La 'Carmen' cubana revive de un sueño El Ballet Nacional de Cuba presenta en Madrid la versión de Alberto Alonso de la cigarrera de Merimée
Una plantilla renovada, unos chicos poco entrenados, pero con talento, coreografías nuevas de gran interés y sobre todo, una recuperación: Carmen, que creara Alberto Alonso el 20 de abril de 1967, en el Teatro Bolshoi de Moscú para Maya Plisétskaia, conformaron una buena sesión de ballet clásico en el madrileño Teatro Albéniz. Es, cuando menos, una felonía de los hagiógrafos oficiales de la compañía caribeña el ocultar en los programas de mano que esta bella e importante obra se hizo por, para y sobre la gran bailarina moscovita, si bien es cierto que casi medio año después, Alicia Alonso lo bailó en La Habana y le dio sus propios matices.Ahora, Galina Álvarez, con su encarnación de cigarrera de Merimée, ha puesto el listón muy alto. La bailarina ha trabajado duramente, no imita a la gran Alonso, sino que recupera el dibujo alcista con discreta reverencia. No pasa lo mismo con los diseños de Borís Messerer, espléndidos en origen y ahora desdibujados y revisados para mal, con exceso de brillo barato tropical.
Galina Álvarez merece un bravo rotundo: está limpia y esmerada, sensual y exacta en el estilo, como debe ser. También correcto y cálido el Don José de Víctor Gilí y el Zúñiga de Octavio Martín, no así el torero del español Óscar Torrado, al que sólo le faltó hacer en sus excesos seudotaurinos el salto de la rana.
La otra gran sorpresa positiva han sido dos coreografías de Alicia Alonso: En las sombras de un vals y Umbral. Un accidente técnico provocó por azar que las dos obras se bailaran con un solo telón de fondo iluminado con diferentes efectos, pero eso las conectó más, si se quiere, en lo estético, y no se notó ningún desacuerdo. Los bellos diseños de Ricardo Reymena y Salvador Fernández, respectivamente, se inspiran delicadamente, en el mismo orden, en Cecil Beaton y en Karinska, y las dos coreografías de la diva cubana son sutiles evocaciones de su propio pasado esplendor.
Alicia Alonso demuestra una solvencia académica fuera de toda duda, aporta ese vocabulario de rapidez y musicalidad, de oficio excelso, y aquí se comprueba cómo la impronta de ciertas estrellas permanece para siempre. Alonso borda el uso expresivo de la petit baterie, los enlaces y entrepasos, cita expresamente a Balanchine con decoro y buen gusto, con invención dentro del estricto código académico.
Es el regreso relajado de la conexión innegable entre la escuela neoyorquina y la cubana.
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