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VERANO 2000

Semana Santa y Feria, dos desconocidas

Si los sevillanos pudiéramos vernos como todavía nos ven muchos extranjeros, entraríamos en fase de esquizofrenia colectiva. Una mezcla de exotismo bailón, fanatismo católico y otras hierbas montaraces habría entrado en grave conflicto con nuestra creencia de que esta ciudad es emblema de cultura, artes refinadas y sana alegría popular. Bastante queda todavía de aquella época en que se nos situaba vagamente entre Gibraltar y Guinea.Mas poco a poco, y con la ayuda de la Expo 92 o el AVE, los viejos tópicos van cediendo paso a otros nuevos. Así, la idea que tenemos de que por ahí todo el mundo conoce y admira nuestras insuperables Semana Santa y Feria, el gazpacho, Don Juan Tenorio y Carmen La Cigarrera, o se rinden ante la cuna de Velázquez, Bécquer o Machado, sufriría un serio menoscabo ante la evidencia de que en el grueso del batallón de extranjería casi nadie ha oído hablar de semejantes maravillas. Tampoco están dispuestos a la barrera del garlic -ajo-, ni las corridas de toros, por mucho que las adorne Merimée.

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Si interrogamos a sevillanos que viven o han pasado algún tiempo en el extranjero, sacaremos en conclusión que los más burdos prejuicios de la leyenda negra o de la leyenda romántica van cediendo ante nuevas ideas, como por un proceso de simplificación y simpatía. Y mientras antes se limitaban a observar como entomólogos nuestras arriscadas costumbres, ahora empieza a querérnoslas copiar.

Por ejemplo, lo que ellos llaman flamenco, que en realidad sólo son rumbitas y sevillanas, es decir, flamenquito, el que muchas anglosajonas intentan aprender a través de la televisión en sus casas. Nos informan que en Turín ya empiezan a verse los bares de tapas, y que muchos italianos que han estado entre nosotros añoran esta costumbre tan sevillana, en especial si es jamón pata negra. También alemanes e ingleses han empezado a descubrir las delicias de este manjar que, cortado a la sevillana, además de pata negra es puta madre. La siesta va calando en bastantes países europeos como una auténtica filosofía de la vida. Pero la mayor admiración se la llevan nuestra sociabilidad y alegría natural contagiosa, principalmente si son nocturnas. O sea, lo que para nosotros es la terrible movida. Ya ven que paradoja. Si yo fuera alcalde de Sevilla, seguiría intentando ubicar la movida en un solo sitio y venderla como lugar turístico, con tapas, flamenquito, siesta y cursillos de corte de jamón patanegra-putamadre. Antes incluso que la Semana Santa o la Feria, que total ya no admiten más gente, ni falta que hace.

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