Beloki verá París desde el podio
El ciclista vasco defendió serenamente su plaza en una contrarreloj en la que Armstrong derrotó a Ullrich
Fue la contrarreloj más larga de su vida. Casi 60 kilómetros en medio de un pasillo humano que convirtió la franja fronteriza franco-germana, a un lado y otro del Rin, en un Alpe d'Huez aplanado. Campos de maíz en lugar de bosques de abetos. Carretera llana, llana, ni un mal repecho que llevarse a la boca en lugar de 21 curvas y pendientes del 10%. Territorio del gran plato en lugar del 39. No hay que subir, hay que volar. La misma cantidad de gente cerrando el camino, en filas de a dos o a tres de profundidad. Territorio Beloki también. Deberían haber sido, claro, los 68 minutos y medio más angustiosos de la existencia deportiva del ciclista de Lazkao. Fue, sin embargo, poco más de una hora de extraña serenidad. Casi calma. Terminaron todos, los kilómetros, los minutos, la hora, Beloki, en un instante de felicidad. Joseba Beloki, el reputado como nervioso que descubría el Tour, terminará en París. Terminará en el podio de los Campos Elíseos. Verá París desde el escenario más privilegiado. No está nada mal, digamos: tercero en su debut. España ha descubierto a un hombre Tour.Lo confirmó ayer haciendo sufrir a la gente. La paradoja de Beloki: el hombre más nervioso hizo ayer la salida más calma. Salió como quien sale a pasearse. Su contrarreloj más larga, el miedo al fracaso, el pesado plato de 55 dientes que había elegido mover, los prudentes consejos de su director, el mesurado Juan Fernández desde el coche. Lo que sea. El Tour, las 19 etapas ya disputadas, los Pirineos, el Ventoux, los Alpes, todo pasaba volando a su lado, el podio desaparecía bajo sus pies, y él, inmutable. Sí, olía a tragedia. Para él. Drama para el ciclismo español. Llegado el kilómetro 20 resultó que Heras, el escalador salmantino de las grandes manos, le sacaba seis segundos: por sólo uno le apartaba del cajón. Pero eso no era lo peor: resultaba que Christophe Moreau, el contrarrelojista de su mismo equipo, el hombre que llevaba a toda Francia en su joroba, empujándole por una plaza casi imposible en el podio, sí, ese Moreau, le había sacado un minuto justo, tres segundos por kilómetro. De seguir así, ni siquiera cuarto, quinto a lo más y con Moreau también adelantando a Heras. Pero allí se acabó la incertidumbre. Beloki, aparentemente sereno, aumentó su cadencia, hizo doler más a las piernas, mantuvo su cabeza mirando fija al frente, sudó, abrió la boca para cazar más aire y dio la vuelta a la situación. En los 38 kilómetros que quedaban sólo perdió 14 segundos con su compañero francés que había empezado acelerando y terminó sprintando. Heras, que había empezado sprintando acabó parado. Se hundió.
Beloki, ciclista pequeño de motor grande, conquistó el podio en las contrarreloj iniciales y lo defendió en la montaña. Lo remachó ayer, en la contrarreloj de la apoteosis de Lance Armstrong. El estadounidense, el líder, el hombre dorado, amarillo de cabeza a los pies, tenía una cita con su soberbia. Un campeón debe ser orgulloso. Un campeón debe atenerse a sus compromisos. Una cita con la historia, también. Armstrong había dicho que no ganaría su segundo Tour sin llevarse también el triunfo en una etapa. Un deseo mínimo para un hombre que el año pasado ganó las tres contrarreloj y la llegada a Sestriere. Y este año veía llegar París y veía que no levantaba los brazos. Ayer lo logró. Y ante Jan Ullrich, el campeón del mundo contrarreloj. Y ante las narices de su gente. La suerte, la victoria en el Tour, ya estaba echada desde bastante antes. Pero había que cerrar el último diálogo. Y como había hecho en Hautacam, esos 500 metros en los que declaró al Tour sentenciado, poco tiempo, pocos kilómetros debería necesitar. Cinco segundos en el kilómetro 20, 25 en el 43 y 25 en el último. No hacía falta más. Armstrong, ágil con su plato de 53, más rápido que Ullrich, potente con su 54. El hombre que baila le pudo al que arrasa.
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