Antes no ardían tanto
Los bosques de los países norteafricanos no se queman como los españoles. Allí el clima es más propicio para que ardan con facilidad, pero los fuegos no se extienden ni alcanzan grandes dimensiones. Los montes proporcionan leña a muchos argelinos, marroquíes o tunecinos, como ocurría en España antes de que comenzara el éxodo de la población rural a las ciudades.En la última década, las comunidades autónomas y el Estado invierten más de 50.000 millones de pesetas al año y dedican más de 25.000 hombres a combatir los fuegos que inician algunos pirómanos, muchos ganaderos que lo hacen deliberadamente para facilitar el brote de nuevos pastos (fenómeno recurrente en todo el noroeste peninsular) y agricultores descuidados en la quema de rastrojos. "Dedicamos enormes recursos a las salas de urgencia para atender a los pacientes y muy pocos a prevenir la enfermedad", se lamenta Francisco García, presidente de la asociación de profesionales forestales (Profor).
Desde que se inició la despoblación rural, la superficie forestal ha aumentado en España más de un 20% debido al abandono de la agricultura de subsistencia y la colonización biológica. El monte se ha expandido a su aire sin ningún tipo de intervención que esponje el crecimiento de las especies arbóreas y limpie el suelo de maleza, auténtica mecha activadora y propagadora del fuego. Ni las autonomías ni los propietarios dedican recursos a esa tarea preventiva porque sencillamente los montes no son rentables.
Los recientes incendios de El Garraf y cabo de Creus, en Cataluña, se han producido sobre un bosque espontáneo surgido sobre una zona incendiada con anterioridad, en el primer caso, y sobre una reforestación estatal, en el segundo, que pasó a gestionar la Generalitat, sin prestarle la dedicación que recibían los montes antes de ser transferidos a las autonomías, según García. Lo mismo ocurrió con el incendio del monte Abantos en Madrid el año pasado. Al Abantos lo había pelado la gandería hasta que lo reforestaron los alumnos de la Escuela de Montes a mediados del siglo XIX.
En las zonas donde el monte es rentable no se quema (Soria o Burgos, por ejemplo). Donde no lo es se limita a embellecer el paisaje y a actuar como sumidero de CO2, dos funciones imprescindibles para el desarrollo sostenible por las que nadie paga un duro. Cuando un monte ardía todos los vecinos acudían a extinguirlo. Se quemaba la leña de todos. Ahora borra el paisaje o la casa levantada anárquicamente en su interior.
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