Pulmón en la sombra
Su nombre no suele aparecer en las crónicas, propensas a fijar su mirada en futbolistas deslumbrantes o en goleadores sobresalientes. Tampoco los apresurados resúmenes de televisión suelen detener sus fugaces planos en hombres como Makelele (27 años), integrado en otra categoría de jugador, oculta en el centro del rectángulo y empeñada en la noble tarea de poner fin a la posesión del rival e iniciar la jugada del propio equipo. A la sombra de gente como Mostovoi o Karpin, se había ganado la fidelidad del hincha. Resultaría injusto reducir sus cualidades a las del clásico recuperador de balones. Cierto que pocos miden la distancia y meten la bota con su precisión, que su zancada resulta inalcanzable para la mayoría y que los 90 minutos se le quedan cortos -pue-de dar de ello fe el holandés Davids, que vivió dos de sus peores pesadillas en la eliminatoria Juventus-Celta de este año-. Pero sólo el déficit de efectivos en la zona de pivotes de los de Vigo le impidió prodigarse en posiciones más adelantadas, donde siempre que aparece lo hace con peligro. Se diría que sólo le falta desplazar el balón en largo para convertirse en el centrocampista ideal.
Makelele resume la política de fichajes del Celta. Llegó Ito por 50 millones y se fue 12 meses después por mil millones. Sólo 400 costó rescatar a Makelele del Marsella para ser traspasado ahora, dos años más tarde, por siete veces su precio de compra.
En cuanto finalizó la temporada, Makelele dijo que nunca más jugaría en el Celta, pese a los dos años que le restaban y a los 5.000 millones de su cláusula de rescisión. Decía tener la cabeza en Valencia... Atrás queda la sintonía con la grada: la avalancha de solidaridad que recibió cuando el verano pasado estrelló su Ferrari rojo en la autopista de regreso de un partido de pretemporada, o cuando su Kinshasha natal era escenario de violentas luchas tribales. Deja también una estrecha amistad con la facción rusa del equipo vigués, con las familias de Karpin y Mostovoi. Ahora se va entre amenazas de los intransigentes e insultos en las gradas del Balaídos, un estadio que ya no volverá a pisar de celeste.
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