Agur, Mikel!
LUIS DANIEL IZPIZUAHay un célebre cuadro de Lorenzo Lotto, titulado Retrato de joven gentilhombre en su estudio. En él, un joven es asaltado por un pensamiento que le distrae de la lectura. Sobre la mesa, además del libro, se pueden ver una carta, una cadeneta de oro, una lagartija y unos pétalos de rosa dispersos. Puede que se trate de un tempus fugit. Pueda ser que el tiempo arrastre también con él un amor perdido. Lo que sí es evidente es que el joven, tal como lo indica su mirada, está fuera de la escena que ven nuestros ojos. Está en otro momento, seguramente en otro lugar, momento y lugar que él quiere apresar porque sabe que ya no le pertenecen. Todo lo que en el cuadro puede haber de alegórico se rompe en esa mirada. En ella, la pérdida es una vivencia que transporta. El tiempo huye, sí, pero viviendo su huida lo retenemos. Es, quizas, otro inútil empeño de los caracteres melancólicos.
Yo me siento hoy como ese joven. Te escribo desde lejos. Hoy he estado viendo el Cenácolo restaurado de Leonardo da Vinci, y mañana no sé dónde estaré. Seguramente también tú tendrías que haber estado aquí si no hubieras tenido que marcharte, aunque sé lo reacio que eres a dejar tu casa por más de dos o tres días. ¡Por más de dos o tres días! Sé lo que estás sufriendo y sé también que mi solidaridad no puede atenuar tu soledad. El amenazado, decías, siempre está solo. Y lo está porque nadie nunca puede ponerse en su pellejo. Hay una distancia abismal entre su situación y la de los demás, una distancia imposible de salvar. Sus temores, sus precauciones, sus sospechas, siempre les parecerán a los demás manías, quejas infundadas. Hasta que ocurra lo irreparable. Sólo la evidencia le da la razón al amenazado: una razón cara y, en ocasiones, sobrante, porque en esos casos ya no puede servir de nada.
Supongo que hay muchas formas de vivir la amenaza. Y sospecho que la tuya ha podido ser a veces mal comprendida. Creo, sin embargo, que has querido dar testimonio. Has dicho: tengo miedo. Y lo has dicho porque estabas convencido de que esta sociedad tiene que saber que hay mucha gente que vive con miedo. Es muy posible que esa actitud haya molestado a quienes se sienten a salvo y aún son capaces de lanzarle otra pedrada al amenazado pidiéndole heroísmo. Heroísmo que, por otra parte, ellos nunca podrán exhibir, porque su propia reprobación es síntoma de cobardía. En realidad, no les molesta que haya gente amenazada, lo que les molesta es saberlo. Es ahí donde tu testimonio podía hacer más daño. Abrace ese temblor, acuérdate que yo terminaba así un artículo en el que también hablaba de ti. Pues bien, no hay demasiada gente que esté dispuesta a abrazar temblor alguno.
Y ahora te vas. Y sé lo que te cuesta irte. Porque tú amas este país como a poca gente he visto amarlo. Decías que habías elegido vivir en él. Pero no es cierto, fue el país el que te eligió a ti, y me resulta difícil verte en otro lugar que esté muy alejado de tus manzanos, de tu jardín. Yo seguramente podría hacerlo; a ti te resultará mucho más difícil. Entre otras cosas, tú has sido para mí el vínculo con la tierra perdida, y no te puedo concebir sin ella. Constatarlo, debe servir para que quede clara la dimensión de tu sacrificio. Y para que quede claro también que no es preciso ser nacionalista para amar este país hasta los tuétanos. Y te vas para dar testimonio una vez más. Porque más de uno te habrá dicho eso de que hay que quedarse. Te hubieran garantizado ciertas medidas de seguridad. Pero sabes que ésa es una falsa solución, a la postre un privilegio. Pues hay miles de ciudadanos que estan ansiando medidas de protección, y sería imposible cubrir esa demanda. Irse puede ser una medida más razonable para quien pueda hacerlo. Cuando hay que elegir entre la vida y la tierra, la opción también puede servir para dar testimonio. Y tú has elegido la vida. Es la elección correcta.
También sobre mi mesa hay pétalos desperdigados como en el cuadro de Lorenzo Lotto. Tú me has oído hablar de ellos. Me has leído cosas sobre ellos. Nada tienen que ver con el tiempo que huye, no al menos directamente. Están más relacionados con el dolor y con la soledad. Pero siempre consigo reconstruir la rosa. En la mirada que aparto del libro y la dirijo hacia nuestra amistad, la rosa está presente y está entera. Seguirá ahí, siempre entera hasta que regreses.
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