20.000 MILLAS A BORDO DE UN VELERO DE DIEZ METROS En su barco 'Sinrazón', sin motor ni orientación por satélite, ha remontado África y ha llegado hasta el sureste de Asia. Ha vivido de lo que pescaba y de ocasionales trabajos en tierra. Por Xosé Hermida
La mayoría de los niños se conforma con soñar con el pirata Long John Silver o con el capitán Acab. Pero Santiago Pérez González (Cangas do Morrazo, Pontevedra, 1961) se propuso ser él mismo el personaje de una novela de aventuras. Durante ocho años construyó pacientemente su propio velero, al que llamó Sinrazón, y, tras estudiar las rutas de los navegantes portugueses del siglo XV, se hizo en solitario a la mar. Entre 1993 y 1999, remontó toda África y llegó hasta el sureste asiático tras recorrer más de 20.000 millas marinas. Durante ese tiempo, vivió de lo que pescaba y de los trabajos ocasionales que se procuraba en tierra.Santiago Pérez, ingeniero técnico naval, ha tenido que vérselas con las mafias policiales de Guinea Conakry y con los traficantes de armas de Yibuti. Le sorprendió un golpe de estado en Santo Tomé y Príncipe y el inicio de la guerra entre Eritrea y Etiopía. Dobló el cabo de Buena Esperanza y luchó durante cuatro días contra un ciclón camino de la India.
Mientras trabajaba en astilleros de la zona, construyó un velero de poliéster de diez metros. El barco estuvo listo en 1993 y Santiago se fue a Madeira, donde pasó una temporada estudiando las viejas cartas portuguesas de navegación. Cuando se documentó lo suficiente, puso proa hacia al sur, rumbo a los secretos de África.
El Sinrazón no tiene motor ni sistema de orientación por satélite, porque Santi no sólo escogió navegar en solitario, sino que quiso hacerlo a la usanza de los viejos libros de aventuras, con vela y sextante. Una manera de sentir, como Gregory Peck en la célebre película, que el mundo está en tus manos: "Es una navegación más pura, te da mayor sensación de libertad e independencia, de alguna manera te sientes dueño de ti mismo. En nuestra época, el exceso de tecnología nos hace separarnos de la naturaleza, y navegando así te sientes más próximo a ella".
Ha aprendido a valorar el "sentido colectivo" de los asiáticos frente al individualismo occidental y a descubrir el atávico instinto de cazador que aún habita en cada africano. En mayo del año pasado, regresó a Galicia, buscó un trabajo y ahora está familiarizándose con el diseño electrónico. Pero el barco sigue en Malaisia, porque la llamada del océano nunca cesa.
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