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LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES

El orgullo de ser marroquí

Un centro malagueño se especializa en que los menores inmigrantes no se desarraiguen de la cultura de su país

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Una decena de muchachos marroquíes, de entre 16 y 18 años, juega al fútbol a mediodía bajo un sol de castigo en el polideportivo municipal de Gaucín (Málaga), a 35 kilómetros de Ronda, por la carretera hacia Algeciras (Cádiz), en plena Serranía. Gaucín es una antigua fortaleza musulmana y ellos son algunos de los 2.000 o 3.000 inmigrantes marroquíes indocumentados y menores de edad que serán detectados en Andalucía este año. En la pista hay carreras, risas y gritos en árabe. La mayoría acaba de llegar a España y no sabe el idioma. Pero "mano" y "gol" lo dicen perfectamente. El grupo forma parte de los 15 muchachos marroquíes internos en la actualidad en el centro El Castaño, en el que pasan tres meses todos los magrebíes que tutela la Junta de Andalucía en la provincia malagueña.Es la primera etapa de su estancia en España. Aquí se identifica a todos los niños, lo que resuelve un grave problema porque estos inmigrantes infantiles rara vez dan desde el principio su filiación verdadera. También aquí se logra que el 37% vuelva con su familia. María Rosa Miranda, la directora de El Castaño, está tan orgullosa de sus chicos que proclama que "han ganado un campeonato de fútbol". En realidad, han quedado los quintos entre 11 equipos en un torneo de siete meses organizado por el Ayuntamiento de Gaucín. "Pero nosotros hemos ganado el premio al juego limpio", matizan. Como el Rayo Vallecano, aunque estos jóvenes son del Real Madrid o del Barcelona. "Y esto que cada tres meses cambiaba el equipo".

Todo esto suena a integración en España, pero la verdadera misión de El Castaño, que hace de este centro una institución singular, es que los menores no pierdan sus raíces marroquíes. Es un proyecto pedagógico que trata de anclar a estos recién llegados en la cultura de su país. Los educadores son marroquíes y licenciados en Historia. Dieciséis trabajadores en total para 15 internos. "Les damos clases, en su idioma, de gramática, de aritmética, del islam... Procuramos que no se desarraiguen".

Wail el Badri, el subdirector, localiza a los padres y les explica que la vida que espera a sus hijos a este lado del estrecho de Gibraltar no es tan fácil como la habían imaginado, por lo que cuentan los que pasaron antes o por lo que ven en las televisiones europeas: "Soy partidario de cambiar una vida en tu país por algo seguro. Pero no merece la pena arriesgarse a morir en una patera y después caer en manos de una mafia que te traslade en un taxi hasta Almería por 80.000 pesetas y luego te deje en libertad por otras 120.000", afirma este estudiante de Pedagogía, de 25 años, que estudió en Tetuán en el Instituto Español y es miembro de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos.

Una vez identificados, si no se consigue el reagrupamiento familiar, los chavales son distribuidos hasta su mayoría de edad por los dos centros propios de acogida para menores o los cuatro asociados que tiene la Junta de Andalucía en la provincia. Vuelven más tranquilos de como llegaron: "Vienen, a lo mejor, de estar tres meses en el puerto de Tánger, esperando pasar, y les cuesta adaptarse a una disciplina".

La vida en El Castaño es austera: "No hay lujos. Los hubo. Pero destrozaron los cabeceros de las camas, las mesitas de noche y los armarios, y ya no hay". Aquí nada es de nadie. "Se guarda en una bolsa lo que traen y se les devuelve cuando se van. Y se ponen de todo. Al principio, escondían su ropa debajo de la cama, pero hubo robos y peleas. Hemos acabado con el problema", explica la directora.

Peleas o incidentes sigue habiendo. Recientemente, un interno intentó cinco veces quemar El Castaño utilizando la llamita de un calentador. Al final, no iba solo. "La solución fue muy fácil: cerramos la puerta del patio en donde está el calentador".

Este centro especializado es de la ONG Asociación para la Salud Integral y el Bienestar Social (ASAINT), organización fundada hace siete años en Málaga por un grupo de profesionales de la sanidad para trabajar con enfermos terminales. ASAINT propuso en 1997 a la Junta un programa de atención a niños con leucemia y la respuesta del Servicio de Atención al Niño (SAN) fue que ese problema ya estaba "cubierto", pero que estaba surgiendo "uno nuevo, el de la emigración infantil, para el que no había respuesta", explica Isidro Ramos, jefe del SAN en Málaga. Así se creó este centro especializado. "No lo habíamos buscado. Pero, una vez abierto, nos damos cuenta de que es fantástico", aclara Miranda.

