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Tribuna:Viajes
Tribuna
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¿Me estás oyendo, inútil?

Juan Villoro

En un país donde la vida sexual es un asunto hermético, la pasión requiere de complicadas estrategias para ser "legítima". Aunque algunos intrépidos promueven sus depilaciones más íntimas en los anuncios clasificados de la prensa, la mayoría de los mexicanos se apoya en la canción romántica para transmitir o templar sus emociones.Las serenatas han contribuido a que criaturas muy renuentes se animen a bajar del balcón o el condominio. La doble tarea de Ovidio de ayudar al cortejo y aliviar a los rechazados encarna entre nosotros en voces acompañadas de guitarras. En los albores del siglo XXI, la principal sacerdotiza del corazón mexicano es Paquita la del Barrio, quien rara vez aparece en otro foro que no sea su salón en la popular colonia Guerrero de la Ciudad de México. El sitio parece la sede de un sindicato transformada en cabaret por la urgente decisión de una asamblea.

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¿Hay un Max Weber del sentimiento capaz de clasificar al público de Paquita en arquetipos? El mexicano tristemente tradicional, que considera que su hombría se pone en entredicho si cambia los pañales de sus hijos, rara vez se asoma por ahí. Lo mismo ocurre con las mujeres que llevan el sometimiento en la mirada y contemplan el piso como un espectáculo inagotable. Los matrimonios consolidados, es decir, los que no se separan ni se dirigen la palabra, se quedan en su casa, ejercitando el arte de imaginar los pecados de los otros: "¿Te has fijado que come muchas galletas?, debe tener problemas mentales"...

Pero hasta en México, donde el PRI gobernó durante 71 años, las cosas cambian, y Paquita se ha propuesto redefinir los protocolos amorosos. Su aspecto desafía la convención. En un territorio donde las cantantes románticas suelen ser sílfides de pelo flamígero y escotes patrocinados por Wonderbra, la mujer del Barrio lleva su sobrepeso con aplomo y encara al público con rictus de gravedad. Enfundada en sus inmensos vestidos de terciopelo, parece una gran dama de la Academia al borde de una temible disertación. Pero sus mensajes son más elocuentes: Paquita representa la respuesta femenina al México casto y común, donde las mujeres sólo cantan si son unas "perdidas" profesionales o si están lavando la ropa, y donde los hombres disponen de libertad y repertorio para abordar en público los problemas que causan las mujeres. Jaime Sabines, el poeta más recitado del país, resumió esta actitud en dos versos: "Bendita entre todas las mujeres / tú, que no estorbas". En el más conocido de sus himnos, Paquita responde: "Tres veces te engañé: la primera por coraje, la segunda por capricho, la tercera por placer". Aunque usa el rencor de combustible, enciende la llama de la pasión.

A las cuatro de la tarde, el local de Paquita se llena de mujeres solas, amas de casa fugitivas que vienen de hacer las compras (en el guardarropa dejan bolsas con legumbres) y beben un refresco antes de ir a preparar la cena. Un poco más tarde, llegan oficinistas en busca de una pequeña opción de caos. Por alguna causa insondable, en México se considera sexy que las mujeres tengan un fleco rizado en la frente. Tal es el distintivo de las secretarias acompañadas por burócratas con trajes color vientre de pez.

Estamos ante una consolidada institución del México sentimental: el segundo frente, la amante que se subordina a su jefe en la oficina, los hoteles de paso y los baños de vapor del centro de la ciudad. Los llamados a la libertad pueden tener efectos paradójicos: el gerente invita a la recepcionista al local de Paquita, no para que se libere como una Bovary de uñas anaranjadas, sino para que, en el confuso romper de las amarras, acepte un "amor prohibido".

Hacia las diez de la noche, aparece gente de ojos despistados, sorprendida de verse reflejada en los espejos. Son los solitarios que han hecho una cita a ciegas por Internet. De acuerdo con Manuel Vicent, las conquistas cibernéticas ocurren al revés: de dentro hacia fuera. La mente tiene prioridad sobre el aspecto. Las sofisticadas hipocresías de la vida mexicana hacen que los enamorados prefieran sincerarse en la realidad virtual. Ante la difícil cuestión de reunirse en un sitio extrañamente verdadero, los ciberamantes optan por escenarios extremos, propicios para decepcionarse de una vez por todas o amarse para siempre. En el salón de Paquita, las parejas que ya se aman con desparpajo digital se estudian en tercera dimensión durante dos horas de canciones de amor insumiso.

Los últimos en llegar (además de esos camaleones de la noche que parecen narcos, judiciales en asueto o simples extras que contribuyen al color local con sus lentes oscuros y sus camisas de seda imitación leopardo) son los universitarios ávidos de valores vernáculos. En nuestra peculiar época, para llegar a lo auténtico, hay que hacer turismo sociológico.

Desde el escenario en el que oficia como un mito contemporáneo, Paquita revisa a su auditorio. Su rostro es el de una parlamentaria ante una crisis de gobernabilidad. De pronto, localiza a un hombre de bigote bravío o sonrisa beatífica, es decir, a alguien resignado a estar ahí, e interrumpe la canción para increparlo con el lema que la ha vuelto célebre: "¿Me estás oyendo, inútil?".

Lo mejor de la noche es que los hombres no contestan.

Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) es autor de La casa pierde, editada por Alfaguara.

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