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Tribuna:SOBREVIVIR EN EL ASFALTO
Tribuna
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Robar una agenda, por ejemplo ENRIQUE VILA-MATAS

No es que me desagrade el mes de agosto, es que me horroriza. Sí. Soy el mismo que no hace mucho, en estas mismas páginas, maldijo el campo y la playa y al estúpido mes de agosto. También soy el que ahora está sentado en el sofá de su casa y acaba de recibir la visita de Sophie Terrier, una amiga de París que, a su paso por Barcelona, leyó mi diatriba contra el verano y se ha sentido obligada a interrumpir mi radical reclusión en casa y hablarme de opciones más sensatas para atravesar con diversión el agosto barcelonés. De entre todas las opciones que me sugiere -ir al Bagdad, cenar en el Taxidermista o en Can Massana, subir al Bus Turístico, empaparme de Gaudí, trabar amistad con japoneses- hay una, que es la que más me recomienda, que destaca por su absoluta insensatez.-Roba una agenda -me dice.

Le ofrezco un té de menta con hielo, levemente sazonado con ajenjo.

Lo acepta encantada y, tras pasar revista a las virtudes del ajenjo, me explica por qué me recomienda que robe una agenda. Hace una semana, a las pocas horas de llegar a la ciudad, encontró en un taxi la agenda que alguien acababa de perder, y de pronto se le ocurrió indagar cosas sobre la vida de esa persona, llamar a los amigos de ésta y reconstruir, a partir de las llamadas, su figura, es decir, intentar componer el retrato de alguien desconocido.

-Pero llevo una semana sin dedicarme a hacerlo -me dice-, y es que el asunto es más complicado de los que debes ya estar pensando que es. Para empezar, la agenda es de 1979, casi del año en que nací. ¿No es esto ya un poco raro?

Raro, lo que se dice raro, me lo parece todo, todo lo que hasta ahora me ha dicho Sophie. Pero es cierto que lo más raro es que la agenda sea tan antigua.

No tardo en enterarme de que eso no es lo más extraño. Quizá lo más raro de todo es que, junto a las direcciones que María Alomar -la propietaria de la agenda- escribió con tinta roja nada más comprarla en 1979, hay otras escritas con caligrafía muy distinta y con tinta azul o lápiz y que delatan que una segunda persona -de letra cuyo trazo es también femenino- ha venido utilizando esa agenda desde muy poco después de que en 1979 María Alomar la estrenara.

Si los teléfonos escritos con tinta roja corresponden en un 90% a direcciones que tienen nombres y apellidos mallorquines, los de caligrafía distinta paertenecen a personas que viven en Tánger o en Barcelona.

-Así las cosas -dice Sophie probando mi té de menta con hielo-, estando tan complicadas las cosas, la verdad es que llevo una semana sin atreverme a iniciar mi indagación, mi feliz pero por ahora frustada idea de intentar componer el retrato de una desconocida. Porque, si te he de ser sincera, no sé por dónde empezar.

Le digo que es obvio que debe empezar preguntando por María Alomar, puesto que el nombre de la segunda propietaria de la agenda no lo tiene. Sophie me dice que tiene miedo de llamar a algún ser querido de María Alomar y que éste le diga que hace años que está muerta.

-Tal vez -añade Sophie, exageradamente trágica- la mató quien le robó la agenda.

Le sugiero un juego perverso. Llamar a Tánger y preguntar por María Alomar. A ver qué pasa.

También esto le da miedo a Sophie. Nos quedamos un largo rato en silencio. Le propongo que me venda o me regale la agenda. Ella me la regala de inmediato. Seguimos tomando el té de menta y, al caer la tarde, tras haber hablado de otras cosas, Sophie se va; me parece verla muy contenta de haberme regalado una insensata idea para atravesar con diversión el agosto de Barcelona.

Llamo a una dirección de Tánger y pregunto por María Alomar. Al otro lado del teléfono, la mujer que me ha contestado me dice con toda naturalidad que hace unas horas que María Alomar ha vuelto a Barcelona. Y añade:

-¿Quién pregunta por ella?

Cuelgo aterrado. Menudo agosto me espera.

Vicens Gimenez

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