Valencia turística
No diré que esperaba agosto como quien espera a Godot, pues bien sé, aunque sólo sea por experiencia, que agosto llega siempre y Godot no llega nunca.Agosto era el modesto objeto de mi nada oscuro deseo: una relativa paz y silencio... en Valencia ciudad. Cierto que me temía las zanjas y el progresivo aumento del tráfico incivil de los últimos agostos. Ha sido peor de lo que me figuraba. Justo enfrente de mi casa, los martillos neumáticos de una casa de construcción asolaron el paisaje acústico. Añádase a ello la orgía de los coches discoteca -hay un largo semáforo en el cruce- y el estruendo informal de los ciclomotores supongo que trucados. A menos tráfico, menos urbanos (¿había alguno en mi barrio?) y más orangutanismo y usted ensordezca y reviente del ruido y la furia; que la molestia económica se paga en dinero y en especies. Paciencia y barajar.
En efecto, barajé vías de escape, pero sin convicción, pues mi marrido saldo prohíbe alegrías. Pero además, ¿adónde ir? ¿A una playa? ¿A soportar el ruido de la jarana y a ver, como poco, el humo de los incendios? ¿A una de esas casas de labranza que admiten huéspedes? Suelen estar rodeadas de bosque y malo si está intacto, malo si está quemado. Además me vi jugando al mus, previo aprendizaje. Luego te despierta el rodar de un carro, un rebuzno o los pájaros, que para saludar el alba no dejan dormir ni a Dios ni a Roque.
De este país no salgo ni con la cartera bien llena. ¿Ir adónde? ¿A sitios en los que uno ha vivido? Eso es provocar la nostalgia o peor todavía, el desencanto. ¿Una visita rápida a lugares inéditos, de estos que según Fromm el turista ve con los ojos de la cámara? ¿Quién no se ha tragado el mundo entero en documental tras documental? Lo único que difiere es la vivencia, a la que García Morente, sin embargo, le confiere una importancia típica de su mente filosófica. Cierto que los inefables se pasan dos días en una ciudad extranjera y luego se descuelgan con artículos en los que late el alma del tal lugar.
Agosto, Valencia ex silenciosa, aire acondicionado en mi pequeño recinto. Dice un personaje de Baroja que todo lo artificial es bueno y todo lo natural, malo. (Pase, aunque esta clásica distinción es falsa. ¿Por qué es natural la canoa de un indio y no un submarino atómico? Ambos son productos de la manipulación y transformación de la naturaleza. ¿No hay mucha tecnología en el vaciado de un árbol para hacerlo navegable? ¿Dónde está el límite entre lo natural y lo artificial?).
Oh, Valencia en un agosto de antaño y con frío artificial en casa. Pero sobornaré mi perfectamente sobornable vena lírica. Si nos han aniquilado el placer o al menos la ausencia de un dolor a los amantes de la ciudad razonablemente desierta y silenciosa, por otro lado, albricias, nos las están convirtiendo en una plaza turística en agosto. ¡Todo sea por al PIB! Pero, hay que decirlo, Valencia todavía echa el cierre en agosto. A pesar del Palacio de Congresos, a pesar de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, del hemisférico... Si bien al gran complejo todavía le falta darle fin y remate, no se diga que se dieron más prisa en construir la catedral de Colonia. Pero con lo que había y lo que hay, ya asoma el turismo estival. La oferta cultural sigue siendo mínima, museos aparte; pero tenemos el Bus Turístic, un pequeño detalle que, sin embargo, facilita mucho las cosas al visitante que desea echarle una ojeada de conjunto a la ciudad. Ya no hay razón para ver a los turistas arrastrándose penosamente de aquí para allá y de acá para allí, o sea, sin salir del sitio ni saber adónde diablos encaminar sus pasos. Pena me daban. Ahora, la elección es suya.
Con todo y con eso, la ciudad sigue cerrada poco menos que a cal y canto. Nuestros comerciantes, nuestros restauradores y demás potenciales beneficiarios del turismo, o no han descubierto el posible filón o no tienen el menor interés en descubrirlo. Antaño nos preguntábamos si Valencia echaba el cierre porque no había turismo o si no había turismo porque la ciudad echaba el cierre. ¿Es todavía procedente este interrogante? ¿Tenemos una iniciativa privada que es más privada que iniciativa? Darán excusas, pero ahí está el ejemplo catalán para echarlas por tierra. En Cataluña, ciudades como Tarragona, Barcelona y la misma Lleida, crearon la oferta apenas atisbaron la demanda. ¿No creemos que podemos emular no ya a Barcelona, sino ni siquiera a Tarragona, Lleida o Girona? Leo en la prensa catalana que en esas ciudades "prácticamente nadie tiene vacaciones en agosto". Algo exagerado parece, aunque la afirmación se refiera sólo al sector servicios. Pero, "en Tarragona no hay diferencia de actividad entre el mes de agosto y el resto del año. Es prácticamente imposible encontrar un comercio o empresa con el letrero de cerrado por vacaciones... Hace unos años, el gremio de panaderos organizaba turnos de vacaciones entre las panaderías de las ciudades para que ningún barrio quedara desatendido. Las cosas han cambiado. Ya no hay turnos. Abren todas (las panaderías) o prácticamente todas durante todo el año". En Lleida, de más de tres mil comercios cierran el diez por ciento. En cuanto a Girona, "la inmensa mayoría de las empresas sigue funcionando durante todo el verano". Si hablamos de Barcelona, pocos se toman el mes entero de vacaciones en agosto, y algunos sectores, como el de las salas de cine, hacen su agosto en agosto. Es el mes con mayor audiencia y se prodigan los estrenos. En los que respecta a los barceloneses, salen una o dos semanas y el resto del periodo de descanso lo pasan en la ciudad. Abunda la oferta cultural.
En Valencia también cada año se queda más gente. No sé si se han hecho estadísticas, pero si no, deben hacerse para lo que pueda servir. A ojo de buen cubero, en mi zona disminuyó el tráfico alrededor de un tercio lo suficiente para darles más cancha a los malditos ciclomotores. Pero ya puestos, sepamos aprovecharnos, sepamos convertir Valencia en una mediana potencia turística. (En mi tramo de calle y adyacentes no había un solo establecimiento abierto). No aspiro a que en mi ciudad el turismo sea la primera fuente de riqueza, como para cierto asombro mío me entero de que sí lo es Barcelona. No le haremos la competencia a París, a Florencia, a Praga, porque la nuestra, a qué engañarnos, no es una ciudad monumental, sino una con joyas arquitectónicas dispersas. Con todo, surgen nuevos hoteles y las pernoctaciones se han disparado espectacularmente. Por algo será, sabemos qué es y hay que potenciarlo. No llegaremos muy lejos si el sector público no redobla los esfuerzos y el privado no empieza a creer lo que se atisba.
Lo escribo con la triste fe del convencido de que no volverá a sentirse dichoso (es un decir) en una ciudad ex silenciosa y ex solitaria. Otro paraíso perdido.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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