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Juego de oro

Madrid fue siempre fardón y de Barcelona dijo don Miguel de Unamuno que era una ciudad "fachendosa". Lo confirma ahora la lista del gasto que han hecho los clubes de las distintas ciudades en la compra de jugadores de fútbol para la temporada. El Real Madrid ha doblado el presupuesto de su rival, con el ademán ampuloso de quien pide al camarero que le ponga unas raciones de jamón de pata negra y, de paso, "que invite a los señores". Barcelona no es tan rumbosa. A mi amigo Javier Pradera le dijo un día el poeta Salvador Espriu: "Desengáñese, Javier, aquí no se gasta nunca más de mil pesetas". A Felipe González le oí decir un día: "Admiro a los catalanes por su innata aversión al despilfarro".Pero las cosas han cambiado. Ha llovido mucho desde que Ramón Gómez de la Serna escribió: "Madrid es de un desinterés supino", redondeando el diagnóstico con otra greguería: "El comercio madrileño se conforma con vender un lápiz al día". El genoma madrileño es ahora incomparablemente más comercial y está tan "por el negocio" como el genoma catalán. Y el segundo es casi igual de manirroto que el primero. El señor Núñez me sorprendió una vez al decir que, si quisiera, él podía comprar el Real Madrid.

El fútbol ha pasado de ser un juego de muchachos a una representación de circo. Sólo que los saltimbanquis no cobran tanto. Es bonito, pero no tiene nada que ver con el fútbol, porque antes a un jugador le regalaban un par de buenas botas de piel de becerro por temporada y ¡a dejarse la propia en el campo! El único club que a mí me reconcilia con el fútbol que yo conocí y hasta jugué es el Athletic de Bilbao. Existió antes que ningún otro y era ya grande en la época en la que los jugadores se trataban de usted. Era, es, el mejor representante de la "furia española". No compra jugadores, y no será porque los bilbaínos no sean rumbosos, como los del chiste, que iban a chiquitear vestidos de escoceses porque, decían, "así nos cobran más". Mi imposible deseo es que con cero pesetas se pueda ganar la Liga.

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