Un episodio judicial IGNACIO VIDAL-FOLCH
La Audiencia de Barcelona acaba de juzgar a un presunto violador de ancianas que en 1981 ya fue condenado, por 10 violaciones con resultado de tres muertes, a más de 100 años de cárcel; cumplió 18, fue liberado y, según la acusación, a los pocos días agredió a otras tres ancianas: una de las tres resultó muerta a golpes; otra, de 96 años de edad, se desmayó -lo que puso en fuga al agresor- y ha quedado en permanente estado de shock e incapacitada para reconocer a su agresor; en ninguno de los dos casos se ha encontrado prueba directa o indirecta contra el sospechoso, aunque el procedimiento criminal es similar.La tercera víctima es una mujer de 79 años; cuando ya estaba siendo golpeada la salvó el estrépito del ascensor: la mujer tuvo aún la presencia de ánimo para decirle al agresor que en el ascensor llegaba su hijo; y aquél huyó.
Este tercer crimen es el que se juzgaba el otro día. La defensa alegó que la mujer consentía en el contacto sexual, el fiscal lo negó y pidió 10 años de cárcel. Hay un testigo presencial: la víctima, aún temblorosa; y una prueba pericial: una colilla de cigarrillo en la que se ha encontrado el ADN del agresor. El juez ha dictado sentencia: seis años a la sombra.
Hace 25 años, un grupo de estudiantes de derecho de la Universidad Autónoma estuvimos en la misma sala de la Audiencia mirando la espalda de un hombre esposado al que se acusaba del asesinato de una anciana. La víctima había tenido la peor ocurrencia de su vida: tenía que hacer unas chapuzas en casa y contrató en la calle a un hombre joven, un albañil desocupado que sería su asesino. El albañil la acompañó a su domicilio, la desnucó, robó sus ahorros, y esa misma tarde se los estaba gastando cuando le echaron el guante.
El fiscal de hace 25 años clamaba: "¡Tiene usted las manos empapadas de sangre! ¡Empapadas de sangre!". Era el estilo truculento que se gastaba en la época. El albañil ofreció su propia versión de los hechos: al llegar al piso, la anciana le había hecho proposiciones deshonestas. Él siente repugnancia; la rechaza; la anciana insiste y se insinúa, mientras le embucha en el bolsillo los billetes de banco que luego la policía le encontrará; él la aleja de un empujón, con tan mala fortuna que la envía a chocar contra la esquina de una mesa que... A partir de ese instante no recuerda más, hay un extraño blanco en su memoria, un blanco muy socorrido en los tribunales. Como se ve, era una explicación bastante inverosímil. En los bancos del público, los familiares de la anciana asesinada rechinaban de dientes y mascullaban improperios contra aquel miserable que no contento con matar a la abuela ahora ofendía su memoria.
-¿Así que la señora María le requirió sexualmente? -preguntó el fiscal regodeándose en la ironía-. ¿Pero cómo es que usted se negó? ¡Vamos, vamos! ¿No es usted varón, un hombre con lo que hay que tener?
El albañil, creyendo adentrarse por terrenos de complicidad entre machos, se encogió de hombros como un escolar al que han pillado fumando:
-Pues la verdad..., si ella hubiera sido más joven..., a nadie le amarga un dulce. Pero era muy vieja y me daba asco.
El abogado había sido nombrado de oficio. Cuando le llegó su turno preguntó a su cliente:
-¿Es usted casado?
-Sí.
-¿Es usted católico?
-Sí.
-Por consiguiente, aunque la oferente hubiera sido joven y atractiva, usted, en el cumplimiento de los deberes contraídos con el santo sacramento del matrimonio, tampoco hubiera aceptado mantener relaciones carnales con ella. ¿Verdad?
Todos contuvieron el aliento, se hizo en la sala un silencio espeso. El albañil trataba de descifrar en el rostro de su defensor qué respuesta esperaba que le diese. Pero el abogado, en lo alto del parapeto de pulida madera, quedaba tan lejos y tan arriba que su rostro resultaba impenetrable. Todos en la sala comprendimos los razonamientos en que se enredaba la mente simplona del acusado: "No voy a desmentir a mi propio abogado, él sabe de estas cosas y si me dice eso por algo será; claro que si le doy la razón me contradigo con lo que acabo de decir, quedo como un mentiroso y mi historia, que ya es bastante inverosímil, no la creerá ni Dios. ¿Qué hago?".
-Como católico que usted es -insistió cansinamente el abogado, sólo le faltaba consultar el reloj-, jamás hubiera mantenido relaciones carnales con otra mujer que con su esposa. ¿Verdad que no?
-... No.
El fiscal se frotaba las manos. Pronto volvió a tomar la palabra y a clamar que las del acusado estaban empapadas en sangre. En aquellos años postreros del franquismo todavía había pena de muerte, aunque apenas se aplicaba, y salimos del juzgado convencidos de que el propio defensor había conducido a su cliente al cadalso.
De vez en cuando me he preguntado qué habrá sido de aquel reo de 1975. A éste del año 2000 seguramente lo han defendido mejor, conforme a derecho. La sala le apreció una atenuante de "enajenación mental", pero también la agravante de "aprovechamiento de lugar".
Cambió el Código Penal, hoy se imponen penas mucho más benignas que ayer -por una vida se pagan 15 años-. Por lo demás, la vida sigue igual, como decía una canción de entonces.
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