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¿Qué hacer con el nacionalismo? ALEIX VIDAL-QUADRAS

Hace aproximadamente un mes Jordi Sánchez tuvo la amabilidad de aplicar en estas mismas páginas sus notables dotes de analista político a mi humilde persona. Y digo a mi persona sin incurrir en exageración, porque desde el mismo título hasta la línea final, el objeto de sus reflexiones y preocupaciones fueron mis palabras, mis actos, mis intenciones y hasta mi conciencia y mi dignidad. Un interés tan conmovedoramente monográfico es merecedor de reconocimiento, y vaya por delante mi sincera gratitud por el tiempo que dedicó a un tema al que no seré yo quien le regatee el atractivo.Entiendo, en cualquier caso, que más que a mí como individuo, lo que deseaba tratar en su minuciosa pieza era la cuestión nacionalista, y no es extraño, dado que la preservación de la cohesión nacional en torno a la Constitución, la Ley y la Libertad frente a su disgregación traumática en función de la Raza, la Lengua y la Sangre, es hoy el principal y más lacerante problema con el que nos enfrentamos los españoles. Por consiguiente, y con el fin de aclarar algunos errores de perspectiva dudosamente bienintencionados de su exposición, me permitiré sentar algunos hechos tan incontrovertibles como sistemáticamente ignorados por mis críticos y contradictores. Ni yo ni aquéllos con los que participo o concurro en tareas de activismo social -esos a los que mi ilustrado exégeta se refiere como mis "fans" o como "babélicos"- en defensa de derechos fundamentales y de valores democráticos, tenemos nada de españolistas en sentido identitario étnico-lingüístico.

Por el contrario, consideramos, a diferencia de lo que sustentan los nacionalistas tipo Pujol, Arzalluz, Otegi o Ternera, que la Nación debe articularse a partir de un sustrato cultural e histórico, por supuesto, pero que sus bases éticas prevalentes deben ser la ciudadanía, la civilidad, la democracia, el respeto a la pluralidad y el imperio de la ley, y que la supeditación de la libertad, la igualdad, la solidaridad y la dignidad de las personas a una Identidad colectiva monolítica postulada dogmáticamente en términos étnicos, lingüísticos o histórico-míticos, no sólo es una aberración intelectual y moral, sino que conduce a los pueblos de composición heterogénea, como son el vasco y el catalán, a la barbarie, al desgarramiento y a la ruina.

La evidencia empírica de este aserto a lo largo del siglo XX es de tan incontestable magnitud que no quiero ofender a Jordi Sánchez citando ejemplos. Pero si quiere un testimonio reciente y nada sospechoso de parcialidad, que pregunte a la madre de Iñaki Anasagasti.

Esta idea central la he desarrollado en cuatro libros y en numerosos discursos parlamentarios en la Cámara catalana, artículos de opinión, conferencias y declaraciones públicas, y jamás me he apartado un ápice de ella. El hecho de que Jordi Sánchez y otras plumas orgánicas de su cuerda me acusen pertinazmente de "nacionalista español" o de "españolista", a despecho de que son perfectamente conocedores del abundante material que refleja la falsedad de su invectiva, revela hasta qué punto son prisioneros de sus padrinos políticos, de su fanatismo intransigente o de sus prejuicios rencorosos.

Por eso quizá me he demorado algo más de lo que la cortesía aconseja en escribir esta respuesta. Confieso que a medida que pasa el tiempo, el escuchar y el leer el sonsonete recurrente que reduce la oposición a los micronacionalismos divisivos a la adscripción a un nacionalismo jacobino y centralista, me produce más fatiga que indignación. Tampoco hay que descartar que mentes bien dotadas, después de una dilatada entrega a justificar una doctrina que, más que irracional, es prerracional, acaben deteriorándose y pierdan la facultad de interpretar textos relativamente sencillos. Un proceso degenerativo análogo al que ha afectado de manera irreversible a Andreu Mas-Collel puede haber empezado a afectar, Dios no lo permita, a Jordi Sánchez.

En cuanto a mi situación en la formación en la que disciplinadamente milito, escabroso tema que asimismo atormenta a mi detractor, me limitaré a exponer unos pocos datos elocuentes que seguramente incrementarán su angustia. En el Partido Popular toda decisión de una cierta relevancia requiere el visto bueno o la instrucción explícita del Presidente. No se le oculta a Jordi Sánchez que la combinación de Presidencia del Partido y Presidencia del Gobierno con mayoría absoluta equivale a un poder interno omnímodo hasta rozar la obscenidad. Pues bien, eso que él califica sorprendentemente de "despecho", se ha materializado, desde que en septiembre de 1996 me vi obligado por razones estrictamente atmosféricas a dejar la dirección del PP de Cataluña, en mi nombramiento o elección sucesivamente como presidente de la comisión de Educación y Cultura del Senado, como coordinador general de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, como vocal del Comité Ejecutivo Nacional, como eurodiputado, con el número cuatro de la lista y como vicepresidente del Parlamento Europeo.

Cada una de estas responsabilidades me fue asignada por decisión del Presidente del Partido y del Gobierno o con su expreso beneplácito. Le puedo asegurar que a muchos de mis queridos compañeros de siglas les encantaría que el Presidente les castigase con un nivel similar de desagrado. Porque lo significativo aquí es que exactamente igual que me ha distinguido con estos relevantes e interesantes cometidos, podría haberme borrado del mapa sin ninguna dificultad. ¿Por qué no lo ha hecho? Este interrogante brinda un sugerente campo de especulación para el fecundo magín de Jordi Sánchez, aunque si se decide a acometerlo sería aconsejable que esta vez se documente bien y no vuelva a confundir sus deseos con la realidad.

Me han quedado en el tintero varios puntos que no quisiera omitir, muy particularmente el de mi dignidad política, venenosamente cuestionada por Jordi Sánchez, y el de la auténtica naturaleza de mi discrepancia con la dirección nacional de mi partido. Pero el espacio se acaba y ruego a mi ecuánime interlocutor la paciencia necesaria para esperar a una próxima entrega.

Aleix Vidal-Quadras es eurodiputado y presidente de Convivència Cívica Catalana.

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