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An(n)e

MATÍAS MÚGICA"El rey don Juan Carlos y la tripulación del Bribón resultaron vencedores en la Copa del Rey de vela, celebrada ayer en Palma de Mallorca..." Adivinen ustedes: ¿de quién es esta voz? ¿Quién celebra así a nuestra realeza? ¿quién se pirra por el deporte de postín y por las peripecias de esta gente que se viste tan raro: náuticos, bermudas, polo azul marino? ¿Matías Prat? ¿Es, tal vez, Terelu Campos? No, ninguno de los dos; pero por ahí va la cosa: ella es también, o va de, como ellos, ñoña y frívola, snob y cutre (combinaciones, es verdad, poco informativas por corrientes), ella es, lo habrán adivinado, cronista de sociedad en la televisión, pero ella, oh asombro, es de casa, es de aquí, que diría el Patriarca. Ella es la portentosa, la pulposa, la guapa pero tal vez algo sosa, ¿quién si no? Anne Igartiburu, presentadora del programa Corazón de verano, o como sea que se llame.

No queda ahí la cosa: tras el vistazo al reyerío, el programa sigue su andadura y se lanza, cual Bribón, al proceloso ponto del glamour más cutre: Antonio Banderas pasea por Málaga a su legítima, jamona ya medio mojama, declarando a todo trapo un poco de esto y de lo otro. Isabel Pantoja, mujer que, según dice el sulfúrico Terenci, gusta a todos los camioneros y a todas las camioneras, inaugura restaurante, y en la piedra fundacional del comedero, introduce, junto a un osito de peluche de su niño, un rizo de Paquirri (sin verlo, intuimos un temblor conmovido en los labios de Anne). Simoneta Gómez-Acebo, predestinada por el rumor mántrico de sus apellidos, hace algo, no recuerdo exactamente qué, que despierta un gran revuelo en el gallinero. Se va acercando el final del programa, y conseguida ya, merced a toda esta estimulación tan variada y sostenida, una meseta orgásmica de altura comparable a la tibetana, un último envite de la Igartiburu nos precipita en el orgasmo: la familia Grimaldi, Dios mío-Dios mío, inaugura, me viene-me viene, ¡la gran Gala de la Cruz Roja! El oscilógrafo sale al centro del corro y se marca un zapateado de enloquecidos picos.

O sea: no me interpreten mal. Todo esto que digo de orgasmos y excitaciones debe entenderse figuradamente, tanto al uno como al otro lado de la pantalla de plasma (por supuesto), es decir, sin perder la compostura, con esa serenidad de diosa sanota de la mondragonesa, con ese fulgor marmóreo de su cutis (lleva, gracias Señor, traje sin mangas). Anne Igartiburu es Afrodita, Afrodita Chafardera, diosa de los mil ojos, mil oídos y mil bocas, todas dignas de mejor causa que el cotilleo fino (ténte lengua, que te pierdes).

A mí, no se les habrá ocultado, me gusta Anne Igartiburu. Y escribo este artículo para declarárselo a ustedes. Y también para protestar por su destierro o, mejor dicho, su secuestro en tierras del Paisazo, en Madrid nada menos, asunto del que no oigo que se haya hablado en las conversaciones del PNV con Mayor. Uno se pregunta: ¿pues de qué habrán hablado entonces? Ya se lo digo yo: de tonterías. Anne, hace unos años, cuando estaba todavía entre nosotros, se llamaba, si no recuerdo mal, Ane, a lo vasco, y se estrenaba entonces en la cosa televisual en nuestra querida Tele-en-vasco, del brazo, qué brazo, del mejor hombre orquesta de este lado del río Bidasoa: Patxi Perurena.

Pero la carne es débil y los persas, que no nos pueden ver y siempre están al acecho para llevarse a casa a algún griego renegado (miren, si no, lo de Juaristi), le sorbieron el tarro para que se fuera a triunfar a la corte del Gran Rey. Y An(n)e cedió. En el camino, allá por Burgos, según se iba quitando el traje de pospoliña (visión enfebrecedora) y repasaba la conjugación de los verbos castellanos, se le pegó otra n: Anne.

Al Gran Rey, -rayban, bermudas, náuticos torturándole los quesos sobre el puente del Bribón-, lo vasco, por lo visto, le parece basto, prefiere lo francés. No se lo reprocho, yo también, sobre todo en cuestión de mujeres y de gastronomía. Anne, pues, pronunciado An, en una sola sílaba. No me comparen.

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