Vacaciones
Levantarse, ducharse, vestirse, desayunar, desplazarse hasta el trabajo, entrar en el local, disponerse de cara a la faena. Para cumplir con estos gestos es preciso, durante el año, un esfuerzo diario sobrehumano. Pero ahora llegan las vacaciones y ese formidable patrimonio de voluntad hay que olvidarlo, suspenderlo, echarlo a un lado. Los domingos, los fines de semana, las vacaciones se presentan en nuestra vida con esta dura inoportunidad de fondo: nos obligan a romper la familiar enfermedad con la que fraguamos nuestra rutina. Sin duda, construir la materia de nuestra cotidianidad supone una tarea ímproba y una disciplina psicológica muy consecuente con la monotonía de jornadas iguales. Este entramado, complejo y espiritualmente delicado, se desbarata, sin embargo, en estas intrusas fechas del veraneo cuando aparece la proclama del sol y la estable atracción de las costas. De repente, hay que inventar una opción de vida distinta y de una forma rápida, muy apremiada y exigente. Pasarlo regular o simplemente pasarlo, de una u otra manera a lo largo del año, no es ningún drama, pero fallar en las vacaciones, aburrirse, disgustarse, es una amenaza que se echa encima como un estigma. Cualquiera queda eximido de sentirse deprimido o apático en el transcurso de la circuns-tancia laboral, pero ¿cómo interpretar la indiferencia o el hastío, la enfermedad del tedio, en el periodo excepcional de las vacaciones? Esta impulsión a disfrutar, entretenerse, divertirse o sólo descansar se traduce ahora, durante estas semanas, en una doble orden interior y exterior. Interiormente, con el deseo íntimo de recompensas y exteriormente con la misma alharaca de las playas o las piscinas que se alzan como lugares consagrados a blanquear la experiencia oscura de la cotidianidad. En este tiempo extraordinario y de desquite, cada mañana necesita poseer un aprecio singular y el mes debe proveer la impresión de que nos saneamos, nos liberamos, nos descansamos. Día a día, la vacación, fuera de la rutina, conlleva una auscultación de la mejoría que se gana y de la salud que acaso se cobra. O, en suma, nunca se deja el hilo común a los auténticos enfermos que se consultan, sin tregua, sobre el imposible éxito de su bienestar.
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