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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La llama de Sydney

Es la segunda vez que los Juegos Olímpicos de Verano se celebran en Australia. Los de Melbourne, en 1956, estuvieron seriamente alterados por un suceso político (la intervención soviética en Hungría), como ocurrió con frecuencia durante la guerra fría. Hoy, los Juegos se han convertido en un acontecimiento planetario rodeado de una auténtica gigantomaquia comercial. Sydney batirá todos los récords de inversión y de negocio. Éstos serán los Juegos de Internet, puesto que se calcula que, con la diferencia horaria, habrá unos 6.500 millones de visitas a la red desde Europa y América.La propia Australia es también muy diferente de la de 1960. La isla-continente no es ya un país impolutamente blanco y anglosajón, sino que recibe una creciente inmigración del mundo asiático circundante; hoy tiene un nuevo sentido de sus responsabilidades sobre los aborígenes, a los que maltrató en el periodo colonial y aun mucho más recientemente; debate sobre su condición monárquica, y sobre todo se percibe en el país una seguridad internacional en sí mismo, en nombre de la cual tiene a 2.000 soldados velando, según el mandato de la ONU, por la formación del nuevo Estado independiente de Timor Oriental. Aunque ha habido disfunciones menores, como un injusto reparto de entradas y algunas deficiencias en el transporte a las instalaciones olímpicas, se coincide en que Sydney no va ser el caos provinciano de Atlanta. Más de 50.000 voluntarios recorren la ciudad enfundados en flamantes uniformes azul eléctrico para que nadie se pierda lo que no quiera perderse, y cabe decir que Sydney se ha puesto ya a la hora de los Juegos que hoy oficialmente comienzan.

¿Y los españoles, que abandera el laureado waterpolista catalán Manuel Estiarte? Mucha agua ha corrido bajo los puentes del peso deportivo de España en el mundo. Tras Barcelona 92 y Atlanta 96, pensar en menos de 15 medallas parecería modestia innecesaria. Aunque nadie cree ya que sólo competir lo justifique todo, no es bueno fiar el orgullo nacional a los metales olímpicos. Mejorar cada cuatro años es deseable y posible, pero batirse con dignidad, razonable expectativa de victoria y entrega indudable deberían más que contentarnos. ¡Que arda la llama y empiece la competición!

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