Entre el disgusto barojiano y la angustia
Fue un mes en que casi nunca entré con buen pie y eso, amén de mi condición de termómetro humano que no gusta del calor, condiciona negativamente el juicio. Mi primer recuerdo, entre nebulosas, trae las imágenes de las fiestas de la Virgen en Azkoitia, con el terror que me causó una noche el zezen susko o toro de fuego. Chispas, oscuridad y miedo, es todo lo que tengo en la mente al evocar el episodio. Así que logré no volver nunca a Azkoitia en fiestas. Y, ya adolescente, traté asímismo de escapar, siempre que pude, de la Semana Grande donostiarra. No me gustaban los toros, ni la ciudad, ni las playas convertidas en hormigueros, ni los fuegos, así que el recurso fue huir.El tiempo no mejoró las cosas. Un día 2 de agosto, regresábamos de París después de haber pasado unas semanas saboreando los restos de mayo del 68, con toques de comedia bufa, pues a efectos de disponer de la casa de los tíos de ella , nacionalistas vascos de estricta observancia, yo era la amiga Angelines de mi hoy compañera, y cada visita me llevaba a buscar refugio en un gran armario. Fue una experiencia inolvidable -días de amor, nems, paseos y libros-, truncada brutalmente en el mismo momento de cruzar el puente de Irún por un registro del 600 y unas preguntas de inusitada dureza. Ese mismo 2 de agosto, ETA había asesinado a un policía acusado de torturador, Melitón Manzanas. Entrábamos en una secuencia de estados de excepción franquistas, por un lado, y, sin saberlo, por otro, de lo que iba a ser más duradero, el terror de ETA.
Desde entonces, he sentido hacia el mes de agosto una mezcla de disgusto barojiano y de angustia. Lo primero, por una aversión natural a las muchedumbres: es sin duda mayor el goce de una playa o de cualquier lugar turístico a principios de julio o a mediados de septiembre. Lo segundo, porque para alguien preocupado por la evolución del nacionalismo radical, agosto fue convirtiéndose en el mes en que se fraguaron sus mecanismos para consolidar la hegemonía del imaginario de ETA sobre la vida cotidiana de los vascos. Fiesta a fiesta, a partir de la llamada "guerra de las banderas", las capitales y los pueblos de Euskadi fueron convirtiéndose en el escenario de unas actuaciones -de imposición de los propios símbolos, de entrada en juego de la borroka allí donde les place- que constituyeron el banco de pruebas para la política de agresión sistemática llevada a cabo en nuestra década. Así, el encadenamiento de las tres semanas grandes, la de Vitoria, la de Bilbao y la donostiarra, con la corola de celebraciones menores, no solamente dibuja un espacio abierto para la espontaneidad, la diversión de las cuadrillas o la trasgresión liberadora, sino al mismo tiempo, en el plano político, un castillo de Sade del cual es preciso escapar cuanto antes y con un mínimo de huellas de la barbarie que impone el lema "Fiestas, bai; borroka ere bai!".
Por lo demás, tampoco aciertan quienes opinan que en agosto nunca sucede nada. La densidad de acontecimientos es menor que en otros meses del año, pero en el curso del siglo han tenido lugar en agosto hechos de primera magnitud, y con un innegable balance negativo. El 1 de agosto de 1914, se inicia la Primera Guerra Mundial y en agosto de 1939 llega la gran sorpresa con la firma del pacto Hitler-Stalin que abre paso a la Segunda. En agosto de 1945 se rinde Japón, pero a costa de la explosión de las dos bombas atómicas que arrasan Hiroshima y Nagasaki. Tampoco fue un mes afortunado en la historia española, ya que en agosto de 1921 se da en la guerra de Marruecos la caída, y subsiguiente matanza, de Monte Arruit, fin del desastre iniciado en Annual. En la Guerra Civil, sin hitos de relumbrón, los tres agostos, de 1936, 1937 y 1938, marcan sucesivas rupturas de equilibrio desfavorables para la República. Y puestos a jugar con el humor negro, en agosto de 1974 se repone Franco de una tromboflebitis que pudo ahorrarnos en más de un año la agonía trágica de la dictadura, y dentro de ella, la ley antiterrorista de 27 de agosto de 1975, aval para los últimos fusilamientos del régimen.
En la historia del socialismo, agosto es el mes que contempla en 1968 el más triste, ya que no el más trágico, de sus episodios: el aplastamiento de la "primavera de Praga"por los ejércitos del Pacto de Varsovia. El acontecimiento fue compensado, a fines de los ochenta, por el principio del fin de la RDA, con las huídas masivas a través de Checoslovaquia y Hungría. Y del 19 al 21 de agosto de 1991, con el fracaso del golpe de Estado en Moscú que provocó el fin de la URSS y de Gorbachov. Un instante sin duda hermoso, pero quien lo capitalizó fue Yeltsin. En fin, agosto puede sin mucha pena ser declarado mes políticamente inhábil, digno en cambio de acoger acontecimientos como esa reciente inauguración del llamado "parque temático" de Benidorm, con su impresentable decorado de peplum barato, al que empresarios y peperos han tenido la osadía de llevar al príncipe Felipe como señuelo publicitario, (por cierto, lo del ave fénix, la atracción máxima, con su mástil, ascensor y águila, viene de una "terra mítica" pero poco mediterránea: Alemania nazi; Congreso de Nüremberg). Aunque se han adelantado unas fechas, merecía figurar entre las cosas de agosto. Del peor agosto.
Antonio Elorza es catedrático de pensamiento político de la Universidad Complutense.
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