El equipaje más refrescante
Se llama José García Barragán, tiene 37 años, está casado y es padre de tres hijos. Sus datos responden al perfil de los vendedores ambulantes que recorren cada día la playa de Cádiz para aliviar la sed, o el apetito, de los bañistas. Desde hace 12 años, José sabe lo que es hacer cientos de kilómetros para ganarse el pan. Es un cocacolero experimentado.Su uniforme es sencillo: calzado cómodo, una camiseta adecuada y la proverbial gorra protectora. Es consciente de que cada jornada debe pasar entre seis y siete horas pateando la arena, acarreando un pesado carrito, y ya conoce el mal trago de sufrir insolaciones. Suele untarse, además, cremas de pantalla solar, "sobre todo en el cuello, que es la parte más castigada", dice.
José se encontraba en el paro cuando un amigo le propuso trabajar en la venta ambulante. Pasó los dos primeros años sin permisos, echando a correr cada vez que avistaba una pareja de policías locales y sufriendo frecuentes confiscaciones. "Había que hacerlo", se justifica. "Tenía una familia que mantener, y eso es honrado". Actualmente, su antigüedad en el puesto le permite conseguir estas licencias sin complicaciones burocráticas, y ha terminado por colocar a su mujer como vendedora de patatas fritas.
El vendedor madruga para abastecerse en un mayorista, se calza su riñonera y se lanza a la playa de Santa María del Mar. Con la nevera bien surtida de agua mineral, cerveza y refrescos, la voz de José se cruza en la orilla con la de otros compañeros. Aunque la camaradería suele ser la regla general, los piques entre unos y otros parecen inevitables. "Hay alguno que quiere delimitar su zona, o que te dice 'este cliente es mío'. Pero tratamos siempre de que reine el buen ambiente. Todos estamos buscándonos la vida".
García Barragán teme que las buenas perspectivas de venta amenacen con desbordar la oferta. "Al principio éramos 10, y ya ves, ahora somos 80. A este paso, habrá más gente vendiendo que bañándose".
Aunque ve compensado su esfuerzo con buenos ingresos, entre 10.000 y 15.000 pesetas diarias, a José le gustaría dejar el carro. No puede permitirse el lujo de tomar días libres, y acusa el cansancio conforme va avanzando el verano. "A mi hijo le gusta pescar, mariscar, y yo ya no recuerdo qué era eso", se lamenta.
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