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Cultura y espectáculos

UN NUEVO TALENTO

Nada se sabía del joven barítono alemán -31 años- Christian Gerhaher, encargado de inaugurar, el pasado viernes, la octava convocatoria de la Schubertiada de Vilabertran (Girona). El currículo enviado a los organizadores del ciclo era el convencional de un cantante que da sus primeros pasos profesionales en el terreno del lied: estudios en el conservatorio de Múnich, un Papageno en la misma ciudad (a las órdenes, eso sí, de Colin Davis), y las inevitables clases magistrales con Dietrich Fischer-Dieskau y Elisabeth Schwarzkopf, sello casi obligatorio en el pasaporte de quien emprende semejante travesía artística. Poco más.Pues bien: habemus papam. Dicho de otro modo: o mucho nos equivocamos o ahí está el sucesor del König Fischer-Dieskau en el próximo siglo. Y no porque Gerhaher se haya aprendido de memoria su altísimo magisterio, sino porque ha sido capaz de interiorizarlo sin por ello dejar de ser él mismo, lo cual, a su edad, es poco menos que excepcional. Prepárense porque este chico de aspecto tímido va a dar mucho que hablar. Y si no, al tiempo.

Pero antes de proceder a la narración del recital en sí, permítasenos, sin que siente precedente, cierto abandono a la autocomplacencia. Éramos apenas un centenar y medio de personas -media entrada- en la sofocante iglesia románica de Vilabertran, junto a Figueres. Gente fiel a un festival que, a lo largo de su corta historia, ha dado ya sorpresas altamente gratificantes. Sin ir más lejos, el descubrimiento de dos talentos, hoy consolidados pero en aquel momento nada publicitados todavía, como Matthias Goerne y Juliane Banse, quienes por cierto se harán cargo, el próximo 6 de septiembre, del cierre del ciclo con un programa del máximo interés: el Cancionero español de Hugo Wolf. Dar a conocer nuevos artistas y saberlos fidelizar luego, cuando ya se han consagrado internacionalmente, es propio sólo de festivales dirigidos con buen olfato tanto como conocimiento de causa. El de Vilabertran forma parte de ese selecto grupo de festivales que marcan la diferencia.

Pero vayamos a Gerhaher. En un campo tan poblado de buenas voces, ¿qué convierte la aparición de la suya en acontecimiento? En primer lugar, algo que no depende de él, sino del buen Dios o de las conjunciones astrales, táchese lo que no proceda: la calidad natural del sonido que emite. Se le escucha una vez y ya no se le confunde: eso ocurre sólo con los grandes. Se trata de una voz extraordinariamente dúctil: arriba es ligera y bien timbrada, mantiene impecablemente la línea incluso cuando fuerza la dinámica; abajo es rotunda, poderosa, aterciopelada, de auténtico barítono verdiano. Lo bueno es que en el paso de uno a otro extremo no se perciben cambios bruscos en el color: el sonido fluye homogéneo y natural.

A partir de ahí viene la técnica. La mejor baza que explota Gerhaher es la forma en que cubre el sonido, su peculiar manera de retenerlo como si no quisiera desprenderse aún de él. La expresividad que consigue con ello para subrayar determinados pasajes de los textos es de alta graduación. El todo combinado con su descarada juventud: pura fuerza, fibra tensa, cero en materias grasas. La sintonía que establece con Schubert, un autor que murió a la edad que ahora tienen Gerhaher y que a menudo se interpreta con un exceso de trascendentalismo, es absoluta.

Pero un buen recital de lied implica no sólo cómo decir las cosas, sino saber previamente seleccionar esas cosas para construir un discurso coherente: es decir, confeccionar un buen programa. Fue delicioso el que escogió Gerhaher: en la primera parte, una variada selección de lieder schubertianos con el tema de la muerte como nexo común, la muerte y la juventud, por supuesto, dos conceptos que en Schubert nunca pueden separarse: El joven y la muerte, La muerte y la doncella, los tres Cantos del arpista o La canción del verdor fueron algunas de las perlas servidas. En la segunda parte, el mismo tema pero tratado de manera muy diferente por otro compositor: el ciclo Amor de poeta de Schumann. Lo que en el primero es melancólica aceptación del destino en el segundo se transforma en explosión sentimental que alcanza a la naturaleza. Qué bien supo marcar Gerhaher las distancias entre los dos estilos.

Pero un recital de lied aún necesita algo más: un pianista que haga suyos los mismos objetivos que el cantante. No se trata de mera sintonía, sino de compartir un mismo empeño poético. Otro joven con el que Gerhaher viene colaborando en los últimos tiempos estuvo en este cometido simplemente sensacional: Gerold Huber. Ágil, preciso, inteligente, sensible.

Televisió de Catalunya grabó este recital. Lo emitirá el próximo viernes por el Canal 33. Es posible que más adelante se emita también para toda España, pues otros conciertos de Vilabertran serán grabados por Televisión Española y luego habrá intercambio entre las dos cadenas. Los aficionados al lied estamos pues de enhorabuena: pocas cosas nos gustan más que descubrir un talento sin que nadie nos lo cuente antes.

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