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El vuelo inmóvil

El avión estaba a punto de despegar, el comandante había dado ya la orden de cerrar puertas y rampas y las azafatas y auxiliares iniciaban su habitual pantomima sobre los chalecos salvavidas y las puertas de emergencia con gestos mecánicos a los que nadie hacía el menor caso.En ese momento irrumpió en la cabina de mando el secuestrador, con el traje arrugado, el pelo alborotado, barba de varios días, ojos enrojecidos y un pistolón que, por su antigüedad y sus proporciones, no parecía ser una de esas réplicas de juguetería que usan los aficionados.

"A Buenos Aires", ordenó el energúmeno apuntando con el pulso alterado a la cabeza del impoluto piloto, recién duchado, repeinado, bien vestido y bien dormido, que en ese momento le estaba contando un chiste sobre catástrofes aéreas a su joven copiloto.

"Pero si este avión va a Buenos Aires", balbuceó entrecortadamente el aviador girando el rostro hacia el pirata aéreo para toparse con el apabullante cañón de su revólver entre los ojos.

"Ya lo sé, pero éste no se va a ir sin mí, como los otros. ¿Viste?", dijo el intruso agitando en su mano libre un amasijo de papeles que había sacado del bolsillo interior de su deformada chaqueta. "Aquí está mi billete, tenía que haber salido hace una semana para Argentina y llevo todo ese tiempo viviendo en el aeropuerto, pidiendo limosna para comer todos los días y poder pagar mi cuota a la mafia que controla las salas de espera y alquila los asientos para dormir".

Cincuenta y cinco minutos después de haberse producido este diálogo, fielmente grabado en la caja negra del avión, la torre de control dio pista libre al aparato, que despegó sin mayores incidentes, con su polizón a bordo y con sólo tres horas de retraso sobre el horario previsto.

Al verse por fin en el aire, Héctor Fernando Rodríguez Piranesi, el secuestrador, de 45 años de edad, con pasaporte argentino, divorciado y operador turístico de profesión hasta ese fatídico instante, se fue tranquilizando, guardó el arma en la cinturilla del pantalón bajo los faldones de su desaforada camisa, aceptó el whisky que le ofreció con trémula y forzada sonrisa el sobrecargo y descargó sobre la atribulada tripulación el peso que lastraba su conciencia, la trágica, tragicómica, aunque nadie osó reírle la gracia, historia de su peripecia en los infernales laberintos de Barajas.

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Pese a su amplia experiencia profesional en el sector turístico, el operador porteño había caído como un otario en la vieja trampa del overbooking, fraudulenta sobreventa, práctica habitual y criminal de las compañías aéreas que, encomendándose a la no siempre fiable deidad de la estadística, venden más plazas que asientos para prevenir posibles y probables incomparecencias.

Expulsado de su vuelo y arrojado a los albures de una mastodóntica lista de espera, Héctor Fernando había probado su propia medicina como un turista más, incorporado a la famélica, patética y peripatética legión de pasajeros, sin pasaje y con billete, acampados en las terminales del aeropuerto de Barajas, una horda políglota y heteróclita de seres desesperados, condenados a vagar de mostrador en mostrador cargando con sus pesados bagajes durante el día y a luchar a brazo partido cada noche para conquistar un pedazo de suelo donde dormir hacinados y en forzosa promiscuidad.

En los corrillos se comentaban casos como el del ejecutivo belga que se había ahorcado con su propia corbata en el lavabo de la sala VIP tras haber perdido el negocio de su vida o el de la simpática y numerosa familia bávara que, a la espera de su vuelo, se ganaba el sustento interpretando, a coro y a capella, canciones folclóricas e himnos religiosos.

Corrían rumores de que habían empezado a funcionar en la clandestinidad un garito de juego y al menos un par de burdeles, y se hablaba de que una nueva oenegé, Pasajeros sin Fronteras, había solicitado permiso para acudir en ayuda de los sitiados.

"Pero lo que realmente me decidió a dar este paso", concluyó su relato el secuestrador, "fue leer, en un periódico que había alquilado para que me sirviera de manta durante la noche, un comunicado de AENA diciendo que todo funcionaba con normalidad en Barajas".

Si esto es normal en España prefiero ser loco en Argentina. ¿Viste?

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