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La ESO y los alumnos problemáticos JORDI ACHÓN

La ministra de educación propone separar a los alumnos del segundo ciclo de la ESO (14-16 años) con bajo rendimiento académico. Los que aprueben el primer ciclo (12-14 años) seguirán hasta completar la ESO, y a los que no, se les quiere encaminar hacia programas de garantía social y hacia el mundo laboral. Hay que preguntarse por qué es necesario, según la ministra y un sector importante del profesorado e incluso de los propios alumnos, de los padres y de la opinión pública, separar a estos alumnos. ¿Dónde está la necesidad? ¿Cuál es el problema?Una respuesta muy extendida entre el profesorado es que estos alumnos entorpecen las clases y perjudican a los demás, ya que se percibe una estrecha relación entre alumno con bajo rendimiento y alumno conflictivo. Y si hay que atenderlos, entonces se bajan los niveles. Cuando se trasladan a los padres y a la sociedad estas realidades inquietantes, que en nada son despreciables, es inmediato suponer su preocupación: "¿Adónde irá el mío?". Y además, y eso cala hondo, se despierta un sentimiento de miedo y de protección: "¿Perjudicarán estos alumnos al mío?".

De entrada, hay que decir que este problema ni es nuevo ni se produce con la misma intensidad y de la misma manera en los centros educativos. En todo caso, ha vuelto a emerger al haberse incrementado el tiempo de escolaridad dos años más, y era de esperar que así ocurriera si se mira cómo van las cosas en el conjunto de la enseñanza obligatoria. También hay que decir que queda mucho por conocer y por idear para garantizar una alta eficacia de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Al pretender desgajar una parte de los alumnos dos años antes que el resto, se está aceptando que no se sabe qué hacer con ellos. Pero reconocer esta falta de conocimiento pedagógico puede ser muy productivo desde una perspectiva pedagógica.

Este problema no tiene una solución política, pero es necesaria la intervención política para resolver el conflicto de un posible choque entre los derechos de estos alumnos y los de los otros. Nadie a la izquierda o a la derecha pone en duda que el haber incrementado en dos años la escolaridad universal y básica es un avance y un valor social al que no se está dispuesto a renunciar. Desde la Constitución, será muy difícil justificar una renuncia explícita de los derechos de unos en beneficio de otros.

Este debate encierra una oportunidad para el progreso de nuestra manera de educar. Sólo basta una cierta dosis de sensibilidad pedagógica para percibir cómo emerge de nuevo, en la ESO, el nudo gordiano más simbólico de la educación -ya clásico-, que, con un tinte de modernidad, expresamos como la atención a la diversidad.

La raíz de este problema está en cómo se concibe y se percibe la diversidad, y cómo se interactúa con ella. Resulta contradictorio que para atender la diversidad se pretenda reducirla. Más bien hay que jugar a favor de ella para ganar esta partida. Hay que invertir más y mejor para ir encontrando soluciones a este problema, con el convencimiento de que cualquier progreso en generar recursos educativos para estos alumnos repercutirá positivamente en los otros.

En efecto, durante un aprendizaje concreto de conocimientos o de actitudes, cuando el docente consigue los resortes pedagógicos para desbloquear y motivar a uno de estos alumnos, se consiguen simultáneamente nuevos resortes para que los otros alumnos aprendan mejor esos mismos conocimientos y actitudes. Creo que éste es un hecho que pueden corroborar muchos docentes, que puede tranquilizar las inquietudes de muchos padres, al tiempo que puede hacer reflexionar a los partidarios de la reducción de la diversidad.

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Por todo ello se hacen necesarias unas políticas que estimulen la innovación en el aula y en el centro educativo. Hay factores clave de los que se depende para lograr resultados satisfactorios en el aula, unos hay que investigarlos y otros hay que aprenderlos porque ya existe conocimiento pedagógico sobre ello. Nombremos algunos: la empatía emocional; las dinámicas de grupo no autoritarias; el uso de las nuevas tecnologías, que, con el desarrollo de sistemas de autoaprendizaje, modificarán el papel del docente, que será mas orientador y evaluador que canal de transmisión de conocimientos; los métodos de organización flexible para agrupar alumnos; el profundizar más y mejor en las relaciones interdisciplinarias de las materias a fin de sumar energías; cómo promover, estimular y organizar el trabajo cooperativo entre alumnos, porque sabemos que la comunicación entre alumnos, referida a sus aprendizajes, puede reforzarlos con mucha eficacia, etcétera. Todo esto se puede estimular, o no, desde la administración educativa y también desde los propios centros.

Con los gobiernos del PSOE y de los partidos nacionalistas, se consiguió un avance social claro al aumentar el tiempo de escolaridad de nuestros adolescentes, aunque este avance ha hecho emerger de nuevo un viejo problema, que, obviamente, no ha causado la arquitectura básica de la LOGSE. El PP tampoco va a renunciar a este avance, es de suponer que así será. Pero ahora en sus manos está la misma castaña caliente que se encontró también el PSOE.

¿Tendrá la ministra de Educación (y muchos más) la altura de vuelo necesaria para percibir por dónde ha caminado y sigue caminando el progreso pedagógico? Deseamos que así sea.

Jordi Achón es profesor de ciencias de la ESO y doctor en Pedagogía.

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