Servidumbres
La condición de estrella indiscutible crea servidumbres y a George Benson se le nota demasiado. Si alguno de los espectadores que medio llenaban la explanada de Viveros esperaba escuchar un Benson renovado, acorde con la música que ha desgranado en los últimos años noventa, con algunas lecciones básicas de jazz para la divulgación, se debió quedar con un palmo de narices. El guitarrista tal vez pensó: ¿cómo camelar a este público variopinto que me contempla de pie en una cálida noche de verano y a pocos kilómetros del mar? La respuesta fue sustentar su concierto en los grandes éxitos de los 70 y el estilo de los 70, pero en peores condiciones vocales que entonces.George Benson lo que mejor hace es tocar la guitarra. Pues bien, prefirió dejarla de lado en algunas canciones célebres como In your eyes o Nothing's gonna change my love for you, fácilmente reconocibles incluso por los no fans, y amarrarse al micrófono como si fuera Barry Manilow que llega a Puerto Vallarta en un crucero de placer. Por momentos, parecía el acompañante de sus músicos, aplicados como séquito pero sin un brillo especial a título individual. Claro está que se trabajó las cuerdas cuando quiso, pero quiso más bien poco, e incluso tuvo algún destello genial, pero el peso del pasado, con la inevitable síncopa de Give me the night, el swing hecho unos zorros de Beyond the sea o, ya en plan baladón melifluo, The greatest love of all como estandartes, además de mucho funk meloso, lo impregnó todo y apenas se percibió algo del sutil Absolute Benson que despide el siglo. Si acaso, el toque latino y algunas gotas de piano jazzy y poco más.
George Benson
Jardines de Viveros. Valencia, 26 de julio de 2000.
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