Mamas
Chordelos de Laclos, el famoso autor de Las relaciones peligrosas, definió al hombre como "un ser bípedo, sin plumas". La especificación es muy acertada: el bipedalismo no hace al hombre, sino tan sólo cuando va unido a la ausencia de plumas. De todos modos, Laclos podría haberse ahorrado la excentricidad de la definición, utilizando el argumento del número de mamas ("un ser bípedo, con un par de mamas"), como había hecho Linneo unos años antes para clasificar todo un grupo de vertebrados (Mammalia). Pero, sin duda, el recurso le debió parecer indecente... Aunque, en realidad, el hombre es el único animal bípedo con dos mamas. Y cuando mejor se percibe es durante estos dias de playa: en las grandes ciudades, la biología se difumina con lo variopinto de la indumentaria, pero en la orilla del mar la humanidad se despoja de corbatas y americanas, y se produce, con la aparición de los pezones, un irreprimible regreso a los orígenes. Orígenes en los que Chordelos propugnaba, a lo Rousseau, que había que buscar al hombre puro y de buen corazón. El escritor Bernardin de Saint-Pierre también veía en los productos de la naturaleza una prueba indudable de la sabia armonía que reinaba en el mundo natural. Y así aseguraba que los melones parecen perfectamente diseñados para ser cortados en rodajas y en número suficiente para abastecer a una familia mediana, o explicaba el porqué del número de mamas de las vacas: "¿Por qué la vaca tiene cuatro mamas, aunque tan sólo dá a luz a un ternero, y muy raramente a dos? Pues porque aquellas dos mamas supérfluas estan destinadas a servir de alimento al género humano". ¡Ah, lo supérfluo, esa cosa tan necesaria! Por un incomprensible pudor, Bernardin de Saint-Pierre no condujo su elucubración hasta la especie humana. Y es una lástima.
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