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MARRUECOS, UN AÑO SIN HASSAN II

Ofensiva social de Mohamed VI para frenar a los islamistas

El rey y los integristas compiten en obras caritativas para atraer a los marroquíes

"Buenos días, soy el rey de Marruecos. ¿Qué tal ha ido la travesía?". La sorpresa que se llevaron algunos emigrantes marroquíes cuando, procedentes de Algeciras, desembarcaron a principios de mes en Tánger o se pararon en un área de descanso entre Ceuta y Tetuán fue mayúscula. El que introducía la cabeza por la ventanilla del automóvil y les daba la bienvenida era nada menos que Mohamed VI, que hace justo un año heredó el trono de su padre, Hassan II.

Se había desplazado hasta allí para informarse del desarrollo de la Operación Paso del Estrecho, que en las fechas punta del verano cruzan más de 7.000 vehículos diarios atestados de emigrantes de camino hacia sus casas.A centenares de kilómetros más al sur, en una playa de Agadir, los turistas extranjeros no salían de su asombro. Miraban atónitos cómo cientos de hombres barbudos vestidos con chilabas se habían adueñado de la arena y rezaban en dirección a La Meca. Ignoraban aún que los islamistas de Justicia y Caridad, el movimiento ilegal pero tolerado que dirige el jeque Abdesalam Yasin, habían desencadenado lo que la prensa marroquí describe como "la guerra de las playas".

Agadir fue una excepción, porque los barbudos han evitado hasta ahora las playas con turismo extranjero y se han concentrado en las que frecuenta la clase media marroquí, en Rabat, Mohamedia, Casablanca, Saida y, sobre todo, Mehdia, cerca de Kenitra, donde se produjeron los más graves incidentes. El ritual es siempre el mismo, unos mil integristas irrumpen y ofrecen a los bañistas flores o caramelos al tiempo que les invitan a vestirse decentemente. Después, un imam subido en una escalera les insta a rezar con ellos.

La respuesta es también idéntica. Gendarmes, policías y, en Mehdia, hasta los paracaidistas disuelven a mamporrazos a los seguidores de Yasin, detienen a unos cuantos y, sobre todo, bloquean los accesos por carretera a las playas a todo aquel que no lleve bañador. Da igual, los integristas intentan llegar al mar atravesando descampados o tierras de labranza. La guerra empezó a principios de julio, se repite todos los fines de semana y durará todo agosto.

La acogida que brinda el monarca en Tánger a los emigrantes y la marea verde que sumerge las costas no son dos hechos inconexos. El rey y los islamistas libran una carrera por atraer a los marroquíes mediante actividades sociales. El primero lo hace con la publicidad que le confieren los medios de comunicación. Confirma así su reputación de rey de los pobres visitando hospitales de improviso o acudiendo a orfelinatos. Está en todas partes, sobre todo en el norte del país, que su padre desatendió.

El brazo social de palacio es la Fundación Hassan II, que dirigen dos fieles del monarca y que gestiona parte de los 170.000 millones de pesetas que Rabat recaudó por la concesión a un consorcio, encabezado por Telefónica, de la segunda licencia de móviles. "Es un dinero que escapa al Gobierno, al control parlamentario, lo que no es sano", se lamenta Aboubakr Jamai, director del semanario Le Journal. Mohamed VI ha decidido además no conmemorar este año, en julio, la Fiesta del Trono y repartir entre los desheredados el dinero de los fastos.

Aunque a veces echan un pulso al poder, los islamistas actúan con discreción en los inmensos poblados chabolistas, en los suburbios abarrotados de las ciudades donde sus médicos trabajan gratis mientras sus militantes conceden préstamos para que familias menesterosas puedan celebrar una boda o enterrar a sus muertos.

Es difícil medir la fuerza de Justicia y Caridad, que no es un partido político, pero su poder de convocatoria en las playas o en la gran manifestación de marzo en Casablanca contra la modernización del estatuto de la mujer demuestra que crece. La otra rama del islamismo, el moderado y legal Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD), también está en auge.

En alguna de las elecciones legislativas parciales que se han celebrado en junio con más transparencia que en tiempos del ministro del Interior Driss Basri, como la de Ouedzem, en el sur, su candidato logra casi los mismos sufragios que el de la Koutla, la coalición de cuatro partidos en la que predominan socialistas y nacionalistas del Istiqlal. En los comicios convocados en agosto en tres circunscripciones de Casablanca se da por descontado que el PJD sacará buenos resultados.

