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Tribuna:VÍSPERAS DE LA CONVENCIÓN REPUBLICANA
Tribuna
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El candidato de la tradición

Los críticos y los adversarios del gobernador George W. Bush se equivocan al subestimarlo. Es evidente que tiene aversión a las ideas complejas y parece no tener ninguna sustancia. Pero su carácter convencional le ha proporcionado enormes ventajas. Se supone que debe mantener una tradición, asegurar a los ciudadanos que el mundo está en orden y que a lo que más miedo hay que tener es a los intentos serios de transformarlo.Los republicanos del siglo XX se definieron por su rechazo a su mejor presidente, Theodore Roosevelt. El fundador del moderno imperio norteamericano era un imperialista social. Amplió el Estado federal con el fin de regular a las empresas e intentó incorporar a la nación a la nueva clase obrera y a sus inmigrantes católicos. Los presidentes republicanos posteriores defendieron al capital y la intervención limitada del Estado. Su partido representaba a los protestantes blancos, que estaban convencidos de que la nación les pertenecía.

El segundo Roosevelt, el demócrata Franklin Roosevelt, resultó todavía más traumático para los republicanos. Instituyó la socialdemocracia americana, con programas que incluían los derechos para los trabajadores, la redistribución de la riqueza y la seguridad social. En política internacional era partidario de las alianzas multilaterales y se opuso a la actitud unilateral de los republicanos, que rechazaron ser miembros de la Liga de Naciones.

Los arquitectos del nuevo Partido Republicano fueron Eisenhower y Nixon. Integraron a los católicos al electorado republicano y aceptaron el contrato social del New Deal (Nixon incluso lo amplió). Nixon inició y Reagan acentuó la explotación política del racismo blanco. Pero Reagan emprendió el desmantelamiento de gran parte del Estado de bienestar. Cuando era presidente, Bush, padre, no tuvo una política económica y social clara, y ello le costó el puesto. Las mayorías republicanas actuales en la Cámara de Representantes y el Senado están formadas por reaganitas, pero las victorias de Clinton han mostrado que las agresiones directas al Estado de bienestar tienen un precio político elevado.

El gobernador Bush, que carece de convicciones firmes, ha intentado la cuadratura del círculo ideológico. Su conservadurismo compasivo, con la importancia que otorga a las obras de caridad de las iglesias y los gobiernos locales, recuerda a la vacuidad de la doctrina social de su padre. Promete un Estado de bienestar... en plan barato. Para reformar el sistema educativo nacional, lleno de desigualdades, proporcionar seguro médico para el 20 % de la población que no lo tiene y proteger a consumidores y trabajadores serían precisos un Gobierno federal fuerte y una política de grandes gastos. Mientras que lo que Bush ha propuesto han sido recortes fiscales que favorecerían a las clases acomodadas, e intenta privatizar (en parte) el sistema universal federal de pensiones.

La imagen de los republicanos como implacables defensores de los privilegios de clase es un lastre electoral. Bush ha combinado sin descanso su insistente retórica antigubernamental con los votos de simpatía hacia negros, hispanos y trabajadores blancos (su objetivo principal). Los republicanos sufrieron un desastre electoral en California cuando les calificaron, con gran acierto, de xenófobos. Como gobernador de Tejas, Bush ha pedido la colaboración de la amplia población negra e hispana del Estado, pero no ha hecho gran cosa por ellos. El hecho de que haya elegido a un adversario probado del poder federal, Richard Cheney, como candidato a la vicepresidencia, es muy significativo tanto para los empresarios que financian al Partido Republicano como para el electorado de clase media. La identidad de quien fue uno de los más estrechos colaboradores de su padre indica la continuidad republicana. La compasión de Bush no va a tener costes para su partido.

Existe otro elemento de continuidad en la política exterior. Tanto demócratas como republicanos están de acuerdo en la necesidad de mantener la hegemonía de Estados Unidos, pero, desde 1945, los republicanos han tenido una postura más unilateral. Ahora que ha desaparecido la amenaza soviética, son los republicanos quienes se preocupan (o dicen preocuparse, para justificar los grandes gastos armamentísticos) por los terroristas, integristas, Estados irresponsables y, sobre todo, China. El imperialismo norteamericano moderno comenzó en Asia. A los republicanos les escandalizó que los comunistas se apropiaran de la revolución nacional china y clasificaron a dicho país como enemigo, una actitud que dura hasta hoy. (Hace un siglo, los protestantes norteamericanos creían que los chinos acabarían convirtiéndose.) En Europa, los republicanos usan un lenguaje de colaboración pero esperan obediencia, y están dispuestos a tener un conflicto económico y político si los europeos se toman la soberanía demasiado en serio. Como es natural, Bush apoya la nueva versión de la guerra de las galaxias.

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El problema electoral del gobernador Bush consiste en poder movilizar a sus bases, con su hostilidad hacia el Estado de bienestar, los negros y los pobres -además de gran parte de la cultura moderna-, sin provocar una fuerte movilización de los demócratas en su contra. Ha prestado atención especial a los trabajadores blancos, que padecen una tremenda desorientación. Se les dice sin cesar que la economía está en plena prosperidad, pero tienen que esforzarse para poder mantener un nivel de vida modesto. Con los trabajadores blancos ha sido eficaz el trasfondo airado que se esconde bajo la máscara de cordialidad de Bush. Sus verdaderos enemigos, dice, son quienes insultan a los americanos normales (sin poder ni riqueza) cuando les describen como si estuvieran permanentemente humillados. Lo que de verdad buscan los demócratas, añade, son clientes a los que el Gobierno pueda dominar. Toda la política es una farsa llena de cinismo -es el mensaje tácito-, pero no voy a aumentar vuestros problemas dándoles nombre, y mucho menos con promesas de que voy a solucionarlos. Todo esto está calculado para convencer a posibles votantes demócratas de que no compensa votar. Está claro que Bush no es tan estúpido como parece.

Norman Birnbaum es catedrático de Ciencias Sociales en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown, en Washington, DC.

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