simultáneas, en los mismos espacios y tiempos distintos) al que me refería más arriba; un giro estructural tan hábil y tan inteligente como el de Cuando tenga un hijo, el más celebrado sketch de Besos. Por esta vez, Carles Alberola, habitual director de sus espectáculos, ha cedido la batuta a uno de nuestros mejores directores de comedia, Josep Maria Mestres, un rey del timing que aquí vuelve a estar a su altura acostumbrada, sin dejar escapar un gag ni un efecto. Por si a alguno/a todavía no les suena ese nombre, bastará con citar algunos de sus éxitos: Es el hombre que dirigió, entre otras, Kràmpack, de Jordi Sánchez; Dakota, de Jordi Galcerán; Klowns, de Monti & Cía.; No és tan fàcil, de Paco Mir, y aquel insólito Fashion feeling music del Teatre Lliure, la temporada pasada, donde se reveló, al menos para mí, Marta Marcó, una excelente cómica que aquí está muy bien, pero quizá tiene el papel más funcional, menos desarrollado, para mi gusto, de la función. El equipo técnico de 23 centímetres, una coproducción de Bitó/Albena/Ges Management es de primer orden: bravo por la escenografía y diseño de vestuario de Montse Amenós, la iluminación de Ignasi Morros y la música de Carles Puértolas.

Hablemos ahora de los restantes miembros (con perdón) del equipo actoral. Abel Folk, que precisamente se reveló también como galán de comedia (me encanta utilizar esta expresión) a las órdenes de Mestres en A l'est de qualsevol lloc, de Edward Thomas (y luego brilló en Pel davant i pel darrera, el clásico de Frayn, dirigido por Alexander Herold, y de nuevo en Dakota), está perfecto de ritmo, de naturalidad, de vulnerabilidad. Anna Azcona, una actriz muy atractiva, muy poderosa y por lo general muy desaprovechada, nunca ha estado, para mi gusto, mejor que aquí. Lo mismo puede decirse de Isabel Rocatti, quizá con un juego un punto más convencional, pero igualmente efectivísima. Y el que ha pegado un subidón es Josep Julien, el guardaespaldas Ferran, un papel bombón: Josep Julien, que estaba un tanto opaco (o externo, como nos gusta decir a los críticos) en La presa, de Conor McPherson, en el teatro Romea, está impecable, divertidísimo y conmovedor, en una línea -ya sé que cualquier actor detesta las comparaciones, pero no cuando son para bien- cercana a la mejor faceta de clown melancólico de Manel Dueso. Como suele decirse en estos casos, hay comedia para rato. Y recuenten luego, si les apetece, la frecuencia de las carcajadas.

P. D. Cuando lean esta página yo estaré, espero, de vuelta de Londres, del comienzo de temporada; espero también haber vuelto con un botín de altura: las nuevas comedias de Ayckbourn, David Hare y Yasmina Reza, y el Hamlet del gran Simon Russell Beale, entre otras. Ya les contaré.

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