Los gozos visuales de un pintor a recuperar
Con acendrada fe en las cualidades pictóricas de Amable Arias, la Galería Dieciséis de la capital donostiarra ha ido mostrando al público, durante diversos veranos, la obra de ese artista, muerto en 1984. Por sus paredes pasaron "papeles chinos", "pinturas de La Gota", además de los específicamente llamados dibujos. Ahora le toca el turno al apartado de pintura, sin más. La exposición permanecerá abierta hasta el próximo 2 de septiembre.Cada entrega trae consigo un acto de justicia, tanto moral como estética, a favor de un artista descarnadamente olvidado. No importa que continuamente se le incluya, con lícito derecho, como uno de los fundadores del grupo Gaur, al lado de los Jorge Oteiza, Eduardo Chillida, Mendiburu, Basterrechea, Sistiaga, Ruiz Balerdi y Zumeta. Para todos los efectos, Amable Arias es un artista a quien la sociedad civil y las instituciones oficiales más ningunearon. Es verdad que, salvo algunas excepciones, la mayoría de los citados carecieron de la comprensión y del apoyo que hubiera sido deseable, dados los merecimientos que acreditan sus obras.
Si dejamos al margen los posicionamientos ideológicos de cada uno de los del grupo Gaur o sus particulares modos de mostrarse ante los demás exhibiendo vehemencias explosivas o inhibiciones casi freudianas, creemos que la clase de arte que practicó Amable Arias en vida fue el origen de tanto ninguneo y desprecio juntos. El público no estaba preparado para asimilar, entender y aceptar lo que Amable proponía en sus obras, y las instituciones mucho menos. Ya se sabe que a las instituciones la pertinaz ceguera congénita que padecen les impide distinguir entre el gran arte y lo espurio, o, por decirlo en términos coloquiales, no distinguen un culo de una goma.
Mas vayamos de la falta de entendimiento y la autocomplaciente ceguera, al arte espléndido que habita en el cosmos de Amable Arias.
Sus trabajos están llenos de dudas y tanteos, ley máxima del arte verdadero. Cada figura que coloca en sus cuadros quiere afirmarse por encima del todo. Lo hace porque sabe que mientras busca la armonía general del cuadro corre el peligro de perder la oportunidad de dar vida permanente a sus personajes y objetos creados. Pero no se rinde acucioso ante la figura según el canon del espectador medio. Nada de eso. Lo que presenta Amable son creaciones propias de gran viveza. No existen para el mundo real. Cierto que recuerdan a lo que llamamos hombre y mujer, flor, árbol, pájaro, mil kilos de rosas, caballo, cuernos, besos o bigotes, pero no es menos cierto que son ideas que vuelan e intentan convertirse en cosas. La invención de lo existente puede conducirnos a mundos concretos de rareza nueva, con el adobe de chispazos mágicos que aspiran pervivir a lo largo del tiempo.
Uno de los artistas más personales y grandes del siglo XX, Paul Klee, del que Amable Arias hizo su maestro, ofrece algunas claves para poder adentrarnos en su estética. Esos conceptos pueden ser aplicables, con sus naturales variantes, a la hora de situarnos frente a las creaciones del pintor donostiarra. He ahí este cuadrivio axiomático de Klee: "En el arte, no es tan esencial ver como hacer visible (uno). La realidad latente escondida no es sino la prehistoria de lo visible (dos). El impulso creador surge repentinamente a la vida, como una llama, pasa por la mano al lienzo, donde se extiende más, hasta que, como una chispa cierra un circuito eléctrico, vuelve a la fuente: el ojo y la mente. (tres). En el principio existe el acto, pero por encima está la idea. Puede considerarse la idea como lo más básico. (cuatro)".
Cada vez que las obras de Amable Arias salen a la luz llega hasta nosotros un enfelizado ramalazo de gozo visual. Sus personajes pululan con tanto desparpajo y gracia que parecen como nacidos para meterse sorpresivamente dentro de nuestros corazones.
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