Princesa obrera
Cuando vi la foto que ustedes ven, aquí en el lateral derecho de la columna, se me cayó el alma a los pies. No daba crédito. Mi princesa Teofinda, la sin par, sometida a trabajos forzados. ¿Qué habrá hecho? ¿Cómo me la humillan con semejante atuendo? ¿Cómo denigran su apostura con el tembleque obreril? Ni siquiera unos guantes con los que amortiguar el horrible temblor en sus finas muñecas. Ni tiempo le dieron a quitarse el pulseramen sonoroso. Ni un mono de trabajo con que obviar de su angélica piel la polvareda. Ni protecciones que amortiguaran el estruendo en sus delicados tímpanos. ¿Es que ya no queda piedad en este mundo?Recordarán mis sufridos lectores que, al poco de las últimas elecciones, di por licenciado el cuento de hadas aquél en que mis tres princesas, Solinda, Celinda y Teofinda, se disputaban los favores del Príncipe Aznarín. Lo cual que yo creía las licenciaba a su vez de todo mal. Mas he aquí que algún pérfido mago, sorprendiendo desprotegida a mi Dulcinea de Cádiz, la sometió a cruel encantamiento. Y ahí la tienen, princesa obrera, y de las duras.
Me resisto a creerlo. Tanto, que no he tenido más remedio que inventarme otra fábula para poderlo soportar. La fábula es que la intrépida Martínez, de su propia volición, quiso demostrar a sus rendidos ciudadanos que era capaz de todo con tal de llevarles la felicidad prometida. Ya no bastaba con saberse de memoria el nombre de todos sus súbditos, más la naturaleza de sus muchas dolencias y carencias; los remedios, ya fueran espirituales o meramente administrativos, a todas ellas. Ya no tampoco que cogiera la señal de tráfico con que proteger a los tiernos escolares de las furiosas embestidas de coches y motocicletas sin piedad. Sino que, más abnegada imposible, tomaría ella misma en sus delicadas manos la febril y horrísona piqueta, la que fuera quitando impedimentos al libre transitar de un lado a otro de la bella ciudad gaditana. Dicho y hecho. Que el movimiento se demuestra andando, y el amor a los ciudadanos trepidando.
Item más. Que habiendo el malvado Chavelón hecho cundir la especie de que otras mejoras prometidas por el artero Aznarín tardarían lo suyo, tales como la liberación de pago por la autopista a Sevilla, o la prolongación del AVE hasta la misma tacita de plata, o el pantano de Melonares, o la nueva ruta Granada-Motril, o la que quitara el hado fatídico a la llamada carretera de la muerte, vía Mérida, quiso ella, en un arrebato de santa ira, demostrar de lo que sería capaz llegado el caso de presidir algún día los destinos de los andaluces todos. Ya lo ven. Tomar ella misma los instrumentos laborales y con ellos remover toda clase de obstáculos, derribar montañas, burlar precipicios, elevar muros de hormigón. Lo que hiciera falta. De modo y manera que la foto que ustedes ven no es aviso contra sus enemigos naturales, los envidiosos e incorregibles sociatas, sino símbolo erguido de su resolución contra el mismísimo Príncipe: ¡o me mandas lo prometido, o me hago princesa obrera!
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