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Una lectura de Camp David

La conclusión de la cumbre de Camp David entre palestinos e israelíes sin resultado concreto alguno ha motivado la general interpretación de que "la intransigencia de ambas partes no ha permitido que el proceso avanzase".Esta apreciación no es sino una expresión más de cómo se tergiversan los acontecimientos y, a la postre, la historia en este largo conflicto. Ese plano de igualdad es un claro ejercicio de cinismo, dado que lo que hay es una parte, Israel, que tiene que devolver la tierra ocupada de acuerdo con la ley internacional, y unos palestinos que no hacen sino reclamar que esa ley internacional se aplique. ¿De qué lado está la intransigencia, entonces?

Y es que, si bien Oslo abrió las puertas a la pacificación, también es cierto que ha ido sibilinamente modificando conceptos históricos y jurídicos clave, que han ido minando los derechos históricos de los palestinos. Así, la noción de "devolución" se ha ido sustituyendo por la de "dar" o "entregar", como si los territorios ocupados de 1967 fueran parte de Israel; los "territorios ocupados" se han convertido en los "territorios en disputa", y el "derecho al retorno" de los refugiados palestinos se ha convertido más en una "petición" palestina en el marco de la negociación que en un derecho inalienable, de manera que, cualquier posible arreglo sobre la cuestión (no más de aceptar unos millares en pro del reagrupamiento familiar), será un gesto humanitario y no una obligación del Estado de Israel. Ésta es la posición oficial israelí hacia los más de cuatro millones de refugiados palestinos desplazados de sus hogares, en su inmensa mayoría de manera forzada, por Israel en 1948 y 1967. El no reconocimiento, cuando menos moral, por parte de Israel de su responsabilidad con respecto a la tragedia padecida hasta hoy día por esas personas imposibilitará cualquier auténtica reconciliación entre ambos pueblos.

Asimismo, Israel tiene prácticamente todas las bazas en su mano porque ha ido generando una larga serie de "hechos consumados" con respecto a la anexión de tierras, la creación de colonias y el control militar. Es más, el Gobierno de Ehud Barak se ha caracterizado, violando la Convención de Ginebra de 1949 y los acuerdos de Oslo, por una intensa actividad en el reforzamiento de asentamientos (con las consiguientes demoliciones de casas y apropiación de tierras palestinas), con el fin de engrosar y unir aquellos asentamientos próximos a la Línea Verde que, de hecho, Israel aspira a anexionarse; acompañada por el inicio de la construcción de 12 carreteras by-pass en Cisjordania para comunicar asentamientos judíos con Israel, lo cual, además de suponer más expropiaciones de tierras ( el ancho de dichas autovías "de seguridad" para colonos es de 350 metros), significa la imposibilidad de facto de deslindar Cisjordania del propio Israel y la creación de permanentes fronteras y barreras entre los "islotes" palestinos.

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Se dice también con aspecto sombrío que la cumbre ha sido un fracaso. Yo creo que ha sido el lógico inicio de un nuevo proceso que afronta la verdadera negociación y que no puede resolverse así como así, dadas las circunstancias actuales. Durante la fase interina del proceso (de 1993 hasta ahora), las diferencias entre ambas partes se han resuelto principalmente a través del diktat israelí y la aceptación más o menos a regañadientes de la Autoridad Palestina. Así ha sido con respecto a las retiradas militares (todavía sin cumplirse la acordada en Way Plantation), a la construcción de asentamientos y de carreteras, a la cantonización de las tierras palestinas, a la imposición de cierres de los territorios ocupados y a la negativa a liberar a todos los prisioneros políticos. Pero ahora se trata de establecer el estatuto final que configurará el Estado palestino, es decir, concluir el nivel de control israelí sobre dicho Estado y la resolución de cuestiones sustanciales como la tierra, Jerusalén y los refugiados. En este marco, Yasir Arafat no podía satisfacer las demandas israelíes y las presiones americanas sin deslegitimar irremediablemente un liderazgo en declive que, según la encuesta realizada por el Center for Palestine Research and Studies, ya en abril del 2000 sólo contaba con el apoyo del 39% de los palestinos.

