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Reportaje:Estampas y postales

La cumbre de hormigón

Miquel Alberola

Hasta principios de los años cincuenta, Benidorm se reducía a una costra dulce sobre el promontorio Canfali. Éste era su núcleo y ésta era también su altura máxima. Luego fue propagándose como una plaga de sí mismo y ocupó toda la ensenada, hasta adquirir la ferocidad de la mandíbula de Hong Kong. Para ver qué hizo la onda expansiva del turismo con Benidorm hay que trepar hasta la cumbre del hotel Bali III, el edificio más alto de Europa de estructura de hormigón, que a su vez supone la máxima expresión de esta aventura que empezó hace casi 50 años.El arquitecto Joaquín Crespo buscó la singularidad a la hora de proyectarlo, y para levantar este géiser de hormigón de 185 metros de altura recurrió a métodos que hasta el momento sólo han sido utilizados en las obras públicas, como los encofrados horizontales. Hace más de diez años que empezaron las obras y ahora están entrando en la fase final para que el hotel sea inaugurado en la próxima primavera con todas las novedades que ha ido suministrando la ciencia en este tiempo. En un corte transversal de los 52 forjados, hay 43 plantas de habitaciones (440, en total), seis plantas de servicios, dos de vestíbulo y una de aparcamiento. Y siete espaciosos ascensores para recorrerlo.

Desde lo alto de esta flamante cumbre compuesta con 30.000 metros cuadrados de hormigón se obtiene casi una perspectiva de satélite Meteosat sobre Benidorm. Entre la isla de Ibiza y la azotea del Bali III sólo se interpone la Serra Gelada. Allí abajo se extiende la lava turística desde los bordes de corazón de la ensenada hasta casi Serra Cortina, donde están los tiovivos de Terra Mítica. Todavía se distingue el núcleo que prosperó sobre el peñasco de Canfali, y debajo aún transparenta su historia.

Hasta los años cincuenta Benidorm tenía cerca de 2.000 habitantes, vivía de la pesca de almadraba y de la agricultura, y disponía asimismo de una extensa nómina de marinos repartidos por las navieras del mundo. En 1951, su alcalde, Pedro Zaragoza, pidió al Gobierno un plan general de ordenación urbana que abarcara todo el término municipal, y en el 56, pese a ser ilegal, ya lo tenía elaborado y aprobado, a base de adherir planes parciales. Luego atrajo el capital para invertir en hoteles y apartamentos, y en pleno mes de diciembre mandó un contenedor lleno de ramas de almendro florecidas a Estocolmo y lo repartió por los escaparates de la ciudad para que se supiera que en Benidorm se había abolido el invierno.

A partir de entonces Benidorm se llenó de extraterrestres, pero el arzobispo de Valencia, don Marcelino Olaechea, a instancias de un par de ministros, puso el grito en el cielo y abrió expediente de excomunión al alcalde por el grave pecado de autorizar el uso del biquini en esas playas. Entonces Zaragoza tuvo que coger la Vespa y plantarse en el Pardo para que el mismísimo Caudillo intercediera en esta controversia que podía arruinar todo el esfuerzo realizado.

-Excelencia, los biquinis no los vendo yo, los vende Loewe.

-Siempre que tenga problemas gordos, déjese de gobernadores y ministros y acuda a mí.

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Franco hizo una excepción sobre los 5.304 metros de playa de Benidorm y blindó el sueño de Pedro Zaragoza, sin saber que la profusión de biquinis contribuiría a oxidar el régimen. Hoy, a los pies de la cima del hotel Bali III, cuyos fundamentos se hunden en el sueño de este visionario, se extiende una metrópoli que fue diseñada para el turismo masivo y que ha logrado producir una avalancha anual de cuatro millones de visitantes.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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