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Estampas y postales

En el fondo del río

Miquel Alberola

Cuando el río Júcar llega a Cullera alcanza una serenidad casi femenina. Se diría que trata de alejarse de sí mismo. Marca distancias con el macho devastador que de forma cíclica se sale de su cauce y se traga todo cuanto encuentra a su paso. Sin embargo, ninguno de los filósofos anfibios que dilucidan el sentido de la vida en las oscilaciones del corcho de su caña de pescar sobre la superficie del río lo olvida. Por debajo de esa serenidad fluye una furia criminal.Antes de que se construyeran las presas de Alarcón y Tous los desbordamientos se producían con una frecuencia extraordinaria. En 1473 el Júcar engulló Alzira y la ciudad hubo de ser repoblada de nuevo. Unos años después, en 1590 se produjeron una veintena de desbordamientos consecutivos que sembraron el terror por los pueblos ribereños. Y en 1864 el río volvió a dejar un reguero de muerte, que sólo fue olvidado por el derrumbamiento de la presa de Tous, en 1982, que convirtió la comarca en un inmenso lago. Como consecuencia del desastre hubo que reconstruir pueblos enteros, y los damnificados, que sobrepasan los 30.000, han tenido que sufrir además uno de los casos judiciales más largos de la historia.

Estos son algunos de los sacrificios que han tenido que tributar los vecinos al río. A cambio, el río se deja sangrar para darle una fertilidad colosal a la tierra que habitaban. Esto propició el cultivo de la naranja en 1781, cuando un párroco de Carcaixent, Vicente Monzó, realizó un experimento botánico con una variedad cítrica que hasta entonces sólo se destinaba a la decoración y le confirió textura comercial. Desde entonces el cultivo de la naranja se propagó por las zonas más propicias hasta configurar uno de los signos de identificación más flagrantes, a la vez que distorsinadores, de los valencianos.

Pero el río Júcar, tras propiciar el prodigio citrícola, y antes de amansarse y convertirse en un puerto asiático en Cullera -con una composición ideal para llevar de paseo a la suegra-, destina sus últimos esfuerzos al cultivo del arroz, que supone, junto al que se produce en marjal de Pego, el 15% de la producción española. Que es tanto como decir 120.500 toneladas. Nada ha coloreado tanto las circunstancias de los valencianos como el arroz consagrado en la cocina. Por regla general, el valenciano o viene de comerse un plato de arroz o se encamina a hacerlo. De lo contrario, está pensando en ello. Aquí, casi todo se culmina con una paella, y a menudo el debate sobre sus ingredientes despierta más entusiasmos que el mapa del genoma.

En medio de esta extensión, que recuerda al delta del Mekong, están los santos de la piedra, Abdón y Senén, para proteger las cosechas y alimentar sus entusiasmos que destraumatizan al río. Aunque ahora las plagas reciben nombres como OCM y vienen dictadas desde la Comisión Europea.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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