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ESTAMPAS Y POSTALES

Las tinieblas de Santa Úrsula

Miquel Alberola

Las puertas de la iglesia de Santa Úrsula, en Valencia, están siempre cerradas. Incluso la fachada parece haber desarrollado una pantalla vegetal para camuflarse y pasar inadvertida tras el monumento de las Torres de Quart. El edificio se vuelve huidizo, como si tratara de cumplir una silenciosa penitencia para purificar sus muros y las instalaciones del convento anexo profanadas por la GPU, la policía política soviética, durante la guerra civil, siendo Valencia la capital de la República.En el interior de estas paredes, con el consentimiento del ministro de la Gobernación, el largocaballerista Ángel Galarza, se hacinaron presos nacionales y extranjeros, en cuya detención e interrogatorios apenas intervenían las autoridades españolas. Nadie sabía lo que ocurría allí dentro. El relevo de Galarza por Julián Zugazagoitia, un hombre de Indalecio Prieto, supondría el fin de esta prisión ajena a cualquier garantía legal y humana, cuyos administradores preferían a un inocente muerto que a un sospechoso en libertad por falta de pruebas.

Entonces el joven abogado Francisco Pérez Verdú recibió el encargo de revisar los expedientes de los extranjeros detenidos y aconsejar el destino que debía darse a los presos, y se desplazó hasta aquí para entrevistarse con cuatro reclusos alemanes acusados de ser espías nazis, pese a su filicación anarquista. Pérez Verdú no tardaría en comprobar el alcance internacional de lo que les había ocurrido a estos detenidos. Pertenecían a la organización anarquista DAS, perseguida por la policía alemana tras el acceso al poder de Hitler, y antes de llegar a Valencia se encontraban presos en un campo de concentración no lejos de la frontera holandesa.

Allí, unos comunistas les habían propuesto un plan de evasión para venir a España y luchar en las Brigadas Internacionales. Sin embargo, cuando llegaron sus compañeros de fuga los entregaron a GPU y fueron encarcelados en Santa Úrsula. No eran los únicos alemanes que habían corrido esta suerte. Todas las piezas encajaban en un tablero sobre el que cuajaba una estrecha colaboración entre la Gestapo y la GPU para eliminar a enemigos comunes. Y los anarquistas lo eran.

Tras un careo entre los alemanes y uno de los responsables de la prisión, a aquel joven abogado ya no le cupo ninguna duda respecto a esta colaboración. Era el primer síntoma del pacto que alcanzarían poco después los gobiernos alemán y soviético durante la primera parte de la segunda guerra mundial. Para evitar un incidente diplomático con el Gobierno soviético, los cuatro anarquistas serían expulsados de España y volverían a entrar por los Pirineos para alistarse en las Brigadas Internacionales. Y Santa Úrsula dejaría de ser una prisión. Sus tinieblas no eran otra cosa que las sórdidas sombras de Hitler y Stalin, que todavía se proyectan en la fachada debajo de los árboles.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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