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Cultura y espectáculos

Unas 200.000 personas bailan en Tenerife al ritmo del Festival Son Latinos

El Festival Son Latinos simboliza el adiós al verano. La cita, por tercer año consecutivo, es el último fin de semana de agosto en la extensa playa de Los Cristianos, al sur de Tenerife, y en esta ocasión reunió a más de doscientas mil personas que disfrutaron -o resistieron-, fieles a este rito estival, casi 12 horas de música. Esto lo convierte, según la autoridad de las estadísticas, en uno de los mayores festivales de música latina. Hay quien dice que es el número uno.Y quizá el elemento más importante de la convocatoria sea precisamente el público. En las anteriores ediciones, la multitud había ido llegando poco a poco hasta alcanzar el número máximo alrededor de las dos de la madrugada.

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Pero este año, el aperitivo de este extenso banquete musical tenía un magnetismo especial, y a las siete de la tarde del sábado ya había en la playa cerca de 80.000 personas. Sí, es fácil adivinarlo: iba a estallar La bomba. El líder, y prácticamente el universo de esa operación de márketing musical llamada King África, abrió el cartel acompañado sólo por dos bailarinas.

Vestido de juglar-jefe-de-tribu-africana (más tarde se deshizo de la incómoda túnica) y apoyado sólo en su música pregrabada, Alan King África intentó calentar al nutrido personal a base de una muy bien aprendida disciplina de animador de masas. La estrategia del estribillo que invita a bailar "con la mano en la cintura y un movimiento sexy" funcionó a medio gas por varios motivos: era temprano todavía y el público estaba algo frío, el sonido enlatado no es el mejor de los combustibles para encender la llama de la diversión y, por último, el cantante no se escuchaba a sí mismo por un problema técnico que no se arregló a lo largo de la media hora de actuación.

Pese a todo, no fueron pocos los que saltaban, estornudaban, gritaban o simulaban correr, nadar o esquiar, a las órdenes de este colorista entretenedor argentino. Pero la gente estaba ahí para divertirse a toda costa y la nula aportación musical de este espectáculo no iba a ser un obstáculo para lograrlo.

Eso, sumado al éxito que tenían los intermedios entre las actuaciones, con música grabada y la loable aportación de una docena de incansables bailarinas, podía hacer pensar que cualquier actuación de medio pelo era suficiente y que la gente no tenía el ánimo como para preocuparse de otras cosas o exigir artistas de calidad. Una falsa suposición. Como contraste, y permitiéndonos un salto de varias horas en el programa, citaremos la actuación del cantante canario Arístides Moreno. En la rueda de prensa anterior al concierto ya se había encargado él de dar la clave: "Es de coña que me hayan sentado junto a King África. Si él es La bomba, yo soy la mecha", dijo, haciendo un chiste en alusión a su delgadez frente a la oronda figura del argentino.

Pero la cosa no iba tan desencaminada. Arístides Moreno, un carismático cantante muy querido en las islas, actuó arropado por una sólida banda e interpretó una serie de canciones en las que la ironía y el humor hacían compañía a una abierta crítica a la hipocresía y las miserias de la política. Frente a la esforzada disciplina de saltar y levantar alternativamente manos y pies para divertirse bailando, Moreno declaraba que "lo natural es la posición horizontal". Un animado tema que que puso a todo el mundo a cantar y bailar con ganas (y sentido).

Después del bloque canario, que se había completado con las destacables actuaciones de la Orquesta Caracas, Los Sabandeños y Mestisay, la gente ya tenía abierto el apetito y esperaba con ansias los platos fuertes del programa. El primero de ellos fue la cantante cubana Lucrecia. No fue abundante, pero sí suficiente. "La noche es larga y sabrosa", acotó ella desde el escenario. Sabe dosificarse. Sus ritmos caribeños, acoplados por momentos con la rumba catalana, dieron otro buen empujón a un público con muy buen diente para las combinaciones sonoras.

Por eso, los siguientes en aparecer fueron recibidos con el cuerpo (a estas alturas de la noche, más de 200.000 cuerpos marchosos) preparado para lo gordo. Ketama dio muestras, una vez más, de ser una banda con las ideas claras y con la profesionalidad suficiente para exponerlas. De pronto, unas bulerías podían mover a miles de personas, sin distinción de nacionalidad o edad, al borde de la playa a echarse un bailecito flamenco. Pero el momento más intenso de su actuación fue el trío de cajones que se formó entre el cantante Antonio Carmona junto con el batería y el percusionista del grupo. Puro palpitar rítmico, inspirado y sorprendente.

Eran ya las 3.30 de la madrugada y, previo paso de una agrupación de mariachis canarios, vestidos en la forma tradicional, con sombreros y todo, que interpretaron algunos clásicos de la música mexicana (rara iniciativa de los programadores del festival), llegó el hombre de la noche. El músico latino del año: Carlos Vives. La multitud saltó con júbilo al oír, por fin, su nombre anunciado.

Si el colombiano acostumbra a salir a escena con sus bermudas, esta vez subió un poco el tono con unos pantaloncitos muy cortos, unas chanclas de cuero, camiseta sin mangas y un pañuelo en la cabeza. Un cuerpo firme y bronceado. Su música contundente y segura lo hizo apropiarse instantáneamente de la noche, confirmándose con un zapateado de hombre que sabe dónde pisa.

Gran difusor de la música de su tierra, el vallenato, Vives ofreció un espectáculo intenso y rico en sonoridades. El extraordinario acordeonista que lo acompaña se encargó de acentuar los colores de esa música seductora. Y no sólo exaltó al público con su música y sus canciones: Carlos Vives, antiguo galán de telenovelas y ahora cantante, demostró también sus habilidades como futbolista jugando con pericia con un par de balones que luego arrojó al público. Los dejó satisfechos, muy satisfechos.

Mas aún, faltaban un par de actuaciones más y no muchos renunciaron a seguir adelante con los postres. Eran las cinco de la madrugada, había todavía unas 100.000 personas y salieron a escena Los Amigos Invisibles. Los jóvenes venezolanos, nueva apuesta del sello de David Byrne, empezaron algo flojillos con un tecno pop poco imaginativo, pero pronto demostraron que su repertorio no se anclaba en un solo punto y desarrollaron una música mucho más tensa y dinámica. Un buen punto, no dulce, más bien de una reconfortante acidez, para dar aún más variedad al programa.

Y para terminar, un buen café. José Alberto, El Canario, no es, como podría suponerse, un canario en Canarias. Es dominicano y le llaman así desde pequeño por su habilidad en imitar el canto de estas avecillas o los tintes agudos de una flauta. Pero ahí queda la delicadeza de este músico que vino a mostrar cómo es la salsa neoyorquina, alocada y romántica.

Una noche larga y sabrosa, como dijo Lucrecia, con ritmos de sur a norte de América y de la Península a las islas más latinas de la geografía española. Punto final del verano. Punto y seguido a una historia que todavía tiene mucho que contar.

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