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MOGOLLÓN PIJO

- La vida como tren en el que todo el mundo habla a la vez. Tren hacia mi nuevo destino. Estaré tan poco tiempo que no tiene entidad de destino, sino de meta volante. Meta volante: un sitio donde cuando pasas levantas los brazos y las chicas te miran. Puede ser una metáfora de la victoria. Pero también una metáfora de cuando te pillan en un arco de metales gestionado por dos señoras guardias civiles. La vida es rarísima. Es más, en el tren los usuarios del tren hablan de la vida. - Amor, sucesos y lingüística. En una región del vagón se destilan varias historias extrañas. La mejor es, sin duda, la historia a. Historia a: X e Y se conocen. Hacen el amor. Se separan. Y no puede vivir sin X. X puede vivir sin Y. Lo demuestra: X se casa con otro. Y no olvida a X. A la que Y toma un par de copas, le cuenta a su mejor amigo aquella noche en la que le hizo el amor a X. En todo caso, Y le echa un par y sigue viviendo. Un día, años después, Y tiene un accidente. Lo recoge de la carretera X'. Lo lleva al hospital. X' e Y inician una amistad. X' resulta ser el marido de X. Un día X viene con X' al hospital. Al otro día X viene sola. Hacen el amor. X no recordaba que había hecho el amor con Y. En otra región del vagón hablan de sucesos. La mejor historia sin duda es la Z/32, que dice así. Tras una juerga A camina con B, su amor, por la cuneta. Un coche embiste a A y B. A salta, B se deja arrollar. A llama a una ambulancia por su móvil. Hasta que llega la ambulancia, A acaricia la pierna de B. B estaba un par de metros más lejos, muerta. Seguramente A acababa de descubrir que B, su amor, tenía huesos. La vida es etc. En otra región del vagón un par de usuarios del vagón se han picado. Uno habla una lengua y otro otra. La discusión versa sobre saber cuál de las dos lenguas es más chachi-piruli. Estas conversaciones atontan. Las lenguas atontan. Verbigracia: la tarde más tonta de mi vida me la pasé en un bar de carretera, frente a un loro que, en cuanto le animabas, decía "joputa". Era fascinante. Pero si intentas hacer una metafísica de esa fascinación y de esa lengua -¿lengua joputa?- estás perdido. De vez en cuando alguien recibe una llamada extraña por el móvil. La más extraña es, sin duda, la 5.678. Llamada 5.678: un señor llama a otro de su mismo trabajo que está en el tren. Le explica cómo detectar una bomba lapa en su coche, que es rojo. Es complicado. Pero tiene su truqui. Bueno. Cuando llego a mi destino soy un ficha en mi época. Mi época: amor, muerte, lingüística amateur y bombas lapa. Si supiera hablar a gritos, podría reconvertirme en tertuliano. En fin. Mi destino volante es Barcelona.

- El submarino europeo. Cenorrio con amigotes. En el que empiezo a evaluar este verano. Todo el mundo ha quedado absolutamente impresionado por lo del submarino ruso. Quizás es que lo del submarino a cada uno le ha recordado su propio país. Fin del cenorrio. Nos vamos a tomar unos copones. En los copones nos atiende un camarero pijo. En Barcelona, el gremio de la hostelería está copado por el pijerío. De manera que en los copones vuelvo a recordar por qué odio mi ciudad. En Barcelona, por cierto, lo pijo prima.

- Lo pijo y lo Pijoaparte. Trabajan para pagarse el tatuaje. Se les caen los anillos. No te miran cuando pides. Cuando pides y están en el otro extremo, hacen ver que no te ven. Lo cual es difícil, pues todo el mundo quiere ver a todo el mundo y hay un gen humano que impide que disimules cuando te miran. Barcelona siempre ha tenido debilidad por un pijerío extraño. Una energía notoria de la literatura barcelonesa, cuando existía, se fue en codificar lo pijo. Lo pijo barcelonés no es la clase media peninsular. El primer catalanista, el primer falangista, el primer marxista, el primer okupa, fueron pijos. El primer anarquista, no. No quedan anarquistas en Barcelona. El urbanismo en Barcelona consiste en vaciar barrios degradados y llenarlos de pijos. Eso no se llama limpieza étnica, sino rehabilitación. Lo peor que te puede pasar en Barcelona es no ser pijo. Es decir, que tu padre y tu abuelo no lo fueran. Un patrimonio barcelonés era su mentalidad protestante. Que tus antepasados o tu manera de ser no importaran, que sólo importara tu trabajo. De eso habló Moratín, camino del exilio, en Barcelona, mientras perdía la primera guerra civil peninsular -la guerra de la Independencia-. Moratín, con esa opinión, dibujaba una ciudad de ciudadanos libres, capaz de admitir a todos los emigrantes del mundo y facilitarles ciudadanía. Quizás ésa era la razón de ser de Barcelona. Una ciudad que, este verano se ha hecho público, ha dejado a Madrid el liderazgo económico. Barcelona, igual, se ha vuelto absolutamente pija. Da demasiada importancia a la representación. Que la ciudad no expulse a los peores camareros de Europa, igual es el símbolo de todo ello. Mañana, mi último destino.

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