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Perdidos en casa

No se sabe mucho de la mujer con la que empieza esta historia, sólo que tiene ochenta y cinco años, que está enferma, hace unos días escapó de un hospital y estuvo más de trece horas perdida, caminando sin rumbo por los montes de San Martín de Valdeiglesias. Después, la encontraron. Eso es todo. Eso era lo único que salió en los periódicos del fin de semana, en un texto insignificante de cinco o seis líneas.¿Quién es esa mujer? ¿De qué o quiénes intentaba escaparse y adónde quería regresar? ¿En qué trabajaba antes de perder el juicio o la memoria? ¿Cuál fue su vida antes de todo esto? No sabemos nada de esa mujer, pero, si nos lo propusiéramos, quizá podríamos inventárnosla, buscarle un nombre y una profesión, atribuirle unos hechos y buscar caminos que la traigan hasta donde ahora está. Más o menos, ésa es la forma en que escribió Milan Kundera su novela La inmortalidad: una mañana, mientras esperaba a un amigo en el bar de un gimnasio de París y veía a los nadadores que se zambullían en la piscina del local, se fijó en una señora de sesenta o sesenta y cinco años que le pareció exacta a cualquier otra hasta el momento en que, al despedirse de su instructor, lo hizo con una sonrisa y un gesto encantadores, juveniles, con un ademán propio de una adolescente. Kundera recompuso e imaginó la extraordinaria historia de esa mujer a partir de ese gesto y el resultado fue ese libro, una de las obras maestras de la narrativa contemporánea.

En el caso de nuestra mujer, no vamos a ir hasta tan lejos, por ahora sólo vamos a utilizarla como metáfora extrema de muchos de nosotros, de todos los que hoy mismo, a lo largo de este día inverosímil que se llama 31 de agosto, han regresado o regresarán poco a poco a la ciudad y a su casa para sentirse perdidos y deambular por sus vidas igual que sonámbulos, sin saber muy bien, lo mismo que la enferma fugada del hospital, ni quiénes son ni adónde ir.

La gente entra en sus casas y todo lo que ha pasado en el verano se vuelve mentira, se vuelve remoto y casi ficticio: ¿Qué es una playa? ¿Cómo se puede describir la sensación de caminar descalzo sobre la arena? ¿Quién era esa familia que paseaba junto al océano, se vestía con ropas escasas e informales y usaba nuestros nombres?

Dicen que esa clase de preguntas también es una enfermedad; que el síndrome del regreso resulta en algunos casos insoportable, las depresiones son muy frecuentes y muy dañinas en esta época, tanto que empiezan a convertirse en un serio problema laboral. ¿Qué me pasa, doctor?, preguntan en la consulta del ambulatorio la mujer o el hombre que se sienten morir, que se hunden en las arenas movedizas de lo conocido, se ahogan amargamente en el agua oscura de los días laborables, de las horas lectivas. Y el médico no sabe qué responderles, no puede contestar:

-Tranquilícense, no es nada grave, lo único que les ocurre es que han vuelto a convertirse en ustedes mismos.

El médico no puede hablar de esa forma, pero si lo hiciese estaría diciendo la verdad. Les estaría diciendo: "Han regresado a lo que son y eso hace que se sientan diminutos, que se sientan perdidos". ¿Cómo puede uno perderse en su propia vida? Es muy fácil, basta con alejarse un poco de ella. En un relato del escritor y director de cine David Mamet, un hombre que vive fuera de la ciudad sale a dar un paseo por el bosque, anda despreocupadamente bajo los árboles y disfruta de los olores y los sonidos que lo rodean hasta que, de pronto, se le echa encima la noche y siente que va a ser incapaz de encontrar el camino de vuelta, siente un pánico terrible, siente que el corazón se le sale de la caja, se ve morir de frío, se ve morir devorado por las alimañas, asesinado por los salteadores, despeñado por un precipicio... Entonces, en mitad de todo ese espanto, aparta unas ramas y ve que en realidad no corría ningún peligro, ve que todo ese tiempo ha estado a unos metros de su propia casa.

Hay algo que tengo que decirles a todos los que se sientan tan a la deriva y tan solos como la mujer del principio de esta historia. Y también hay algo que tengo que decirles a todos los que se sientan como el hombre del relato de David Mamet, tan desorientados y tan indefensos: tienen razón, el resto del año es muy largo y las vacaciones son muy cortas. Ábranse una botella de cualquier cosa fuerte y deprimámonos juntos.

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