La venganza de los cobardes contra un ciudadano valiente
Probablemente la persona mas adecuada para escribir con serenidad -en los dramáticos momentos siguientes a la perpetración del atentado criminal de que fue objeto anoche- sobre la figura de Ramón Recalde no debería ser un amigo íntimo. En cualquier caso, el alivio de saber que se encuentra ya fuera de riesgo aleja el peligro de turbaciones emocionales innecesarias para hacer la semblanza de una de las mas admirables figuras del paisaje civil del País Vasco desde hace cuatro décadas; sólo los asesinos fanáticos del nacionalismo radical podían haber dirigido el arma contra su prestigio intelectual, sus luchas por la democracia bajo el franquismo y su actual compromiso con las libertades.Ramón Recalde y su mujer María Teresa Castells Arteche (que diariamente ofrece el testimonio de su coraje en la Librería Lagun de la Plaza de la Constitución donostiarra) se enteraron del asesinato de Juan Mari Jaúregui en una cafetería de San Vicente de la Barquera: su dueño nos dio la noticia a media mañana del 29 de julio. La ominosa presencia de la muerte no podía sino dominar nuestras conversaciones durante las horas y los días siguientes; otros amigos comunes -Francisco Tomás y Valiente, Fernando Múgica y José Luis López de Lacalle-figuraban ya en la lúgubre estadística de las 800 víctimas de ETA. Al hilo de la charla resultaba obvio mencionar la falta de protección de Ramón y María Teresa, residentes en una villa situada en un caserío disperso de la ladera norte de Igueldo. La resuelta decisión del matrimonio de continuar viviendo -pese a todo-en San Sebastián no era fruto de la inconsciencia o de la resignada espera a un desenlace fatal inscrito en el destino; representaba, por el contrario, la solidaria manera de luchar con su presencia y con sus esfuerzos para impedir el cumplimiento del proyecto de aniquilación física de los discrepantes y de construcción de una sociedad totalitaria que el nacionalismo radical quiere imponer al País Vasco. Después de visitar al cabo de unos días con otros amigos el caserío de Zabalaga, donde Chillida ha reunido una muestra de su trayectoria artística, la poderosa carga simbólica de las creaciones del escultor vasco nos devolvió a las reflexiones sobre el significado de la existencia y de la muerte.
Vivir en una ladera de Igueldo, tener un bufete de abogado en la calle Loyola, dar clases en la Universidad del ESTE y atender una librería en el corazón de la Parte Vieja donostiarra no exigen sólo valor físico sino -sobre todo- coraje moral. Las críticas al Gobierno de Vitoria por haber desprotegido a uno de sus antiguos miembros (Ramón Recalde fue consejero de Educación y de Justicia entre 1987 y 1994 bajo la presidencia de Ardanza) deben extenderse forzosamente a la generalizada inseguridad padecida por la parte -mayoritaria-de la población vasca que no se halla amparada por el detente bala del nacionalismo. Nadie puede dudar que si Ramón Recalde fuese el lehendakari del País Vasco -una posibilidad fácilmente imaginable en una situación de normalidad democrática- habría tomado las medidas necesarias para evitar que sus antiguos compañeros de gobierno (entre otros Juan José Ibarretxe) regresados a la vida privada pudieran ser asesinados.
Ramón Recalde comenzó su militancia antifranquista a finales de los cincuenta en ESBA, organización integrada con el Frente de Liberación Popular (FLP) que serviría después de cantera a los demás partidos de la izquierda. Las contribuciones teóricas de Recalde al nacionalismo vasco democrático y de izquierda recibieron el feroz ataque de los ideólogos del nacionalismo identitario -moderado o violento- de raíz sabiniana; sus libros, conferencias y artículos fueron decisivos, sin embargo para la evolución hacia la racionalidad, la tolerancia y las libertades, durante los años sesenta y comienzos de los setenta, de algunos significados ex militantes de ETA. Años después, el carné del PSOE no le privó en ningún momento de la independencia de espíritu y de la entereza ética que han marcado toda su trayectoria política; las irregularidades del Servicio Público de Salud Pública, que salpicaron a algunos dirigentes socialistas, motivaron su dimisión como presidente de la Comisión de Ética del PSOE vasco.
Junto al coraje civil y al valor moral de ese donostiarra capaz de continuar paseando por su ciudad pese al riesgo de ser asesinado, los motivos dados por Recalde a sus frustrados verdugos para atentar contra su vida han sido la limpieza, rectitud y decencia de su ejecutoria como militante antifranquista ayer y como vasco constitucionalista hoy. Salvajemente torturado y encarcelado bajo la dictadura por defender las libertades y los derechos de sus compatriotas, casi cuarenta años después ETA le ha distinguido con el honor de elegirle como objetivo de un atentado alevoso. Pero mientras Ramón Recalde y María Teresa Castells -y tantos otros millares de héroes anónimos -continúen dando testimonio en el País Vasco de su compromiso con la democracia y la libertad, seguirá existiendo esperanza para un futuro de dignidad y de paz: siempre, claro está, que los ex compañeros de Recalde en el Gobierno de Vitoria cumplan con el deber de proteger sus vidas.
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