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Recuperar el orgullo

Al igual que los vecinos de Viena solían comparar melancólicamente la mediocre vida cotidiana de su ciudad tras la Gran Guerra con los desvanecidos fulgores del derrotado Imperio Austro-Húngaro, así los asistentes al 35º Congreso del PSOE inaugurado ayer en Madrid habrán añorado tal vez el brillo de los tiempos en que los socialistas ocupaban -como ahora los populares- la mayoría parlamentaria, el Gobierno del Estado, el control de numerosas autonomías y la alcaldía de las principales capitales y ciudades. Durante aquellos días de gloria y esplendor, Felipe González tuvo el sentido común de advertir a sus eufóricos compañeros que también se muere de éxito; sin embargo, el obcecado seguimiento de la abominable máxima quien resiste gana llevó al ex presidente del Gobierno a ignorar ese consejo y a pagar costes abrasadores por no abandonar el poder cuando todavía estaba a tiempo.Como presidente de la Comisión Política que ha administrado la vida del PSOE durante los últimos cuatro meses, Manuel Chaves rindió cuentas de su gestión y tuvo el gesto de citar elogiosamente a Joaquín Almunia, el secretario general elegido por el 34º Congreso que dimitió de su cargo la misma noche de la derrota electoral del 12-M y forzó a sus compañeros de ejecutiva a levantarse también de la agotada mesa camilla. El presidente de la Junta de Andalucía exhortó a los delegados a asumir con orgullo el pasado del PSOE "al completo", esto es, " con nuestros errores y nuestros defectos, pero también con nuestros éxitos y nuestros aciertos". Seguramente la principal tarea que afrontan hoy los socialistas españoles sea, en efecto, la recuperación de los sentimientos de autoestima, gravemente lesionados por los escándalos de su etapa de gobierno y por las derrotas electorales. El paso del tiempo socavó las ilusorias esperanzas de que la judicialización de la política (el aplazamiento de la depuración de las responsabilidades partidistas y gubernamentales hasta que los tribunales se pronunciaran por la vía penal) serviría para enterrar las denuncias relacionadas con la corrupción y la guerra sucia: las sentencias condenatorias dictadas en el caso Roldán, el caso Urralburu, el caso Filesa, el caso Marey y el caso Lasa-Zabala pusieron fin a ese ensueño. Y si la dulce derrota del PSOE en las elecciones de 1996 -antes de que los tribunales dictasen esas humillantes sentencias- le permitió seguir acariciando el espejismo de una inmediata vuelta al poder, la derrota de 2000 ha obligado a los socialistas a olvidar sus consoladoras fantasías y a regresar a la dura realidad.

La herida narcisista del PSOE es muy profunda: los socialistas se resisten -con razón- a que sus catorce años de poder queden recogidos exclusivamente por las páginas de sucesos y la crónica de los tribunales. La equivocada medicina aplicada hasta ahora para curar esa dolorosa llaga conjuga el endoso de los casos de corrupción a las flaquezas de la condición humana, la atribución de los escándalos a las oscuras conspiraciones de sus enemigos y la loa de la etapa de poder socialista como el periodo mas fecundo de nuestra historia reciente. Pero las reglas de urbanidad y el arte de la prudencia aconsejan aguardar a que las disculpas y los elogios vengan de fuera; la propensión de los socialistas a piropearse no les ayudará a recuperar el orgullo.

La tendencia del PSOE a presentar su gestión de gobierno en términos de todo o nada se vuelve también contra sus deseos de reconciliarse con sus votantes. Aunque los socialistas tengan derecho a protestar de la negra caricaturización de su pasado, los electores suelen recibir las herencias a beneficio de inventario, separando el activo y el pasivo antes de aceptarlas. Logros tan valiosos como la consolidación del Estado de bienestar, la institucionalización de las Fuerzas Armadas, la entrada en Europa o el desarrollo autonómico no suprimen por arte de birlibirloque las responsabilidades del PSOE ante la guerra sucia, los fondos reservados, la corrupción, la financiación irregular del partido o el esperpento de Guadalajara. El intento de hacer comulgar con ruedas de molino a los fieles fracasa si los destinatarios de las gigantescas obleas se atragantan y las escupen.

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