"En Marruecos hay dos protagonistas, el rey y los islamistas, y un actor secundario, la emergente sociedad civil laica", asegura Mohamed el Berini, director del diario Al Ahdath al Maghribia, el de mayor difusión. "Lejos están el Gobierno y, en general, una clase política, oposición incluida, que permanecen de brazos cruzados". "Su pasividad deja libre el terreno a los islamistas".

Personalidades afines al monarca, islamistas más o menos moderados o responsables de la sociedad civil, empezando por la nueva prensa, son unánimes en denunciar el inmovilismo de un Gobierno de coalición encabezado por el socialista Abderrahman Yusufi que, cuando se formó a principios de 1998, suscitó una inmensa esperanza porque significaba la alternancia. Enfrascado en luchas intestinas entre sus miembros e incluso en el seno de los partidos -el socialista no ha celebrado un congreso desde hace 11 años-, el pletórico Ejecutivo, compuesto por 40 carteras, apenas gobierna.

Cuando accedió al trono se pensó que Mohamed VI convocaría elecciones anticipadas para dar un impulso a las reformas con un nuevo Gobierno más reducido y más joven. Un año después, el rey ha colocado a sus hombres de confianza en algunos puestos clave -Interior, Exteriores y medios de comunicación-, pero ni siquiera ha propiciado una reestructuración gubernamental, y se da por descontado que las legislativas serán en 2002.

La benevolencia con Yusufi por parte de un jefe de Estado al que la Constitución otorga todos los poderes deja perplejo. Los más críticos, como Jamai, se preguntan si el rey tiene un proyecto para el país. "Tiene, desde luego, buenas intenciones, pero un diseño global no lo sé". "La mera caridad no es un proyecto", comenta un diplomático.

"Su majestad tiene un proyecto, una ambición, pero acaso no sea todavía demasiado visible", reconoce uno de sus colaboradores, que prefiere permanecer en el anonimato. Preocupado primero por conocer a fondo los problemas y evitar cometer errores, ha preferido ir despacio. "Además no dispone de los hombres ni de las herramientas para dinamizar un país pobre y aletargado", comenta otra personalidad afín al monarca. "Con su hiperactividad social, atiende las urgencias poniendo vendas, pero todavía no cura las enfermedades". "Eso lo hará en una segunda etapa, cuando disponga de los instrumentos necesarios para operar", concluye.

Un tebeo para recordar la infamia

En novelas o en relatos autobiográficos por capítulos en los diarios de izquierdas, los ex presos políticos marroquíes aprovechan la floreciente libertad de expresión para contar sus recuerdos de los "años de plomo" que pasaron en lugares secretos de detención y en las cárceles del difunto Hassan II.Uno de ellos, Abdelaziz Mourid, de 50 años, periodista y dibujante de profesión, ha optado por una fórmula original para narrar sus terribles vivencias: un tebeo publicado simultáneamente en Francia y en Marruecos bajo el título Matamos de hambre a las ratas y repleto de ilustraciones sobre las torturas a las que fue sometido. Está siendo todo un éxito editorial.

Militante del Movimiento del 23 de Marzo, un grupo de extrema izquierda, Mourid fue detenido en 1974, torturado durante meses y finalmente condenado en 1977 a 22 años de cárcel, de los que cumplió diez, la mayoría en la célebre prisión de Kenitra. Es allí donde empezó a dibujar los suplicios que padecía y sus bosquejos salieron durante dos años del penal en el doble fondo de las cestas de comida que devolvía a su madre tras sus visitas. Publicado bajo seudónimo en 1980, cuando su autor estaba aún detrás de los barrotes, por una editorial artesanal belga, el tebeo sirvió, según Mourid, para que, con él en la mano, "la esposa del presidente François Mitterrand y el ex presidente Jimmy Carter instasen a los responsables marroquíes a respetar los derechos humanos". Excarcelado en 1984, Mourid vivió obsesionado por su experiencia carcelaria -en 1980 hizo una larga huelga de hambre para obtener el estatuto de preso político- hasta que hace un año conoció, por casualidad, a Susan Slyomovics, una antropóloga del MIT norteamericano que tenía copia de sus dibujos. "No eran buenos, me dediqué de lleno a rehacerlos durante tres meses, olvidándome de mi familia".

"Reviví mi atroz experiencia, volví incluso a perbibir los olores de las celdas, pero cuando acabé era otra persona", asegura. "Me había liberado de un tremendo peso". "Lo he redibujado para mí, pero también para que quede un recuerdo; para que se avance hacia la democracia sacando las lecciones de un pasado que no debe repetirse".

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