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Tribuna
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Necrológica

Miquel Alberola

El pasado lunes murió en una jaula del zoo de Valencia el chimpancé Tarzán. Rondaba la cuarentena y fue a expirar sentado en su cubil, del mismo modo que acostumbran a hacer algunos ancianos en los casinos, en medio de una partida de tute. También él era un anciano, el más venerable de los animales cautivos exhibidos en el presidio destartalado de Viveros, donde nunca conoció a nadie de su especie ni tuvo consciencia de pertenencia a nada que no fuera su jaula y sus propios excrementos. Durante todo este tiempo ha sido uno de los horrores más atractivos de este lugar. Detrás de las rejas, o del cristal blindado de los últimos tiempos, ha sido observado por varias generaciones de valencianos, que en el mejor de los casos sólo querían reírse de él. Otros, iban simplemente a desfogarse lanzándole piedras, colillas, esputos o anfetaminas, mientras algunos pervertidos muy respetables se excitaban ante sus enfermizas masturbaciones convulsivas, producto de la locura en que lo había sumido el cautiverio que se le impuso desde los tres años. Su cara de alumbrado, colgado del caucho de una cubierta de neumático, producía una honda tristeza entre los niños, a los que no se les escapaba que su único síntoma de pureza era su mirada líquida, en cuyo fondo brillaba una remota estampida de impalas muy amarilla. También él ha observado desde 1965 la evolución de la biodiversidad local con el mismo espanto, mientras se pasaba la mano por el mentón, se rascaba una oreja, se fregaba un ojo y bostezaba a modo de conclusión, como hacen algunas eminencias en cualquier debate de política general de las Cortes o en los plenos del Consell Valencià de Cultura. Ahora, la última crueldad que se le ha dispuesto es que un taxidermista diseque su cadáver para que continúe expuesto en ése u otro presidio y que la humillación le acompañe más allá de la muerte, que era la única liberación que le era posible. El presidente Zaplana tendría que darle la Alta Distinción de la Generalitat a título póstumo. Otros monos con bastantes menos méritos la llevan colgando.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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