A este descenso de popularidad (motivado por el despotismo creciente de la Autoridad Palestina y sus redes de corrupción) se unía otro importante factor que hizo que Arafat no pudiera permitirse ninguna decisión que le hiciese volver a Palestina con la imagen de haber claudicado: el éxito de Hezbolá forzando la retirada de Israel del sur de Líbano. El ejemplo libanés, que ha alentado y unificado a los palestinos, ha puesto, sin duda, bajo minucioso examen la legitimidad de Arafat en lo que se refiere a los compromisos sobre la tierra.

Por su parte, Ehud Barak está sometido a una aguda presión interna, que también era de esperar en el momento en que se afrontase la real negociación y sobre todo cuando el margen de maniobra de los fundamentalistas judíos es grande en el seno del Estado (porque forman parte de su legitimidad y porque las concesiones a este sector les ha ampliado su influencia). La oposición de los sectores más ultramontanos de Israel procede del hecho de que los gobiernos han creado las condiciones para que el principio de "paz por territorios" amenace sus intereses de grupo. Del Partido Nacional Religioso procede buena parte del sector de los colonos en territorio palestino, al igual que ocurre con la más recientemente llegada comunidad rusa. Y con Shas, detonante de la crisis interna, la cuestión reposa tanto en su desconfianza hacia la élite askenazi de los partidos Laborista y Meretz (fruto del menosprecio y la marginación socioeconómica a la que sometieron a los mizrahim, judíos procedentes de los países árabes, que constituyen la base social de Shas y que acabaron adoptando actitudes anti-árabes para mostrar a los askenazíes que ellos no eran "árabes"), como al sentimiento de amenaza socio-económica que éstos sienten ante un proceso de paz que puede desplazar los modestos puestos de trabajo que ellos ocupan a los países árabes circundantes (por ejemplo, en 1998 y 1999 firmas israelíes establecieron 30 industrias en Jordania, empleando a 6.000 trabajadores, y 4 en Egipto. empleando a 3.000). Ésta es la principal explicación del vínculo existente entre las reclamaciones presupuestarias de Shas y el proceso de paz.

Pero, independientemente de esta realidad concreta, tanto las reacciones israelíes contra las negociaciones como la visión de los propios negociadores parecen poner de manifiesto que no se ha asumido el proceso de paz más allá de la comprensión basada estrictamente en la separación demográfica de judíos y árabes, lo cual no vaticina buenos resultados para la reconciliación ni para las aspiraciones palestinas de obtener una soberanía digna. La visión de la paz abiertamente expresada por Barak, basada en la frase "nosotros aquí, y ellos, allí" (cuando un millón de palestinos viven en Israel y 400.000 israelíes viven más allá de la Línea Verde), denota una comprensión de la paz próxima al apartheid, plagada de muros, túneles, carreteras fortaleza y puestos de control. Si a ello se une el deseo, igualmente manifestado, de anexionar "bloques de asentamientos" que agruparían en torno al 80% de la población colona de Cisjordania, resulta que, aunque los palestinos obtuviesen el 85% o 90% del territorio de Cisjordania, lo que en realidad tendrían serían unos cuantos batustanes rodeados de autovías y colonias judías. Y con respecto a "Jerusalén Este", la proclamada indivisibilidad de la ciudad en pro de los valores religiosos que reposan en el centro histórico ocupado en 1967 (que suman 6 km), Israel se ha anexionado después 64 km más de la parte correspondiente a Cisjordania integrándolo en el "Jerusalén Este", es decir, el 92% de ese "indivisible" Jerusalén Este.

En consecuencia, la negociación es tan desequilibrada entre palestinos e israelíes (por no hablar de la "imparcialidad" del mediador americano) que si no se aplica la ley internacional (resoluciones 181, 242, 338 de la ONU) se corre el riesgo de que las cuestiones clave se vuelvan a posponer, para seguir imponiéndose los hechos consumados, y se llegue a un acuerdo conceptual que establezca un mini-Estado palestino, aparentemente destinado a satisfacer las aspiraciones nacionales palestinas, pero sin plena soberanía ni control sobre sus fronteras. Y, por supuesto, una vez más, la represión será el instrumento para acallar a las voces discordantes palestinas.

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

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