La Sardà Terenci Moix
Revisando vídeos de un espectáculo semanal que hice con Rosa María en la televisión catalana anterior a la dictablanda de Pujol, he tenido la impresión de encontrarme frente a la grandeza. Y es que en esta Sardà de los años setenta se hallaba ya la gran maestra que nos arrebata en la actualidad, ya sea en sus apariciones cinematográficas, ya cuando dirige y presenta la entrega de los premios Goya.Es una intérprete toda sabiduría, y ésta ha sido adquirida en la gran escuela de antes: pisando tablas hasta criar callos. No ha sido una carrera fácil, e incluso puede parecer contradictoria. Ha ido oscilando continuamente entre las concesiones a la popularidad y la conquista del prestigio. Al buscar un acercamiento al público, ha probado todos los géneros, con irresistible eclecticismo. Pudimos verla como gran actriz dramática y a los pocos meses como extraordinaria vedette, con cantables y bailables incluidos. Su entrañable inmediatez, su asombrosa variedad de registros, su capacidad para asimilar las más distintas facetas del espectáculo ayudaron a cimentar su renombre de actriz completa.
Por supuesto, esta categoría fue puesta en duda dentro de los estrechos ámbitos del teatro catalán de los setenta, esa especie de huis clos donde el éxito sólo se perdonaba si ocurría lejos de la escena, el cine o la televisión. Cuando Rosa María había demostrado con creces su dominio absoluto en el género de la comedia, circuló en el lavadero teatral el rumor de que "siempre hacía lo mismo".
Podría haber cimentado toda su fama contentándose con hacer reír, pero fue mucho más allá en uno de los mayores casos de ambición artística que recuerdo. Teniendo ya la popularidad, contando con la adhesión absoluta del público, luchó por acceder al prestigio y vencer en buena ley las reticencias de los pedantes. Así, empezó a incorporar a su repertorio una serie de obras y personajes que iban de O'Casey a Benet i Jornet, de Beckett a Gorki, para culminar con una impresionante Madre Coraje dirigida por Lluís Pasqual. Y cuando se enfrentó a un fabuloso one woman show, que hizo en el Lliure, dramatizó una ternura auténticamente popular -pues ella es una actriz del pueblo, una popolana nata-, transmitiendo una auténtica poética del barrio, en cuya evocación no tiene rival. Siempre la adoré en este registro, aunque, lógicamente, no podía quedarse en él. Tenía que ir al más difícil todavía hasta ofrecer en una serie televisa emitida únicamente por la televisión catalana -Una nit amb Vittorio Gassman-, la ósmosis perfecta de sus talentos cómicos y dramáticos; de su habilidad como entreneuse y su capacidad para oprimir el corazón del público desde el más estricto intimismo. Ha demostrado en suficientes ocasiones que puede ser un espectáculo en sí misma, pero, en mi opinión, el mayor espectáculo todavía es lo que le queda por hacer.
http://www.terencimoix.com
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