Bush viaja al centro
Al Gore tiene serios motivos para preocuparse tras la convención republicana de Filadelfia. Sea el cambio cosmético o real, los conservadores estadounidenses ofrecen ahora una imagen más positiva y moderada que la que les caracterizó durante los años noventa bajo el liderazgo crispado y extremista de Newt Gingrich. Con una perfecta coreografía de la convención y un apropiado discurso de clausura, George W. Bush ha situado a su partido en el terreno de "las ideas e innovaciones, el idealismo y las puertas abiertas". El gobernador de Tejas se ha apropiado grandes temas de la agenda demócrata -la mejora de la educación y la salvación de los sistemas públicos de pensiones de jubilación (Social Security) y asistencia médica y farmacéutica a los ancianos (Medicare)- y, a través de su sobrino hispano George P. Bush y el ex general afroamericano Colin Powell, ha hecho una poderosa incursión en el terreno de las minorías, tradicionalmente coto demócrata.Ansiosos por recuperar la Casa Blanca tras ocho años, los republicanos han seguido disciplinadamente a Bush en su viaje al centro. Es una operación calcada de la que dirigió en 1992 Clinton, cuando hizo evolucionar al Partido Demócrata desde el progresismo militante de los ochenta a posiciones más templadas. Clinton conquistó con aquella operación a las clases medias de los suburbios residenciales norteamericanos, el sector que ahora intentan reconquistar los republicanos aparcando el extremismo derechista y convirtiéndose al "conservadurismo solidario" de Bush. El gobernador de Tejas e hijo del presidente homónimo es más conocido en Europa por su escalofriante historial en la aplicación de la pena de muerte. Pero ése es un elemento que pesa mucho menos en un país donde dos de cada tres ciudadanos, incluidos Clinton y Gore, están a favor de ella.
La batalla por la Casa Blanca no se librará en ese terreno, sino en el de la imagen personal de los candidatos y su capacidad para garantizar a sus compatriotas la continuidad de la era de paz y prosperidad de que disfrutan. En teoría, Gore tendría todas las de ganar, como heredero político de un presidente popular y con una economía en plena expansión. Pero los republicanos le oponen una alternativa mucho más seductora que la que encarnó en 1996 Bob Dole frente a Clinton. En contradicción con la dureza con la que deniega clemencia a los condenados a la inyección letal, Bush es un hombre personalmente cordial, muy en la línea de Clinton. Y un buen equipo de asesores le ha diseñado una imagen política de centroderecha que no asuste a las clases medias e incluso conecte con las minorías; muy en particular la hispana, que él cultiva con sus frases en español o sus simpatías por México.
En cierto modo, los republicanos vuelven al modelo de Ronald Reagan, que tan bien les funcionó en los ochenta. Un hombre quizá simple, pero sonriente, tranquilizador, de sólidos principios y rodeado de profesionales. En su discurso de aceptación de la candidatura presidencial republicana, Bush no hizo la menor alusión directa al caso Lewinsky, que se saldó con una severa derrota conservadora. En cambio, denunció que el Gobierno de Clinton y Gore ha desaprovechado las ocasiones de este gran momento estadounidense para resolver problemas estructurales -como la mala calidad de la educación pública y la inseguridad sobre el futuro del Estado de bienestar- y para consolidar su liderazgo político internacional.
Teniendo garantizada la fidelidad de su base conservadora, que encarna la presencia de Dick Cheney en su candidatura, el aspirante Bush va a por los votantes independientes e incluso a por los demócratas. Las encuestas, que le dan más de 10 puntos de ventaja, reflejan que los estadounidenses responden por el momento al giro centrista republicano. Pero la batalla acaba de empezar.
En los próximos días, su rival Al Gore utilizará dos cartuchos importantes: el nombramiento de su candidato a la vicepresidencia y la Convención Nacional Demócrata de Los Ángeles. Bien disparados, pueden volver a situar el pulso en una situación de empate, que podría mantenerse hasta la cita con las urnas del 7 de noviembre. Gore subrayará que el historial de Bush y los republicanos desmiente su actual piel de cordero. Pero los ciudadanos están cansados de las querellas partidistas de Washington, que alcanzaron su cenit con el caso Lewinsky, y el candidato demócrata debe tener cuidado en no ser excesivamente agresivo en sus ataques. Sea cual fuere su resultado, la lucha por la Casa Blanca va a librarse en el espacio del centro; y estos comicios presidenciales parecen los de más difícil pronóstico en mucho tiempo.
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