Los 1.700 habitantes de Gaucín han visto llegar en los últimos años a varios cientos de adinerados británicos y alemanes, "que han comprado el 80% de las tierras en un radio de 20 a 25 kilómetros", comenta el alcalde, Francisco Gómez (PSOE). Es la moda en una zona que está en el valle del Genal, a 25 kilómetros de un punto de la costa a medio camino entre Algeciras y Marbella: "Compran fincas de 100.000 metros cuadrados por 30 millones para hacerse una casa en terreno rústico". Junto a estos "300 o 400" ricos del norte, "sobre todo ingleses", desde hace dos años hay otros extranjeros pobres en el pueblo: los muchachos marroquíes que van pasando por El Castaño. Según Gómez, "la gente los ve con cierto recelo, sobre todo porque al principio hubo algún robo de coches; ahora está todo más controlado, aunque hay quien se queja del ruido".

Gaucín es un nombre de origen árabe. Sair Guazán (roca fuerte) era su nombre durante la dominación musulmana. En lo alto de su peña, dominando el valle del Genal, están las ruinas del castillo del Águila, en cuyo asedio murió Guzmán el Bueno en 1039.

Ajenos al pasado esplendor árabe, los jóvenes asisten a las clases con cierta desgana. "Están en una edad en la que es obligatoria la escolarización e intentamos suplir la que tendrían que estar recibiendo en Marruecos porque, todavía en esta fase de su estancia en España, nuestro primer objetivo es que vuelvan con sus familias", explica Miranda.

En el centro de Gaucín llevan una perfecta estadística de los 120 niños que han pasado por él en sus dos años de existencia. Por edades, el 47% tenía de 13 a 15 años; el 45%, de 16 a 17, y el resto, de 10 a 12. Vinieron en busca de trabajo (el 45%), de aventura (el 41%) o a estudiar (el 4%). Entraron desde Tánger (el 35%), Ceuta (el 35%) y Melilla (el 17%); en los bajos de un camión (el 46%), en barco (el 21%), en los bajos de un autobús (el 9%) o en patera (el 8%). Sus expedientes terminaron con un reagrupamiento familiar en Marruecos (el 28%) o España (el 9%); la fuga (el 25%), el ingreso en residencias de acogida (el 14%), fue confirmada su mayoría de edad (el 8%) o hallaron trabajo en España (el 3%). El 13% restante son los 15 que están ahora en el centro.

A Z., quien dijo llamarse Rachid cuando fue interceptado por la Guardia Civil en la noche del 19 al 20 de junio en Mijas con otros 36 compatriotas en una furgoneta de seis metros cuadrados, se le encuentra jugando al fútbol en el polideportivo. No es un virtuoso del balón. Al contrario que L., de 16 años, que, además de ser un gran atleta, está encantado del trabajo en la agricultura, al que piensa dedicarse en Álora (Málaga), a cuyo centro de acogida se marchará enseguida. "Pasé desde Ceuta en los bajos de un camión y, de entrada, quería irme a Alemania o Francia, pero ahora prefiero quedarme en España", precisa.

En El Castaño consiguen partidas de nacimiento y el DNI o el certificado de residencia marroquí de todos sus internos. Esto facilita que se tramite su estancia en España si su familia no quiere reacogerlos. Siempre que no sean mayores de edad, caso en el que puede verse Z. Él reconoce que es la primera vez que va tantos días seguidos a clase. Estaba en sexto de primaria en su pueblo, en las afueras de Marraquech. Se considera "un estudiante poco bueno. Faltaba a clase de vez en cuando. Dos o tres días por semana". En Gaucín va a la piscina, juega al fútbol y recuerda su odisea de más de tres horas entre Algeciras y Mijas hace mes y medio en la furgoneta.

Rachid es el único testigo de esa aventura que queda en España. Pero la historia se repite a diario. Incluso se recrea. En el despacho de Miranda hay un dibujo a la témpera con un magnífico mar azul, surcado por una enorme patrullera de la Guardia Civil, que llega tarde a este lado de la orilla. En la playa se ven las huellas de muchos pies que han dejado atrás una patera con el nombre de El Castaño.

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