La constelación Zapatero
Todo estaba preparado para que se escucharan los cánticos de la frustración, de la ocasión perdida, de la perfidia de Felipe González, del ya lo decía yo de Alfonso Guerra, del así no de Josep Borrell y así sucesivamente. Las salvas para enterrar el 35º Congreso Federal del PSOE con un líder nacido para la división, entregado al examen crítico del microscopio electrónico, bajo la pesada acusación de imperdonables éxitos sucesivos, lastrado por sus conocidas y abominables destrezas, estaban preparadas. Y en éstas llegó José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre tranquilo, y mandó parar. Los más avisados, los oteadores del porvenir, aquellos que niegan futuro a todo aquello que escapa de su control y su manipulación, han visto pulverizados sus pronósticos. Presagiaban el desastre por la pluralidad de candidatos a la secretaría general del Partido Socialista. Y el 35º congreso -por favor, que cambien al escenógrafo- ha terminado con una convocatoria a la esperanza del 2004.Incluso en las filas de la militancia se había instalado la añoranza por aquellos congresos cocinados en los fogones por Alfonso Guerra y servidos al público de la sala por Felipe González. Qué podía esperarse, pues, de un congreso en las antípodas de aquel venturoso sistema a la búlgara, de un congreso con los delegados votando en urnas de modo individual y secreto, es decir, escondidos en la oscuridad de la conciencia para hacer cualquier marranada en vez de hacerlo con limpieza a la luz de los compañeros. Además, ¿cuál no sería el acierto de esa fórmula cuando había constituido durante tantos años la envidia del principal adversario, el Partido Popular? Hasta el punto de que Aznar había terminado por adoptarla llevándola ventajosamente hasta sus últimas consecuencias en el congreso de enero de 1999. Pero, ahora, tras lo visto el último fin de semana, aviso a Moncloa y a Génova de que el congreso del PP programado en el 2003 ya no será posible sin un cambio de guión y aprovecho, también, para recordar la vigencia del principio según el cual la designación invalida al delfín.
Qué interesante fue asistir a la sesión del plenario en la que cada uno de los cuatro aspirantes presentó su candidatura. Rosa Díez se sabía en debilidad, José Bono ofrecía su experiencia para el triunfo. Matilde Fernández se erigió en el resto de Israel y revestida de profetismo la emprendió contra los mercaderes del templo dejando un ambiente de desolación en el auditorio. José Luis Rodriguez Zapatero aprovechó la ventaja, levantó los ánimos y supo llegar a quienes tenían las papeletas de votación en sus manos. Habló del poder local, de los enseñantes, de la paridad de las mujeres, de una España más laica cuando algunos se empeñan en devolvernos a la confesionalidad, de las primarias, de las listas abiertas, de la devolución del poder. Hizo un guiño a las gentes de la cultura y citó a María Zambrano y a Jorge Luis Borges. El aplausómetro hubiera probado en decibelios que Zapatero había ganado la partida. Sucedió además que a partir de ese mismo momento empezaba la votación sin que los agentes de la desactivación ni los voceros de la experiencia tuvieran tiempo para hacer su labor y devolver las aguas a su labrado cauce.
De momento, tenemos noticia. Zapatero tiene un contenido tanto más rico en noticia cuanto que su victoria tenía un mayor coeficiente de improbabilidad. Habrá quien diga que noticia grande fue también José Borrell cuando ganó las primarias al secretario general de entonces. Pero Borrell la había emprendido en un cuerpo a cuerpo contra el aparato denostado, mientras que Zapatero ha preferido la esgrima para llegar indemne al momento decisivo. Además, el nuevo secretario general comparece al frente de una constelación también nueva que está formándose, cuyo corrimiento debería acabar con algunas enfermedades endémicas. Para empezar, José Luis Rodríguez Zapatero ha sostenido el pulso, ha aguantado las tablas, ha rehusado los pactos previos y ha sabido componer una Comisión Ejecutiva integradora, sin que nadie le torciera la mano ni le lastrara. Tuvo en su discurso de clausura muchas deferencias hacia los sindicatos, pero de la causa común, como de los antiguos guerristas, nunca más se supo.
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