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Tribuna:SOBREVIVIR EN EL ASFALTO
Tribuna
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Paisaje con vecino SERGI PÀMIES

Afectado por la incompetencia y la impunidad con la que actúa el Ayuntamiento de su ciudad, mi vecino reflexiona sobre las chapuzas que rodean su paisaje. Como usuario de la Ronda del Mig, lamenta que pronto tengan que iniciarse obras para cumplir las medidas de seguridad que se olvidaron de incluir en la reforma de hace sólo dos años. Como usuario del túnel de Mitre, deplora que se ignoren las protestas contra unas salidas laterales que complicarán todavía más la situación actual. Como habitual paseante del Turó Park, le duele la confusión reinante sobre el futuro del parque, que, según él, se resolvería con una campaña informativa que sería bastante mejor recibida que la propaganda electoralista que les llega.Con este estado de ánimo, mi vecino lee en la prensa un dato facilitado por el Instituto Nacional de Estadística: cada español genera 471 kilos de basura al año. Nada es casual, piensa, y divide la basura anual entre 365 días. Resultado: 1.290 gramos diarios por barba. Aburrido por estas vacaciones que por fin terminan, decide pesar la basura que produce en un día de verano. Empieza por la mañana, tras el bucólico despertar que le brindan las excavadoras. Pesa los restos de las naranjas que utiliza para el zumo (125 gramos) y el envase de un yogur desnatado (8 gramos). Al mediodía, le añade la botella vacía de agua que tiene que beberse por prescripción facultativa (44 gramos) y, más tarde, la espina de un pescado a la plancha (11 gramos) y el hueso de un melocotón (24 gramos, mi vecino está a régimen). Si fumase, piensa, podría sumarle un paquete de tabaco y sus correspondientes colillas y si Correos no estuviera colapsado por un atasco de postales, tiraría a la basura las cartas que nunca recibirá. O, si su vida sexual no fuera lo que es, cabría la posibilidad de sumar un, con perdón, preservativo usado.

A media tarde, mi vecino se da cuenta de que, por más que se lo proponga, no alcanzará los 1.290 gramos, así que manda la dieta al carajo y encarga una pizza por teléfono. La caja de cartón, más la propaganda, más la lata de cola, el bote de helado y los dos periódicos con los que se ayuda a digerir esta cena ligera, le permiten alcanzar los 900 grs. Sólo le faltan 400, así que se sopla lo que queda de una botella de whisky y de otra de ginebra y el vidrio de los envases completa la suma deseada. Mañana separará el papel del vidrio y el plástico de la basura orgánica, se promete.

Sale a dar una vuelta y silba a todo pulmón una versión instrumental de Me cago en el amor, de Tonino Carotone, para contribuir a la colectiva contaminación acústica. Como locos, los coches se lanzan por el túnel de Mitre aprovechando que, a esta hora y en estos días, el colapso está de vacaciones. El Turó Park está cerrado. De vez en cuando, se oye algún ruido sospechoso, que es digerido por la indiferencia de un barrio acostumbrado a hacer la vista gorda. Los contenedores de la zona rebosan basura. Mi vecino no ve ratas pero las intuye. El olor es, según los cánones olfativamente correctos, desagradable. Intenta identificar la procedencia de algunos efluvios pero la putrefacción puede con todo. Pesar basura, he aquí una buena manera de pasar el verano, piensa. Es un poco raro, de acuerdo, pero más raro es intentar subir una montaña a pie o descender un río sobre una bombona de butano hinchable y ambas actividades no sólo son legales sino que cuentan con bastantes adeptos entre los muchos vecinos que, con las cicatrices propias del verano, ya empiezan a regresar.

Joan Guerrero

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