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Terrorismo y nacionalismo ANTONIO ELORZA

Antonio Elorza

A veces leer produce tristeza. Apenas repuesto del golpe que supuso el domingo pasado la presentación de Jorg Haider en EL PAÍS Semanal como prototipo de modernidad mal entendida, tropiezo el viernes 1 de septiembre con un artículo del profesor Culla i Clarà, Lo malo del terrorismo, donde bajo el conocido recurso de que ya está todo dicho en torno al nacionalismo vasco en su relación con ETA, fabrica ese artilugio habitual del pensamiento reaccionario que es la amalgama para poner en entredicho a todos aquellos que desde los más distintos puntos de vista se oponen visceralmente a ETA y al nacionalismo vasco. Sería la degradación del debate ideológico-político. Y allí me encuentro yo, nada menos que al lado de quienes proponen matar a los etarras como ratas, entre afectados por el error de querer "combatir la patología (es decir, ETA)", extirpando "el órgano entero (o sea, deslegitimar la cultura nacionalista en su conjunto, desde las ikastolas hasta los nombres de pila en euskera)". Supuesto que siempre he tenido una estima intelectual hacia el profesor Culla, que creía recíproca, lo cual implica la exigencia de eliminar el navajazo en el debate intelectual; que desde su formación he defendido la existencia de las ikastolas, cotizando en ocasiones para ellas; que mi único hijo lleva el nombre inequívocamente español de Ander Haritz y que en mi vida he escrito una sola línea contra la existencia de una nación vasca, esa afirmación, y lo que viene después, me parece, como poco, disparatada. Comprendo que desde un enfoque catalanista, tener vía pacto de Barcelona un primo tan incómodo como el PNV y Lizarra mediante unos sobrinos tan cargados de crímenes como ETA-EH-HB resulta incómodo y viene bien recurrir a la exhibición de las aberraciones españolistas para quedarse tranquilo; a mi juicio es mejor sentar las diferencias y poner de manifiesto que la construcción de la nación, en Cataluña o en Euskadi, nunca puede salir de las vías democráticas. Querido Culla, el problema para vosotros y para nosotros, no es Sabino Fernández Campos, es Arzálluz. Además por supuesto de ETA.¿Oposición a la cultura nacionalista vasca? En su versión sabiniana, sin duda sí. Muchos no creemos que la txalaparta descubierta hace 30 años sea la expresión del alma vasca inmemorial. El aurresktku, las niñas con su pañuelito disfrazadas de hilanderas, los segalaris, igual que ocurre en Cataluña con la sardana o los castellers, son elementos de una identidad, pero no el núcleo sacrosanto de la misma. Defendemos las ikastolas, pero no la visión de Euskal Herría que transmiten, como si siempre hubiera existido esa entidad oprimida por Francia y por España. La evolución histórica de la nación vasca es dual, en términos políticos y culturales, con su vertiente euskaldún y su vertiente de expresión castellana, con Unamuno y Sabino Arana, con el vasquizado Indalecio Prieto y José Antonio Aguirre, con Ibarrola, Chillida, Aresti, Arzálluz, Onaindía, Bernando Atxaga. En suma, una pluralidad de posiciones políticas que se refleja elección tras elección y contra la que lucha con aliento y métodos nazis el nacionalismo neosabiniano de ETA, de Otegi y Egibar. Es a esa versión de la cultura nacional vasca, inspirada en la exigencia del exterminio del otro, a lo que muchos nos oponemos, como lo hicieron José Luis López de Lacalle o Jaúregui. Y les matan y los pueden matar. Creo que la situación es lo suficientemente dramática como para que quien trate de atacar a los que defendemos otra visión de Euskadi piense dos veces lo que escribe, si es un demócrata, antes de abrir el ordenador.

Por otra parte, si de algo sirve la historia es para salvar el pasado de la tiranía del mito. La acusación concreta de que es incierto que corresponda al "cartón piedra" elaborado por Sabino la creación del "contencioso vasco" hoy esgrimido por ETA y por Ibarretxe, cae por su propio peso, y si Culla conoce mi obra, algo habrá podido entender (La religión política, 1995; estudio preliminar a La historia de ETA, 2000). Si mis argumentos son falaces, sólo tiene que rebatirlos, pero no atacar desde una observación trivializadora. ¿Cómo muchos vascos siguen las ideas de Sabino? Pregunta como respuesta: ¿cómo muchos alemanes y muchos italianos siguieron las de Hitler o Mussolini? Porque estamos en ese terreno, el de las religiones políticas de signo totalitario -y no olvidemos a los Milosevic, Karadzic o Tudjman-, donde la explicación se encuentra en el análisis de los movimientos sociales y políticos. El profesor Culla debiera leer a Sabino Arana, a Arzalluz y a Egin o Gara, al lado del Mein Kampf, y luego buscar él mismo las explicaciones, antes de proyectar su inseguridad en la descalificación apresurada del otro.

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